En medio de esta exaltación
mitómana de la figura de Adolfo Suárez en el momento de su muerte, en donde una
amnesia colectiva ha llevado a tantos que lo maltrataron de palabra y lo
traicionaron de obra, en vida, a unirse cínicamente a ese coro del panegírico,
destaca, en contraste, esa intuición que
siempre tiene el pueblo y sus gentes sencillas que manifiestan un dolor
auténtico y la creencia de que se lloraba a un personaje que sí entendía a su
pueblo y los sirvió por encima de intereses egoístas de distinta naturaleza.
Recordaba estos días a aquel
personaje del siglo XVI, el capitán francés Pierre Terrail, señor de Bayard,
guerrero en las campañas de Italia al servicio de la Corona francesa que
también pasó a la leyenda como el caballero sin miedo y sin tacha. Creo que una
definición así encaja bien en la figura de Adolfo Suárez, a pesar de todas las
incomprensiones anteriores. Ciertamente, es increíble como en tan poco tiempo, -ese
mandato de presidente de Gobierno de 1976 al 1981-, se puede desmontar un
régimen autoritario y establecer un Estado de Derecho democrático en donde las
libertades sean garantizadas así como la participación plural de fuerzas
políticas muy distintas, y acabar construyendo el marco constitucional en donde
esa convivencia y esa concordia fuera posible, a través de un amplio consenso
en donde se pudo coincidir, desde el pluralismo, para abordar aquellos pactos
de la Moncloa, respaldados por todas las fuerzas parlamentarias que permitieron
un proceso de regeneración social, económica y política de un país en una
situación muy grave. Y finalmente, darse la Constitución del 78 que abordó con
valentía el contencioso histórico de la descentralización y las autonomías,
desde la primacía de la existencia histórica de una España constitucional
irrenunciable.
Cuando llegan las primeras
elecciones democráticas de junio de 1977, sin desconocer el esfuerzo titánico
de esta transformación, aun critiqué la creación de un partido desde el poder,
la Unión de Centro Democrático, el partido de Suárez, y la puesta al servicio
del mismo, en la campaña electoral, de todo el aparato del Estado. Cómo
secretario general del Partido Laborista por el que me presenté en Valencia a
las elecciones, también constaté, dentro de la alegría general por aquella
fiesta de participación democrática, que los enormes recursos económicos de los
grandes partidos hacían casi inviable la participación por libre de los
ciudadanos o de los pequeños partidos sin recursos como el nuestro. En el
prólogo al libro “Una solución de izquierda para España”, publicado en mayo de
1977 en la editorial que habíamos creado, La Hora de Mañana, constataba la
ilusión porque se abriera de nuevo el camino a la participación democrática de
los ciudadanos, y esa esperanza no la empaña la algarabía y el frenesí de esas
vísperas electorales, en donde los causantes de tantos desafueros quieren
sucederse a sí mismos, sustituyendo la fuerza de la razón por el bombardeo de
la propaganda.
En los tiempos que siguieron esa
tarea titánica de gobierno me fue mereciendo cada vez más respeto y
consideración. Me pareció muy valiosa la propuesta participativa que el texto
constitucional incluida no sólo en política sino en economía, al proponer el
fomento de las empresas cooperativas o de la participación de los trabajadores
en la propiedad de las empresas. Lo que, por cierto, luego no ha tenido el
subsiguiente desarrollo legal.
Me pareció también impresionante
esa combinación de lucha contra el terrorismo desencadenado y hacer frente, con
serenidad y templanza, a las descalificaciones y menosprecios de una oposición
y una prensa también desencadenadas en un frenesí de enemistad y odio contra el
presidente.
Hace unos meses acepté participar
en la comisión que promovía la petición del Premio Nobel de la Paz para Adolfo
Suárez, petición que creo debería haberse realizado hace mucho tiempo.
Cuando publiqué el informe sobre
esa petición en nuestro periódico digital La Hora de Mañana (www.lahorade.es) ,
con sus formularios y la carta dirigida al comité del Premio Nobel en Noruega,
hice una entradilla en la que justificaba nuestra suma a esa propuesta y entre
otras cosas escribí, “se enfrentó al mismo tiempo a tres enemigos muy
poderosos: los sectores reaccionarios de la Iglesia Católica, los militares
añorantes del pasado y la cúpula de una Banca, egoísta y usurera, que quería
subordinar el bien común a sus beneficios personales. En esto no ha habido
demasiados cambios”.
La apertura de la legislación
social y el reconocimiento del divorcio, la regulación del aborto, el mayor
papel del Banco de España para controlar a la banca privada y la subordinación
de esos militares al orden democrático fueron sus conquistas así como la
pretensión de una concordia entre los distintos agentes sociales y políticos y
el respeto a la diversidad territorial.
El espectáculo repugnante de
tantos jefecillos dentro de la UCD navajeando a su líder y vendiendo sus
confidencias, incluso los secretos del gobierno, al mejor postor de partidos
políticos ajenos en los que se pensaba encontrar acomodo, el acoso despiadado
de los medios y gran parte de la oposición, y círculos militares no le
hizo ceder ante los chantajes ni
desanimarse en su tarea. Finalmente intentó cumplir con el mejor servicio a su
pueblo con esa dimisión, para evitar que la democracia fuera un simple paréntesis
en la historia de España.
Quedó en el aire la pregunta,
después de su ejemplo de extraordinaria dignidad y coraje el 23F, negándose a
doblegarse ante los militares golpistas, de si debía haber explicado a los
españoles las razones y las causas, con nombres y apellidos, de esa
conspiración que intentó evitar en sus efectos aniquiladores de la democracia,
con su dimisión. Algún tiempo más tarde yo me atreví a preguntarle, ante la
reiteración de tantos electores en campaña, que nos reprochaban que el
presidente Suárez no hubiera dado a conocer aquellas razones, la conveniencia
de explicarlas y tal vez convocar a continuación un referéndum consultivo para
que los españoles directamente le respaldaran o no, en esa terrible alternativa
que le enfrentaba con los poderes fácticos existentes.
Me contestó con una sonrisa y un
gesto enigmático que interpreté como que no le hubiera dejado.
Por todas estas consideraciones
acepté formar parte de la primera comisión gestora del Centro Democrático y
Social (CDS), en Valencia que muy pronto iba participar en las elecciones
parlamentarias de 1982. Él ya tenía el enorme caudal de la obra gigante
realizada en un tiempo increíblemente corto, que ahora se le reconoce pero se
le vió con la ilusión de que el pueblo español se lo reconociera de inmediato y
emprender otra titánica tarea, la de doblegar a esos poderosos resortes de
poder que hemos citado y hacer un país más justo y de avanzada social en el que
los intereses del pueblo, el viejo bien común, se impusiera rotundamente a
tantos intereses mezquinos y parciales.
Muchas de estas resonancias se
encuentran en aquel programa electoral del CDS donde se hacían referencias al
personalismo comunitario, a la dimensión cooperativa de la economía y a
objetivos sociales que se consideraban irrenunciables.
En el primer mitin de
presentación del CDS, en Valencia, en el año 1982, en el Hotel Rey Don Jaime,
la comisión gestora me pidió que en presencia de Adolfo Suárez y de todos los
simpatizantes y afiliados allí reunidos, diera el discurso de aquella noche,
antes de las palabras del presidente. Me referí al equilibrio necesario para
alcanzar la dimensión de persona entre individuo y comunidad y también a la
dimensión solidaria de la persona, entre el individualismo egoísta y ese
colectivismo gregario en el que se disuelve lo personal y solo funciona la
obediencia debida, para justificar cualquier crimen. Recuerdo que al final,
Adolfo Suárez, más allá de la felicitación protocolaria, me dijo que sobre esas
ideas había que profundizar y en torno a ellas construir nuestro proyecto
político.
Poco después, el 20 de octubre,
se produjo la tragedia del derrumbamiento de la presa o pantano de Tous, con
las inundaciones terribles que afectaron a pueblos de la Ribera Alta y Baja de
Valencia y se convirtió la campaña electoral en una campaña de auxilio a los
damnificados. Adolfo Suárez quiso ir a visitar algunos pueblos de esa zona para
conocer personalmente la magnitud de la catástrofe y para ello alquilamos un
automóvil todo terreno. Insistió en que quería ir anónimamente para que en
ningún momento su presencia se pudiera interpretar como un manejo electoral.
Con su sentido del humor nos dijo que él se tapaba con una mano la nariz y así
no lo reconocía nadie. En aquel viaje en donde le acompañé, algunas de las
opiniones anteriormente transcritas formaron parte de nuestro diálogo. Él siempre
tuvo un respeto casi reverencial hacia la autoridad del conocimiento o
intelectual y cómo se ha dicho tenía esa virtud de verdadera “esponja” para
asimilar rápidamente toda la información que se le facilitaba, a su solicitud.
Pese a tener yo 10 años menos que él siempre me llamó profesor y yo le llamaba
presidente, tuteándonos.
Al año siguiente, estando de
profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, pusimos en marcha la Revista
Iberoamericana de Autogestión y Acción Comunal, RIDAA (www.ridaa.es), en cuyo
primer número publiqué el artículo fundacional “El paradigma recobrado de la
comunidad de hombres libres”, núcleo de lo que iba a ser una filosofía política
alternativa. Se lo remití recordándole que muchas de estas ideas son las que
iniciariamente expuse en aquel acto de Valencia, de octubre de 1982.
Seguí apoyando, sin ningún cargo
orgánico pero con propuestas e ideas a ese CDS en el que no quise ser
candidato, tal vez por mi vieja fidelidad laborista, pero en el que lealmente
colaboré porque veía una posibilidad abierta de cara al futuro para nuestro
país. Tal vez Suárez soñó con protagonizar una segunda transición, la ya citada
del sometimiento de los poderes fácticos al interés general.
Poco a poco lo ví más
melancólico, y supe del cerco y asfixia que la Banca hizo a nuestro partido
para ahogarlo electoralmente. Ese sueño se iba apagando ante un cerco tan
inmisericorde.
Recuerdo, sin embargo, otra
circunstancia extraordinaria. Antes de la campaña presidencial argentina de
1989, en la que fue elegido presidente de aquel país, Carlos Saúl Menem, este
político vino de viaje a Europa y tenía especial interés en su visita a España.
El embajador Cámpora, embajador argentino, creo que en Suiza, a través del
sociólogo Norberto Ceresole, también peronista, me pidió si podría organizar
algunos encuentros en Madrid para Carlos Menem. Tenía interés en entrevistarse
con los dirigentes de la Xunta de Galicia y así lo hicieron en el Hotel Palace
donde se alojaba. También en este hotel organizamos una cena para académicos,
profesores, intelectuales que se celebró con una amplia asistencia. Sobre todo
tenía un gran interés Menem en entrevistarse con Adolfo Suárez aunque ya
entonces estaba de salida de la política y fuera del poder.
Concerté esa entrevista y acompañé
a Menem y a algunos otros miembros de su grupo al despacho de Suárez. Después
de las presentaciones hice intención de retirarme y Adolfo me pidió: profesor,
quédate con nosotros. Recuerdo que la primera pregunta que Menem le hizo al
presidente Suárez –así se dirigió a él- fue cómo se conseguía disciplinar y
someter a los militares. Adolfo sonrió, con esa sonrisa luminosa suya, y le
dijo “usted debe dejar claro desde el principio la supremacía del poder civil
de origen democrático sobre cualquier otro poder y especialmente a los
militares que sólo son funcionarios al servicio del país bajo las órdenes del
titular de ese poder civil”. Carlos Menem después de otros comentarios sobre
sus entrevistas en Francia y en otros países europeos le entregó, los folletos
“el salariazo” y “la revolución productiva”, al servicio de ese proyecto
profundamente social que él proponía en su campaña –folletos que desaparecieron
por arte de magia una vez elegido presidente, para imponer una política
económica reaccionariamente neoliberal y contradictoria con lo que en ellos se
decía.
Adolfo elogió ese compromiso
social e incluso añadió que esa supremacía del poder civil sólo debía estar al
servicio del pueblo y, por descontado, subordinar a él también a los otros
poderes económicos y sociales.
Me duele que esta enorme obra
histórica realizada por Adolfo Suárez estableciendo una democracia estable en
nuestro país con garantías de derechos y libertades, no pudiera ser
complementada con esa otra obra de transformación social y justicia, que intuyo,
él soñó iniciar en esa segunda etapa política. Tal vez debiera haber esperado
más tiempo hasta que verdaderamente se le añorase. Tal vez la asfixia de los
poderes fácticos impidió desarrollar el proyecto, tal vez hubiera necesitado un
cuerpo político militante más intenso y homogéneo para perseverar en la
travesía del desierto…
En todo caso, en medio de este
espectáculo deleznable de estos últimos tiempos, de corrupciones, miserias,
egoísmos, exaltación de oportunistas y trepas, nos queda, junto a tanto héroes
anónimos de nuestro pueblo que luchan por sacar adelante a sus familias, con
coraje y tenacidad y con una actitud cabal y digna, el testimonio de algunos
hombres de nuestra época que nos hacen sentirnos orgullosos de haberles
conocido y de haber sido coetáneos suyos. Por encima de esa coetaneidad siempre
me he sentido orgulloso de pertenecer a un pueblo al que perteneció una figura
como Miguel de Cervantes. Hoy quiero, finalmente, reconocer mi orgullo por
pertenecer a esa comunidad en la que vivió y acaba de morir Adolfo Suárez, el
hombre sin miedo y sin tacha.
Valencia, 24 de marzo de 2014