Hace algún tiempo, cuando
saltó a primera plana la increíble noticia de que el Presidente de Estados
Unidos pretendía que se construyera un muro entre su país y México, y además
que fueran los mexicanos los que lo financiaran, escribí y publiqué un artículo
pidiendo una movilización de apoyo a México ante tal extravagancia, proponiendo
una nueva estrategia de amigos y colaboradores con un país acosado de forma tan
inaudita y que la Unión Europea desempeñara un papel destacado en esta nueva
alianza.
También añadí que teníamos que
ayudarles ante un desafío interno como era el crecimiento del crimen organizado
y el narcotráfico, contaminando a la sociedad y al Estado e impregnando de
violencia y muerte el conjunto social en una dimensión desmesurada en donde los
más débiles y desvalidos tenían mucho más que perder, en medio de esta sociedad
desigual y desequilibrada.
Una vez ganó las elecciones
presidenciales el señor López Obrador, me resultó llamativo, aunque un tanto
ingenua, su propuesta de recibir ideas en torno a una Constitución Moral para
México. Lo consideré, sin embargo, bien intencionada y cuando algún colega
académico de este país me sugirió que escribiera con ellos en este sentido,
envié un texto en torno al derecho al desarrollo como un a priori del sistema
de derechos y garantías que debía tener una dimensión solidaria y comunitaria.
Además, ofrecía un instrumento para esta transformación de sectores populares
que no solo debía ser material y económica, sino también de carácter ético y
moral y, en suma, una transformación espiritual basada en el apoyo mutuo y la
reciprocidad en la que al crecer juntos se alcanzara el crecimiento personal de
los que están más abajo. Este instrumento se basaría en nuestro Manual de
Capacitación para la Economía Solidaria y el Desarrollo Comunitario que unos
años antes elaboré (Valencia 2011, ediciones UPV, 750 páginas), en colaboración
con otros amigos colombianos, y pusimos desinteresadamente a disposición de
sectores comunitarios de América Latina.
Todo ello implicaba también un
cambio de conciencia y fomentar el sentido de deberes y responsabilidades junto
al reclamo de los derechos.
Ahora nos llega esa
extravagancia de la exigencia de perdón a realizar por el Papa Francisco y por
el Rey de España, por lo que sucedió hace 500 años. Y, además, se parte de una
gran ignorancia, que casi es peor que la maldad. Los aztecas/mexicas, era un
pueblo del Norte que descendió para instalarse en el macizo central del
territorio que actualmente ocupa México, y generó una dominación férrea sobre
los pueblos allí existentes, exigiéndoles tributos tiránicos y, sobre todo,
dedicándose a la caza de los enemigos a los que se somete, pero manteniéndolos
vivos para alimentar el Altar de Sacrificios a sus Dioses, mediante las formas
más terribles de ejecutarlos, incluso arrancándole los corazones en vida, lo
que convierte al lugar en un monumento de horror sobrecogedor.
Por ello, cuando llega Hernán
Cortés, hace ahora cinco siglos, con un destacamento de unos 500 hombres y se
enfrenta a un imperio que disponía de decenas de miles de guerreros, la clave
de su triunfo, junto a algunas innovaciones militares y también su capacidad
negociadora y diplomática, es que para un buen número de pueblos originarios
sometidos a los aztecas –los totonacas, los toltecas, y en especial, los tlaxcaltecas,
- se contempla la oportunidad de liberarse de tal sometimiento tiránico y
Cortés sería el instrumento liberador. Ese apoyo de varios miles de guerreros
indígenas resultó decisivo para el éxito final de la expedición de los españoles.
En lo que va a ser durante
tres siglos y medio el Virreinato de la Nueva España, se produce un desarrollo
notable y una sociedad mestiza en la que desde el principio hay personajes y
tareas excepcionales como la de Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán, y
creador de las ciudades –Hospitales, en donde convivían repúblicas indígenas en
igualdad con repúblicas de españoles, y también cada vez más, población
mestiza. Esa población que, extrapolándola al conjunto de la América hispana,
el filósofo mexicano José Vasconcelos definió, a mediados del siglo XX, como
una Raza Cósmica, con un sentido estético y moral que permitiría dar un salto
en la mejora de la evolución humana.
También habría que citar en
esos inicios la obra titánica del fraile Fray Bernardino de Sahagun, que salvó
el testimonio de toda la antigua cultura del lenguaje náhuatl y forma a
estudiosos e investigadores indígenas, por lo que se le considera el fundador
de toda la antropología de aquellas tierras. Incluso en la exageración de la
leyenda negra y la sobredimensión de la violencia, tendrá que ser otro obispo
hispano, Bartolomé De Las Casas, el que tenga un papel de denuncia, destacado
en sus entrevistas con el Rey de España.
La violencia no es exclusiva
de nadie y los perdones podrían ser recíprocos entre todos.
Tendríamos que ir a una
extensión desproporcionada a la hora de enumerar fundación de universidades, catedrales
e iglesias, tribunales de justicia, cabildos, leyes de indias para la
convivencia, figuras de la literatura y del derecho originarios de aquellos
lugares, etc., etc.
En el siglo XIX, cuando
empiezan a surgir las nuevas repúblicas independientes, otro personajes
notable, el colombiano Francisco Antonio Cea, que había sido Presidente del
Congreso de Angostura y Vicepresidente de la República de Colombia, recién
fundada, que estaba presidida por Bolívar, viaja como enviado tanto del
Presidente Bolívar como del Congreso, a Europa para conseguir reconocimientos y
negociar la deuda existente de aquella nueva república, y en 1821 en Londres,
realiza a través del Embajador español, una oferta al nuevo gobierno liberal
establecido en España y a su rey, de constituir una Confederación Hispánica en
la que se integrasen tanto los territorios independientes como aún los vinculados
a la Corona española en aquellas tierras americanas, con acuerdos económicos,
comerciales, militares de apoyo mutuo y cooperación, y bajo la presidencia
formal del Rey de España. Tan audaz propuesta podría haber cambiado la historia
del mundo. Cea recibió incomprensión y rechazo tanto de las autoridades
españolas como del propio Bolívar y, proféticamente, anunció que este rechazo
supondría a la larga la pérdida del imperio español y también que las nuevas
repúblicas americanas creadas sobre los antiguos territorios de la Corona
española, se verían divididas y sufrirían la dependencia y dominio anglosajón,
por parte de Gran Bretaña, primero, y los EE.UU., después. Y ya no sabrían
escapar de esta situación de dependencia.
Además de lo absurdo de juzgar
hechos de cinco siglos atrás con esquemas de ahora, sigue siendo un imperativo
moral y político el favorecer lo que une, respetando los aspectos diferenciales
y autónomos a partir de tantos elementos de denominación común, en la lengua,
en la cultura, en la literatura, en el derecho, incluso en el perfil
psicológico de pueblos que tendrían que buscar en una fraternidad sentida el
efecto multiplicador del crecimiento de cada uno desde la voluntad de
cooperación mutua cara al futuro.
Este si es un desafío grandioso,
el crecer juntos, en vez de viejos resentimientos, falseando la realidad
histórica, que nos conduce al aislamiento, arrinconados en una pobre orilla de
la historia.