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Artículos - Editorial - El búho ante el espejo
29/03/2019

México, desde la Constitución Moral a la exigencia de perdón histórico


por Antonio Colomer Viadel


Hace algún tiempo, cuando saltó a primera plana la increíble noticia de que el Presidente de Estados Unidos pretendía que se construyera un muro entre su país y México, y además que fueran los mexicanos los que lo financiaran, escribí y publiqué un artículo pidiendo una movilización de apoyo a México ante tal extravagancia, proponiendo una nueva estrategia de amigos y colaboradores con un país acosado de forma tan inaudita y que la Unión Europea desempeñara un papel destacado en esta nueva alianza.

También añadí que teníamos que ayudarles ante un desafío interno como era el crecimiento del crimen organizado y el narcotráfico, contaminando a la sociedad y al Estado e impregnando de violencia y muerte el conjunto social en una dimensión desmesurada en donde los más débiles y desvalidos tenían mucho más que perder, en medio de esta sociedad desigual y desequilibrada.

Una vez ganó las elecciones presidenciales el señor López Obrador, me resultó llamativo, aunque un tanto ingenua, su propuesta de recibir ideas en torno a una Constitución Moral para México. Lo consideré, sin embargo, bien intencionada y cuando algún colega académico de este país me sugirió que escribiera con ellos en este sentido, envié un texto en torno al derecho al desarrollo como un a priori del sistema de derechos y garantías que debía tener una dimensión solidaria y comunitaria. Además, ofrecía un instrumento para esta transformación de sectores populares que no solo debía ser material y económica, sino también de carácter ético y moral y, en suma, una transformación espiritual basada en el apoyo mutuo y la reciprocidad en la que al crecer juntos se alcanzara el crecimiento personal de los que están más abajo. Este instrumento se basaría en nuestro Manual de Capacitación para la Economía Solidaria y el Desarrollo Comunitario que unos años antes elaboré (Valencia 2011, ediciones UPV, 750 páginas), en colaboración con otros amigos colombianos, y pusimos desinteresadamente a disposición de sectores comunitarios de América Latina.

Todo ello implicaba también un cambio de conciencia y fomentar el sentido de deberes y responsabilidades junto al reclamo de los derechos.

Ahora nos llega esa extravagancia de la exigencia de perdón a realizar por el Papa Francisco y por el Rey de España, por lo que sucedió hace 500 años. Y, además, se parte de una gran ignorancia, que casi es peor que la maldad. Los aztecas/mexicas, era un pueblo del Norte que descendió para instalarse en el macizo central del territorio que actualmente ocupa México, y generó una dominación férrea sobre los pueblos allí existentes, exigiéndoles tributos tiránicos y, sobre todo, dedicándose a la caza de los enemigos a los que se somete, pero manteniéndolos vivos para alimentar el Altar de Sacrificios a sus Dioses, mediante las formas más terribles de ejecutarlos, incluso arrancándole los corazones en vida, lo que convierte al lugar en un monumento de horror sobrecogedor.

Por ello, cuando llega Hernán Cortés, hace ahora cinco siglos, con un destacamento de unos 500 hombres y se enfrenta a un imperio que disponía de decenas de miles de guerreros, la clave de su triunfo, junto a algunas innovaciones militares y también su capacidad negociadora y diplomática, es que para un buen número de pueblos originarios sometidos a los aztecas –los totonacas, los toltecas, y en especial, los tlaxcaltecas, - se contempla la oportunidad de liberarse de tal sometimiento tiránico y Cortés sería el instrumento liberador. Ese apoyo de varios miles de guerreros indígenas resultó decisivo para el éxito final de la expedición de los españoles.

En lo que va a ser durante tres siglos y medio el Virreinato de la Nueva España, se produce un desarrollo notable y una sociedad mestiza en la que desde el principio hay personajes y tareas excepcionales como la de Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán, y creador de las ciudades –Hospitales, en donde convivían repúblicas indígenas en igualdad con repúblicas de españoles, y también cada vez más, población mestiza. Esa población que, extrapolándola al conjunto de la América hispana, el filósofo mexicano José Vasconcelos definió, a mediados del siglo XX, como una Raza Cósmica, con un sentido estético y moral que permitiría dar un salto en la mejora de la evolución humana.

También habría que citar en esos inicios la obra titánica del fraile Fray Bernardino de Sahagun, que salvó el testimonio de toda la antigua cultura del lenguaje náhuatl y forma a estudiosos e investigadores indígenas, por lo que se le considera el fundador de toda la antropología de aquellas tierras. Incluso en la exageración de la leyenda negra y la sobredimensión de la violencia, tendrá que ser otro obispo hispano, Bartolomé De Las Casas, el que tenga un papel de denuncia, destacado en sus entrevistas con el Rey de España.

La violencia no es exclusiva de nadie y los perdones podrían ser recíprocos entre todos.

Tendríamos que ir a una extensión desproporcionada a la hora de enumerar fundación de universidades, catedrales e iglesias, tribunales de justicia, cabildos, leyes de indias para la convivencia, figuras de la literatura y del derecho originarios de aquellos lugares, etc., etc.

En el siglo XIX, cuando empiezan a surgir las nuevas repúblicas independientes, otro personajes notable, el colombiano Francisco Antonio Cea, que había sido Presidente del Congreso de Angostura y Vicepresidente de la República de Colombia, recién fundada, que estaba presidida por Bolívar, viaja como enviado tanto del Presidente Bolívar como del Congreso, a Europa para conseguir reconocimientos y negociar la deuda existente de aquella nueva república, y en 1821 en Londres, realiza a través del Embajador español, una oferta al nuevo gobierno liberal establecido en España y a su rey, de constituir una Confederación Hispánica en la que se integrasen tanto los territorios independientes como aún los vinculados a la Corona española en aquellas tierras americanas, con acuerdos económicos, comerciales, militares de apoyo mutuo y cooperación, y bajo la presidencia formal del Rey de España. Tan audaz propuesta podría haber cambiado la historia del mundo. Cea recibió incomprensión y rechazo tanto de las autoridades españolas como del propio Bolívar y, proféticamente, anunció que este rechazo supondría a la larga la pérdida del imperio español y también que las nuevas repúblicas americanas creadas sobre los antiguos territorios de la Corona española, se verían divididas y sufrirían la dependencia y dominio anglosajón, por parte de Gran Bretaña, primero, y los EE.UU., después. Y ya no sabrían escapar de esta situación de dependencia.

Además de lo absurdo de juzgar hechos de cinco siglos atrás con esquemas de ahora, sigue siendo un imperativo moral y político el favorecer lo que une, respetando los aspectos diferenciales y autónomos a partir de tantos elementos de denominación común, en la lengua, en la cultura, en la literatura, en el derecho, incluso en el perfil psicológico de pueblos que tendrían que buscar en una fraternidad sentida el efecto multiplicador del crecimiento de cada uno desde la voluntad de cooperación mutua cara al futuro.

Este si es un desafío grandioso, el crecer juntos, en vez de viejos resentimientos, falseando la realidad histórica, que nos conduce al aislamiento, arrinconados en una pobre orilla de la historia.






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