Las noticias más recientes sobre ese Ingeniero
Informático, Edward Snowden, empleado en
la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA) de Estados Unidos, que en un arranque
de vergüenza y dignidad denunció la gigantesca trama de espionaje a millones de
ciudadanos sobre sus llamadas telefónicas, tarjetas de crédito, correos
electrónicos, etc, a través del programa PRISM, y con la necesaria complicidad retribuida de
las grandes Compañías Microsoft, Apple, Yahoo, Facebook, Youtube, Skype,
Google, etc ha dado a conocer al gran público, un tanto estupefacto, que todos
éramos minuciosamente espiados sin ningún pudor ni respeto y en violación
flagrante de derechos fundamentales.
Es
curioso que aquellas Compañías que se presentaban como adalides de la libertad
en el nuevo universo de Internet han sido utilizadas con su conocimiento y han
recibido las 30 monedas de Judas en forma de increíbles beneficios.
El
denunciante a la prensa de este Ciberespionaje ha sido acusado de alta traición
como ya antes ocurrió también con el soldado Bradley Manning, cuyos grandes
pecados son haber puesto al descubierto los comportamientos ilícitos e
inmorales de grandes Agencias Gubernamentales en violación de los derechos, tanto de sus propios ciudadanos como de
ciudadanos de otros países.
Ahora
bien, éste es un cuento viejo ya que, con formas más o menos rudimentarias, esa
alcahuetería de los Gobiernos para tener inermes a sus ciudadanos viene de muy
lejos. Y en la historia más reciente, ya
desde 1976, se tenía noticia de la Red
Echelon también de la NSA, para
controlar teléfonos, faxes, e-mails, por Estados Unidos y sus cómplices
anglosajones: Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, partícipes actualmente en el mismo baile
vampiresco de la información. Importante
aviso a los europeos continentales de por dónde van los quintacolumnistas del
proyecto de la Unión Europea, ya
denunciados como tales por el General De Gaulle que siempre vetó la entrada del
Reino Unido.
Nos
enteramos así mismo, de que esta conspiración inquisitorial de los espías es
también un negocio de la empresa privada.
Hemos descubierto cómo es un negocio lucrativo disponer de datos de
clientes que se venden para encontrar el perfil potencial de consumidores de
determinados productos y para ello, se
raptan las informaciones más íntimas y privadas que se incorporan a esa oferta especuladora
del mercado.
Los
buenos de Orwell y Huxley, en su “1984” y en su “Mundo Felíz” empiezan a
quedarse cortos en medio de esta realidad apabullante de la intromisión más
perversa en todo lo que decimos y hacemos.
Supongo que a la hora de publicarse este artículo mi propia ficha se
verá incrementada con varias notas en rojo sobre “peligroso denunciante de
nuestra Sacro Santa actividad informativa”.
En
esta conspiración universal de la infamia se incluyen por derecho propio todo
esos especuladores financieros que arrastran a las personas y a los pueblos al
desastre sólo en beneficio propio, manejando una tecnología en la que los
robots en milésimas de segundo compran y venden en la bolsa, riéndose-si
pudieran hacerlo-, de la ingenuidad de las personas inversoras con su ritmo
semi paralítico.
Los
capitales golondrina - otro subterfugio para denominar a verdaderos
depredadores siniestros - van y vienen de aquí a allá con las fauces rebosantes
de sangre de las pobres gentes que han caído en sus garras de usurocracia y
especulación alucinante.
Desgraciadamente
la contaminación de tales comportamientos ha llegado a la vida política e incluso a la vida comercial más
elemental. La atonía moral de que todo
vale y todo es una oportunidad para el beneficio propio ha hecho crecer hasta
el infinito las manadas de corruptos.
El Papa Francisco en su librito “Corrupción y
pecado”, escrito cuando era Arzobispo de
Buenos Aires, diferencia claramente
estos dos conceptos porque en el pecador hay posibilidad de arrepentimiento
mientras que en el corrupto hay el triunfalismo del éxito y la voluntad de
corromper a otros y conseguir las complicidades necesarias para crecer en el
éxito de la corrupción. “El corrupto no
percibe su corrupción”. Sucede lo que
con el mal aliento: difícilmente el que tiene mal aliento se percata de hecho,
son otros los que lo sufren, escribe el Arzobispo Jorge M. Bergoglio. “Tiene anestesiado el espíritu del bien. Busca
siempre compararse a otros que aparecen como coherentes con su propia vida para
encubrir su incoherencia, para justificar su propia actitud”. “La corrupción crece en atmósfera de
triunfalismo, el corrupto se siente ganador y avanza en ese ambiente
triunfal. El corrupto no conoce la
amistad sino la complicidad. Sólo hay
para él cómplice o enemigo. Por ello
toda corrupción es proselitista.”
Estas
luminosas palabras del que iba a ser luego Papa Francisco culminan con la idea
de que “la corrupción es una cultura de pigmentación por cuanto convoca
prosélitos para bajarlos al nivel de la complicidad admitida. El alma se habitúa al mal olor de la
corrupción. Y se llega a la mediocridad
y a la tibieza, y al negocio incluso con
Dios.”
En
la política de los partidos políticos, además de estas posibles corrupciones
individuales, se da también en la estructura organizacional esa insana pasión
por controlar poder a cualquier precio, que puede llevarnos a justificar cualquier
falta de ética, o incluso crímenes. Además, la actividad política es costosa y
ahí llega la dependencia respecto a los poseedores del dinero, el
financiamiento de campañas implica sometimientos turbios que siempre hay que
pagar de una forma u otra.
En
medio de la ilusión y la euforia de aquellas primeras elecciones democráticas en
España, de junio de 1977, en la que nos
presentamos con nuestra Federación Laborista, fui consciente de esa servidumbre al dinero y a
sus poseedores por las organizaciones políticas que querían vencer a toda
costa. En el prólogo a un libro de
Vicente Pérez Sadaba titulado “Una solución de izquierda para España”, - el primer libro de nuestra editorial La Hora
de Mañana, aparecido en Valencia, en mayo de 1977,- escribí, citando un párrafo de nuestro
Manifiesto Laborista: “ la ética exigente y las nuevas relaciones sociales que
necesitamos implican la presencia de nuevos protagonistas sociales - sindicalismo
comunal, sector cooperativo y autogestionario, consejo de trabajadores,
racionalización de sectores privado y público, estímulo a la capacidad
empresarial auténtica-, y un enorme esfuerzo pedagógico y educativo que cree
los nuevos hábitos de convivencia solidaria desde la infancia”.
“Esta
esperanza no la empaña la algarabía y el frenesí de éstas vísperas electorales,
en donde los causantes de tantos desafueros, quieren sucederse a sí mismos,
sustituyendo la fuerza de la razón por el bombardeo de propaganda”.
En
los aledaños de esta epidemia moral universal pero como bomba de relojería
dispuesta a multiplicar sus efectos letales, se encuentran los neoinquisidores en múltiple
variedad de fanatismos, ya sea de índole
religiosa, racial, ideológica o territorial, -
los nacionalismos de aldea que desprecian todo lo ajeno desde la
mitificación alucinógena de lo propio-, sustentados en un resentimiento moral
permanente y en una obsesión patológica que alimenta el odio a cualquier atisbo
de libertad e independencia frente a su dogmatismo y en una creencia que se
apoya en la aniquilación de lo que escape a su control enfermizo.
Lo
terrible es la contaminación de estos comportamientos al conjunto social. El engaño se convierte en práctica
habitual. No se trata ya de esa infamia
de la estafa de “las preferentes” de algunos Bancos y Cajas de Ahorro, por lo que secuestraban los ahorros de
personas mayores, o poco informadas, abusando de su confianza. Incluso en otras prácticas comerciales más
pequeñas se ha llegado sistemáticamente a la práctica del fraude y el engaño. Recuerdo una anécdota que me contaron hace
tiempo de un vendedor de esas empresas que iban a la búsqueda de gente anciana
o de deficiente formación, para con el
señuelo de unos regalos aparatosos, conseguir que firmaran luego unos contratos
abusivos que implican el pago de
cantidades desorbitadas por una enciclopedia o colección cualquiera de libros. Aquel hábil y joven vendedor había ya
conseguido convencer a la anciana, había rellenado el contrato y le había
prácticamente forzado a firmar lo que era en realidad una condena onerosa en lo
económico para ella. Aquella buena mujer
levantó la mirada y le dijo: pero esto, hijo ¿será para bien?, al muchacho que
tenía ese rescoldo moral aún no apagado,
se le hizo un nudo en la garganta, cogió los papeles y los rompió. A la mañana siguiente dimitía como vendedor
de una de estas empresas buitres.
Ciertamente
este caso puede ser una excepción, pero
también es cierto que las minorías organizadas para el abuso y la extorsión en
esa conspiración universal de la infamia actúan sobre personas aisladas y, por lo tanto, en clara inferioridad. Hay que clamar por una alianza de los justos
que actúen en reciprocidad y apoyo mutuo y denuncien a los infames, como han hecho algunos de los protagonistas
citados al principio de este artículo.