Así como la globalización desmanteló
el estado del bienestar en su concepción y alcance tradicional, hoy vemos cómo
esta crisis económica con sus arrebatados ajustes, profundizan una inquietante
distancia entre nuestra economía y las autonomías políticas locales, regionales
y federales pero, todo ello, con un gran perdedor: “el desarrollo humano” (personal, familiar,
productivo y comunitario).
Entonces, con todo lo negativo y postergante
que esto supone en materia y propósito de bien común e interés general (cohesión, amistad,
desarrollo y paz social), paulatina y palmariamente los mismos fueron suplantados por
intereses sectoriales y corporativos no solo en lo económico/financiero sino
Vg., con el (¿invencible?) corrupto aparato
partidario binario.
Nuestro cuasi-estructurado péndulo económico
de las últimas tres décadas -sin sacrificios compartidos equitativa y
ecuánimemente-, viene oscilando entre crisis, ajustes,
desagios, devaluaciones, dolarizaciones, pesificaciones, privatizaciones,
costos diferidos y estatizaciones pero, siempre
a expensas del financiamiento a pérdida
para el bien común, la paciencia y la paz social de una agobiada, afligida,
refragmentada y harta sociedad civil.
Explican y predicen tantas penurias, no
contar con inversiones internas ni externas, haber extraviado las condiciones
dignas de crédito como toda certidumbre, mientras ya es posible observar una
estampida de precios junto al derrumbe de nuestra productividad y competitividad,
residuales.
Los costos humanos urbanos y rurales de
las actuales medidas de ajuste (directas, indirectas e
implícitas) no serán aceptables ni soportables desde una elemental perspectiva
humanitaria de justicia social. La implosión de tales ajustes impedirá
conservar y, menos que menos, mejorar la
calidad de vida eventualmente lograda en cada segmento social, singularmente en
aquellos más próximos o ligados a fragilidades e ignominias.
La primera condición para aminorar el
costo social de estos ajustes vernáculos, es la democratización, experticia y
pertinacia en la concepción, diseño y ejecución de la economía argentina. La
misma ya no debe quedar a merced de conocimientos ahistóricos, “apasionados y subjetivos racionalismos
amateurs”, morales flexibles (“estos
son mis principios; si no le gustan, tengo otros”- Groucho Marx ), ´éticas alternativas´, pertinencias extrapoladas y reproducción e
incremento de desigualdades; todo lo que en su conjunto difuso, inexorablemente,
nos expone a una nueva e inadmisible bancarrota intelectual en la materia, sin perjuicio de todas sus nefastas
consecuencias patrimoniales.
Ajustes sin desarrollo humano es
contraproducente e inaceptable. Es urgente e imprescindible, diseñar políticas
antiinflacionarias y de estabilización monetaria apropiadas para lograr que los
ajustes sean compatibles con el desarrollo humano así como, en lo posible, con un crecimiento a mediano y largo plazo.
No obstante que habitualmente
resultan seductoras las soluciones a corto plazo, las mismas no deben admitirse
a costa de crear problemas a la postre, menos evidentes, incluidos los
relativos al entorno humano. Si tal fuera el caso, los esfuerzos por el
desarrollo del futuro quedarían hipotecados a las consecuencias indirectas de
las políticas de ajuste a corto plazo.
Por consiguiente, los encargados de
adoptar las decisiones en el ámbito nacional, habrían fracasado otra vez en el
intento por combinar los objetivos de políticas compatibles en esencia pero,
fundamentalmente, por ignorar que el objetivo fundamental de toda actividad
económica, finalmente no es otro que un
auténtico y duradero enriquecimiento de la vida humana.