Lunes, 27 de Marzo de 2023
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Artículos - Editorial - El búho ante el espejo
26/06/2016

El frívolo juego en torno a la unidad de España


por Antonio Colomer Viadel


Antonio Colomer Viadel

Catedrático de Derecho Constitucional (J) de la Universidad Politécnica de Valencia

 

Me llena de asombro la ligereza con que algunos dirigentes políticos creen que alegremente, sin ningún costo, se puede despedazar un Estado nacional con más de 500 años de existencia en Europa.

 

Recordaba, precisamente, que hace 155 años el presidente Abraham Lincoln pronunciaba su discurso de investidura en el Congreso de los Estados Unidos (4 de marzo de 1861), y sólo hacía 85 años de la independencia de este país, y 74 años de la aprobación de su  primera y hasta ahora vigente Constitución.

 

Lincoln será recordado por el que consigue la abolición de la esclavitud y ciertamente, en su mandato, se aprueba la XIII enmienda a la Constitución que declara esa abolición, pero antes estaba dispuesto, para conservar la Unión, a que en algunos estados del sur se mantuviera la esclavitud de los negros y poco a poco se pagara a sus propietarios la liberación de estos.

 

La lucha titánica de Lincoln era mantener esa Unión que jamás podía romperse. Fue una terrible responsabilidad para un solo hombre, y él la asumió…  De modo que no sólo reconstruyó  la Unión, sino que además, creó un país enteramente nuevo, a su propia imagen, que se encuentra un siglo y medio después, a la cabeza del mundo.

 

En aquel discurso de investidura, declaró: “Sostengo que de acuerdo con la ley universal y la que emana de la Constitución, la Unión de estos Estados es perpetua. La perpetuidad está implícita, cuando no expresa, en la Ley fundamental de todos los Gobiernos Nacionales”.

 

Y añadiría, en otro párrafo, un argumento interesante: “ Si una minoría… prefiere la secesión a la aceptación, creará un precedente que a su vez la dividirá y arruinará, puesto que cualquiera de sus propias minorías podrá separarse cada vez que la mayoría se niegue a ser dominada por esa minoría”.

 

Y termina con un llamamiento dramático a sus compatriotas: “Vosotros no habéis registrado en el cielo el juramento de destruir el Gobierno, en tanto que yo he jurado solemnemente preservarlo, protegerlo y defenderlo. A vosotros, y no a mí, toca responder a la grave pregunta: ¿tendremos la paz, o la espada?”

 

Sabemos la historia subsiguiente de una Guerra Civil terrible, con miles de muertos entre hermanos. Ciertamente, ahora las circunstancias no son las mismas pero tampoco es igual despedazar a un Estado centenario en donde tantas generaciones han sufrido juntas y han levantado juntas su destino y donde, además, la relación entre constitucionalismo y solidaridad implica la construcción de un equilibrio de cohesión social irreversible; en donde, por más que se debilite o varíen en el tiempo y en el espacio esos lazos, existe siempre un impulso solidario que no se extingue y que da pie a voluntades de incremento de tales lazos sociales; a esa solidaridad fáctica favorecida por el derecho.

 

Es cierto que el giro solidarista se incrementa en las graves crisis o catástrofes, ellas deben ser un acicate para el incremento de la solidaridad. La educación puede ser también un instrumento formidable para favorecer los hábitos solidarios frente a otros comportamientos egoístas y mezquinos.

 

Contemporáneo de Lincoln fue en nuestro país Juan Prim, el político y militar catalán que alcanzó la presidencia del gobierno y encabezó la llamada revolución Gloriosa, para la regeneración de la vida política española, que tuvo su respaldo constitucional en el texto progresista de 1869. Juan Prim -en 1866- el año siguiente de que Lincoln ganara la Guerra Civil, mantuviera la Unión y fuera asesinado por un fanático secesionista- dirige un Manifiesto a los españoles en donde les propone esa regeneración de la vida política y, sobre todo, como supremo fin, la concordia entre todos los españoles.

 

Es curioso que otro político catalán, Francisco Cambó, amante de su tierra catalana, y ministro en el Gobierno nacional español de Antonio Maura, en 1918, da una conferencia en Barcelona, en 1923 con el título “Por la concordia” en donde rechaza tanto los radicalismos exclusivistas de las tesis separatistas como de las asimiladoras, sin respeto al pluralismo y a la riqueza de la diversidad.

 

Aquella solidaridad que en forma de concordia fue defendida por Prim y Cambó –y Prim pagó con su vida, por la acción fanática de otros intransigentes- es lo que hace crecer a un país antiguo que practica el apoyo mutuo y la cooperación desde la diversidad pero sabiendo lo mucho que nos une desde hace siglos y la fidelidad a ese legado histórico y al proyecto sugestivo de vida en común que debemos crear, desde el respeto a la justicia.

Existe una tremenda responsabilidad en esta hora de dirigentes liliputienses y egoístas, encerrados en sus covachuelas, acordes con su tamaño, incapaces de cualquier concordia mutual con los demás. Solo encerrándose sobre si mismos encuentran la placidez del aislamiento.

 

Tienen, ciertamente, una tremenda responsabilidad, la de haber emponzoñado el corazón de algunas gentes, provocando en ellos odio y ensañamiento contra todo lo ajeno a su mundo cerrado. Esta acción sin sentido puede provocar que algunos sean arrastrados a convertirse en carne de cañón, sin salida. Luego nos dirán que no era esto lo que ellos querían, sino un simple regalo, sin riesgos, desde la fragmentación de España. Irán a exilios dorados o alcanzar la aureola de mártires heroicos, por leves periodos de detención.

 

Este es un juego frívolo que no nos podemos permitir y aquellos que reclaman la lucha contra injusticias aún tienen menos autoridad moral para justificar en ellas un tal quebranto.

 

Luchemos contra las injusticias desde esa bandera de la concordia solidaria. Combinemos los principios de libertad, justicia, autonomía, vertebrados por la solidaridad, con la unidad.

 

¿Por qué no sentir la alegría de la reciprocidad de dones, por la que los territorios y las gentes que tengan más recursos ayuden a los que tengan menos?






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