Después de haberse planteado estudios con diversos métodos analíticos y hermenéuticos de cariz filológico, histórico, psicológico, ético… sobre el poema didáctico de Lucrecio De Rerum natura creo, siguiendo a Michel Serres[1], que podemos alcanzar un sentido esencial de la significación cultural y científica del pensamiento lucreciano si somos más fieles al principio materialista que da coherencia a la cosmovisión del gran poeta romano. Es precisamente en sus conceptos relativos a la física, es decir a la materia, a la vida cósmica y al movimiento donde nos encontraremos el gozne que despliega todo el poder de su magnífica epopeya explicativa, del cuadro del mundo y del universo.
En la tradición científica predominante en Occidente, con el modelo que va de Galileo a Heisenberg, los esquemas explicativos de la física lucreciana no tenían cobijo ni aceptación, por el contrario sí que resultarían mucho más comprensivos y apropiados dentro del nuevo paradigma abierto por las premoniciones de I. Prigogine o de R. Thom[2] . Si como ejemplo propedéutico, para nuestro análisis científico, planteamos una ocurrente permuta entre el antiguo objeto de estudio (los modelos sólidos) a otro nuevo, vigoroso en su sabroso barroquismo (la dinámica de los fluidos), habremos no sólo deslumbrado nuestra vista, sino que también habremos encendido el fuego de la inteligencia desde una llama nueva.
Dentro de un marco mecánico-determinista, arropado, en parte, por las figuras del razonamiento de la lógica clásica que según Erardo-Wolfram en su obra La Evolución de la Lógica Griega p. 117[3], tendrían más que ver con el pensar según la pirámide de conceptos expresada en el “Árbol de Porfirio”, no resultaba interesante ni fructífero intelectualmente el punto, el objeto de atención, al que la física de Lucrecio nos invitaba : el “clinamen”, que como consecuencia del movimiento inercial y como si se tratase de un “susto” para ese mismo movimiento nos representaba un origen combinatorio imprevisible de todas las cosas y posibilitaba razonamientos distintos que asumiesen el más profundo latido del mundo físico que se escapa a los sentidos pero que vuelve generosamente a ellos atisbándose un orden . Siguiendo a este mismo autor existiría otro estilo del pensamiento que estaría más vinculado “al pensar circular y simbólico” propio de los estoicos, de Proclo, Heráclito o Lulio, donde, según Hans Leisegang, citado por Erardo Wolfram, el modelo del razonamiento tendría su inspiración en “las estructuras orgánicas y en sus modos de vivir, de nacer y de deshacerse etc.” (op. cit. p. 118). Esta modalidad de Lógica sería la más apropiada para adentrarnos en el poema de Lucrecio. Según el estudioso del pensamiento griego W.K.C. Guthrie en Leucipo y Demócrito el movimiento de los átomos “era un movimiento pluridireccional desordenado e irregular, y, puesto que era eterno y carente de principio, era razonable decir que las colisiones y rebotes de los átomos determinaban su dirección, del mismo modo que la naturaleza fortuita del movimiento originaba las colisiones”[4]. No podemos olvidar el factor socio-político y económico como macro-circunstancia en el desarrollo de un tipo, de un modelo; en definitiva, de un estilo de ciencia específico que responda a unas necesidades, colectivamente asumidas o institucionalmente impuestas[5]. El Nobel de medicina francés Francois Jacob ya denunció que “Los gobiernos imponen las ciencias aplicadas como prioridad, pero el verdadero motor de la ciencia es la investigación fundamental”. Este mismo científico siempre ha creído en el carácter creativo de la ciencia, de esta forma hablando de Pasteur afirmó: “Era muy flexible. Pasaba de la teoría a la práctica cuando lo necesitaba, de las enfermedades del vino a las cuestiones más teóricas. Y su trabajo tenía además una impronta casi castrense. Era capaz de llegar al punto donde quería. Poseía además un sentido publicitario muy bueno. Sus informes parecían boletines de victorias militares, realmente propagandísticas. Por todo ello creo que la ciencia, al igual que el arte, no copia la Naturaleza, sino que la reconstruye como un niño hace con su mundo”. Justamente por todo esto: “Darwin fue quien descubrió la Teoría de la Evolución de las especies y lo hizo él porque tenía un cierto estilo. Si otro científico la hubiera desarrollado de hecho no sería igual”.
Recrear un estilo paradigmático del pensamiento científico sería la fuerza motriz de la historia de la ciencia5a, como afirma José Luis Pardo, la ciencia, de esta forma, tendría ciclos de larga duración basados en grandes bloques de elementos epistemológicos que cada época pulimentaría en una determinada zona. A la luz de Lucrecio se iluminan los trabajos hidráulicos romanos, el plano inclinado de Galileo, el triángulo de Pascal y el cálculo de Leibniz y Newton, tanto la termodinámica y el ciclo de Carnot [6]o las ecuaciones de la relatividad.
Como afirma el Nobel de Física Gell-Mann, desde un punto de vista teórico, es preciso descubrir las realidades que se adaptan, someten y corroboran los supuestos hipotéticos que constituyen el perfectamente trabado Modelo Estándar de la hipótesis deducida. Por ello el descubrimiento de la última de las doce partículas de la materia como “quark-top” constituye una confirmación de la cosmovisión física apriorística que considera necesaria la agrupación de las partículas del tipo “quark” en tres familias. A este modelo Estándar sólo le faltaba por confirmar la existencia de los bosones de Higgs, hoy ya felizmente culminada, conectada con la existencia de las masas de las partículas y con la violación instantánea de la simetría.
Esta coherencia de la ciencia es en buena medida una virtud interna, ya que hay un cierto tipo de condiciones, de opciones o elecciones previas que no son consustanciales con la ciencia misma, más bien el proceder de la ciencia, en su desarrollo e investigaciones posteriores, se basaría, en parte, en estos axiomas psicológicos, sociológicos o ideológicos; la axiomática fundacional de las diferentes versiones de la ciencia, en alguna medida, sería una axiología, una fundamentación de ciertos valores o asimilados o buscados. Ahora bien, no por ello el hombre se vería imposibilitado a plantear una metacrítica de su propia dogmática científica. El hombre solo está preso de repensar lo ya pensado.
No creo, por otra parte, que por el mero hecho de invocar la roca madre que parece equilibrar el conocimiento, lejos de todo constructo idealista, el materialismo integral como última razón de ser, del saber, nos veamos automáticamente libres de esta ancestral tendencia a hacer descansar suave y permanentemente la mente en el dogmatismo. La física no dejaría de ser una entomología de los fenómenos visibles, invisibles o hipotéticos de las entrañas de la naturaleza; un arte de la clasificación, operativo por medio de conceptos, para conseguir la explicación y la previsión de los fenómenos encauzados en la técnica del experimento enfocado, en no pocas ocasiones, hacia la tecnología industrial aplicada. La modificación del mundo por la ciencia aplicada es la consecuencia de la modificación de la imaginación libre por la imaginación ordenada. G. Santayana considera que “el cosmos no significa un desorden en el que alguien por azar se complace; significa una regularidad de la que cada uno debe derivar su felicidad. Los procesos mecánicos no son iguales a las relaciones matemáticas, porque se cumplan. Aquello cuya forma expresan es un fluir, no una verdad o una necesidad ideal. Por lo tanto, la situación puede ser siempre nueva, aunque producida a partir de la situación anterior por reglas que son invariables, dado que también la situación anterior era en sí misma nueva”[7].
En la física de Lucrecio, no muy alejada en este aspecto del mundo atomista epicúreo o incluso del de Boltzmann[8], la naturaleza no tiene una finalidad virtual, en potencia, donde una protogenética universal determine la frecuencia de las olas del primigenio y primordial mar del caos genesiaco origen de toda vida. Lucrecio es consciente de que para que exista algo y no más bien nada, se precisa una fluctuación en el flujo uniforme; esta desviación respecto del equilibrio es el clinamen. La catarata caótica es el fruto de la ruptura del equilibrio universal y es un episodio que ha resultado necesario a posteriori para que exista el ser y la consciencia del ser. Pero el declinar de las cosas y el consiguiente tiempo anterior a su amanecer nos habla de que la vida de los seres es una secuencia de la naturaleza, donde la turbulencia, que hace cristalizar por ejemplo al hombre y a todo lo humano, es sólo momentáneamente estable dentro de la efusión dispersa que es un sistema abierto que se sostiene gracias a un flujo ascendente en mitad del flujo descendente. Recibe y emite átomos. La memoria génica conservadora de estructuras sólo emerge y se activa, en la física lucreciana, para preservar la conjunción que de esta forma pasa a ser memoria de unas condiciones marginales que divergen de la constante y no repetitiva, por continua linealidad, de la caída que es la naturaleza pura concebida casi como para el budismo clásico lo es la materia elemental, eterna o indestructible, que sin la intervención de la voluntad y el poder divinos, agrega y combina sus elementos para producir cuanto existe en el universo.
Tesis ambas contrarias a la postura aristotélica[9] que considera que en la naturaleza no podría existir una materia sin forma, una materia absolutamente indeterminada, sin especificar; ya que sólo existirá lo indeterminado relativo, es decir, sólo hay cosas menos determinadas que otras, y el devenir iría de lo menos a lo más determinado, sin dejar, por tanto, de coincidir con el ser. En Lucrecio no existe una voluntad que determine lo expectante de determinación, únicamente la aparición imprevisible de la declinación angular genera combinaciones apropiadas por su propia unión complementaria.
Vico[10] planteaba una espiral como modelo de la historia cultural de la humanidad rompiendo con los ciclos repetitivos del eterno retorno helénico, Lucrecio considera que naturaleza es la recta inclinada por el ángulo que produce un ciclo, que es a su vez un ciclo inclinado por el ángulo que produce un torbellino global y que por los avatares ocasionados por el tiempo se reconduce a la línea recta que es el símil más claro de la muerte. En realidad las rectas y los círculos se conjugan para formar torbellinos arquimedeanos, cuyos ángulos vienen dados por la concatenación sucesiva de las desviaciones de las partículas y de sus átomos en una caída que es fluir. La física de Lucrecio se basaría en las fluctuaciones sin eterno retorno, prolíficas y fértiles más allá de los límites.
En Lucrecio en lugar de una calorimetría o de una física de la combustión, nos encontraríamos vía poética con la búsqueda de modelos ejemplarizantes que atribuirían cualidades de fluencias irreversibles tanto a los vaporosos gases, como a las fluctuantes llamas, como a los zigzagueantes arroyos. No estaba encapsulada, en Lucrecio, la sabiduría de Fourier, Halley o Carnot, simplemente intuyó, con una tensión poética similar a la de Novalis o F. Schelegel o a la de los demás románticos alemanes, gracias al verbo poético, un camino fértil para abarcar con amplitud y flexibilidad lo que es complejo e inmenso: la naturaleza y su fluir “Liquid fons irrigat”, la hidrostática podría ser el modelo aproximado para evaluar la propagación de la luz, sirviéndose de una osmosis conceptual para atraer lo ininteligible hacia lo inteligible. Pero, en este caso y en contra de la tesis de Michel Serres10a ¿no está, en lo profundo de la sintaxis de su método una estructura paralela, aunque ciertamente distinta, a la de la física matemática de Galileo, que despreciaba ciertas cualidades secundarias del mundo y de las cosas para centrarse en otras, supuestamente primarias y esenciales, pero que se podían someter con facilidad a su modelo matemático? Es decir si pudiésemos aplicar el instrumental matemático oportuno como el expresado en el cálculo diferencial, en la matemática de R. Thom o de I. Prigogine, a Lucrecio ¿no obtendríamos el reverso simétrico, en cuanto a estilo y metodología de la ciencia, al propio de la metodología de la física de Galileo? Es un planteamiento que se manifiesta, por ejemplo, en la deuda de Einstein con la matemática no euclideana de Riemann en la publicación, en su forma definitiva, de su teoría de la relatividad general[11].
Esta semejanza en el procedimiento formal de la coagulación matemática del movimiento (caída libre hipotética de los móviles en Galileo, movimiento fluctuante de las partículas y de sus átomos en Lucrecio) no puede hacernos olvidar que la física más acorde, como paradigma útil, con la cosmovisión lucreciana es precisamente la que nació en Sicilia en el siglo III a.C. gracias a la prometeica inspiración de Arquímedes[12]. En sus obras Arquímedes presentaba el conocimiento científico como un sistema deductivo de teoremas derivados de proposiciones evidentes por sí mismas, al modo de la geometría de Euclides. Con todo, es muy posible que obtuviese antes sus resultados experimentalmente, deduciéndolos luego de axiomas postulados, pues en su obra Del método nos cuenta que realizaba experimentos mentales en la investigación de áreas y volúmenes. Este valor de la lógica de la imaginación no descoordinada, coherente y secuencial acerca su obra, en el fondo a los planteamientos de Lucrecio. Arquímedes es el Euclides del mundo epicúreo.
Ha habido intérpretes que sea han atrevido a considerar la física de Arquímedes como una aritmética de la arena. Una geometría plana de los torbellinos y las espirales. Una estereometría de los volúmenes de revolución, conoides y esferoides. Una estática de las palancas, de las balanzas, de los planos inclinados. De la constitución de las idealidades geométricas a partir de una multiplicidad de elementos… De la formación de volutas estables y de torbellinos espirales y de instrumentalización de la ciencia en una tecnología, por cierto, en ocasiones al servicio de la ingeniera militar.
El clinamen de la física lucreciana interpretado como una diferencial; el ángulo mínimo de tangencia, o de contingencia entre la geodésica de la caída y el comienzo de la voluta se puede relacionar perfectamente con el movimiento de giro que reúne tanto los puntos como los átomos (la espiral y el torbellino), la rosca de Arquímedes puede vencer la gravedad de los caudales líquidos con una relación analógica a como la forma del torbellino en De rerum natura quiebra la ley de los pesos de los átomos y de las partículas. Quebrando esa ley preanuncia nuevas leyes que den mejor cuenta de los hechos.
Si para Lucrecio el número de mundos es infinito: “Además, cuando hay materia disponible en abundancia, espacio a discreción y no hay obstáculo ni razón que se oponga, deben, no hay duda, iniciarse procesos y formarse cosas”[13] (De Rerum natura, LIB. II, 1067-1070 ), ello implica que es coherente la distinción de lo global o lo local, del todo y la parte y la doble afirmación de que, por un lado, no puede haber una dirección privilegiada, y de que, por otro, se puede esbozar el esquema singular de la caída. Se trata de una cinemática general de la cual el movimiento de los cuerpos graves es un caso particular. La física atómica es tan general y abstracta como para implicar una geometría o una cinética, o para hacerlas posibles sin confusión ni contradicción.
Es curioso resaltar como Lucrecio a la hora de argumentar en contra de la infinitud de la estructura de la materia más allá del átomo, utiliza argumentos similares a los que empleó Aristóteles. “Dado que no se agotan en el pensamiento, tanto el número, como las magnitudes matemáticas, como lo exterior al cielo, parecen ser infinitos (203 b, 23-5), frente a esto considera que es “absurdo confiar en el pensamiento “(208 a, -15), en el sentido de que el poder pensar una cosa de un modo no implica que sea realmente así“. El exceso y el defecto no están en la cosa, sino en el pensamiento” (208 a – 15). “Exceso” y “defecto” hacen referencia, para Aristóteles, al aumento y disminución del número, las magnitudes matemáticas y el tamaño del universo. Para Aristóteles, el pensamiento y el movimiento se dan el tiempo, y, al igual que éste, no tienen una actualidad total y simultánea. Por eso pueden ser teóricamente infinitos. Por el contrario, la magnitud no es infinita: “ni por la disminución, ni por el aumento mental “(208 a- 21). Es decir, ni por ser realmente divisible al infinito, ni por ser mentalmente incrementable al infinito, es la magnitud infinita en acto según el Estagirita. Por otra parte, Lucrecio escribió: “Además, si no existe un mínimo, los cuerpos más pequeños constarán de partes infinitas, ya que cada mitad tendrá una mitad, y no habrá límite a la división. ¿Qué diferencia habrá, pues, entre lo inmenso y lo ínfimo? Ninguna; pues aunque el universo sea infinito, sin embargo, las cosas más minúsculas constarán igualmente de partes infinitas. Más como la razón protesta y no admite que la mente pueda creerlo, debes darte por vencido y reconocer que existen cuerpos que ya no tienen partes y constan de la menor cantidad de substancia posible; y puesto que existen, has de conceder también que son sólidos y eternos” (De Rerum natura LIB. I, 615-629). Es, en definitiva, la necesidad de una sintaxis racional coherente la que nos obliga a rechazar una hipótesis que entorpece el constructo explicativo que Lucrecio plantea para hacer de los átomos la matriz de la naturaleza. Por otra parte la misma mente afinando en la búsqueda de lógica para la deducción de sus conceptos expresados en las imágenes poéticas de Lucrecio precisa un espacio infinito: “ Pues si el espacio fuera finito, no podría contener una cantidad infinita de materia; y si ésta fuera limitada y el espacio infinito, ni el mar, ni la tierra, ni las luminosas bóvedas del cielo, ni la raza de los mortales, ni los sagrados cuerpos de los dioses podrán subsistir un instante; pues la masa de la materia, disgregándose, sería llevada, suelta, por el espacio inmenso; o mejor, jamás se hubiera agregado para crear ningún cuerpo, porque sus elementos dispersos no hubieran podido juntarse “ (De Rerum natura, LIB I, 1011-1021 ).
Lucrecio no sólo desnuda, como Demócrito, a los dioses de su poder, sino que también niega el alma del mundo, la efervescencia luminosa de la naturaleza ordenada por el dios ingénito de su propia sustancia; no existe una ilación panteísta que de trabazón a los cuerpos, a los fenómenos y a sus relaciones; son el azar y la materia los que trazan la aparente arquitectura de la vida: “Pues, ciertamente, los átomos no se colocaron de propósito y con sagaz inteligencia en el orden en que está cada uno, ni pactaron entre sí como debían moverse; pero como son innumerables y han sufrido mil cambios a través del todo, maltratados por choques desde la eternidad, van ensayando toda suerte de combinaciones y movimientos, hasta que llegan por fin a disposiciones adecuadas para la creación y subsistencia de nuestro universo“ (De Rerum natura, LIB. I, 1022-1030).
El ser de las cosas y la raíz del movimiento se encuentran en la materia, la persistencia de la vida durante largos ciclos se basa en la continua renovación de la materia ya que ésta fluye sin cesar del infinito: “Para reparar a su tiempo las pérdidas”. En Lucrecio no se plantean los diferentes niveles de abstracción sobre el infinito, ya se trate del mundo físico, matemático o metafísico, división que heredó, en parte, alguna escolástica. Por ejemplo, el éter en Aristóteles no puede ser infinito ya que, de serlo, no podría tener un movimiento rotatorio exigencia de su Física. Como planteó Antonio Prevosti Monclús para Aristóteles “lo infinito se parece al todo pues lo infinito es la materia de la perfección de la magnitud y el todo en potencia, pero no en acto”.
Por el contrario en la cosmología de Lucrecio se elimina la acción continua de la providencia tan necesaria en los sistemas neoplatónicos o en la misma cosmogonía de I. Newton. Es el derroche incesante de los átomos sin vida ni conciencia lo que permite a los diversos mundos aislados en el espacio infinito mantenerse en su equilibrio. Son precisamente estos átomos que no entran de suyo a formar parte de “concilium” o cuerpos compuestos los que impiden, en alguna medida, la disgregación de los átomos que en el juego cósmico del azar forman el mundo. Pero no sólo la consistencia de las cosas está garantizada por los choques de los átomos, también su ordenada disgregación necesaria. El ser correlativo de las cosas depende del tumultuoso azar de los átomos, pero únicamente en la medida en que existe una cantidad adecuada y suficiente de materia que sea capaz de imprimir fuerza por medio de los choques sobreabundantes en todas partes. Justamente, como hoy sabemos, por la aplicación de métodos estadísticos a la genética de poblaciones, sin ir más lejos, o por el factor de probabilidad azarosa en la fecundación de un óvulo únicamente por un espermatozoide entre miles y miles, y, claro está, otros muchos fenómenos resultantes en el campo de la bioquímica, biología o física de los gases… que son la consecuencia de la disposición de las partículas atómicas en un momento de tiempo acotado bajo circunstancias parecidas
Para Lucrecio, en contra de Aristóteles, no existe una potencialidad intrínseca, no existe un lugar natural de las cosas: “A este propósito, guárdate bien de creer, Memmio, que todas las cosas tiendan hacia lo que llaman el centro del mundo, y que gracias a ello el universo se sostiene sin ayuda de choques externos” (De Rerum natura, LIB. I, 1050-1055). Este radicalismo materialista de Lucrecio traería como consecuencia la negación de las direcciones y de los vectores de posición como conceptos expresados en términos absolutos, ya que no existiría un centro del mundo como algo que se “apoya en sí mismo” y que es el fundamento de la localización de todo lo demás que cobraría sentido por el centro de la “cebolla cósmica” como referencia absoluta. Es curioso resaltar como la admisión, sin cortapisas, de esta tesis obligará a Lucrecio a negar la existencia de las antípodas, la cosmografía de Lucrecio al extraer esta conclusión de su axioma anticentrípeto es claramente retardataria; la cosmografía marina necesitaría todavía su renacimiento.
Al ser el universo un espacio infinito, el valor de los pesos también es relativo: “Pues la extensión y el espacio que llamamos vacío, debe tanto por como fuera del centro dejar paso por igual a los pesos, en cualquier dirección que los lleven sus movimientos”. (De Rerum natura, LIB. I, 1074-1077). Establecer una jerarquía a priori en el espacio puede ser en el sistema lucreciano una grieta teológica que por analogía derive hacia un poder divino que establece el orden de la naturaleza y del mundo, aunque no actúe providencialmente sobre el mismo.
La nada sería la ausencia de materia, pero su presencia sería la muerte cósmica: “Pues por cualquier parte que admitas que la materia empiece a faltar, allí habrá una puerta abierta a la Muerte, por allí escapará la materia en masa” (De Rerum natura, LIB. I, 1110-1113). Las propiedades del mundo son las propiedades de la materia; no existen saltos cualitativos. Nadie ha podido disponer el orden actual o el primigenio conforme a un modelo preexistente, frente a los neoplatónicos, toda realidad es consecuencia de lo existente y se bifurca por el movimiento atómico de la caída, de los choques entre átomos y partículas y por el “clinamen”. La armonía del mundo es muy relativa, no es perfecta, pues: “Tan grandes defectos la afean”. Es curioso resaltar como la estética viene en ayuda de la cosmología lucreciana, el torbellino genesiaco del cosmos no permitirá nunca que el mundo, el hombre y sus obras sean plenamente bellos, posean un orden íntegro o inciten e inviten hacia una plenitud inexistente ya que no puede darse un orden íntegro; nada podrá reposar en la luz de la simetría exacta.
La igualdad en el movimiento es el principio de la heterogeneidad momentánea, de esta forma, contando con un escenario inmóvil y vacío, “todos los cuerpos deben moverse con igual celeridad, aun siendo desiguales en peso”. Los choques entre los átomos son posibles debido a la declinación en la caída de algunos átomos, esta declinación debe estar por debajo del umbral de la sensación, no podría ser observada por los sentidos, escapa a la lógica de los sentidos, esta tesis es irrefutable, no se puede invalidar, no se puede falsar: “Pero, que nada se desvíe en absoluto de la vertical, ¿quién es que podría observarlo?
El fatalismo micro y macro físico de Demócrito es contrarrestado por Lucrecio y puesto en entredicho el principio de causalidad cierta, que tiende al infinito siempre actual y permanente, o a remontarse a otras causas más elevadas y sutiles pero también cognoscibles, ya que los átomos al declinar “rompen las leyes previsibles del hado (de la pura naturaleza causal proyectiva y retroyectiva)”, para que una causa no siga a otra causa hasta el infinito. La voluntad libre del hombre es el correlato de la declinación de los átomos. No todo se realiza por el choque de los átomos, la gravedad representa la única necesidad “interna” de los átomos, esta dialéctica necesidad-libertad, en el movimiento atómico, se expresa en la aporía que mantiene presa la mente del hombre entre el deber y la libertad, el conocimiento y el error, la seguridad y la indeterminación, el orden lineal y el tumulto azaroso…; el cerebro humano está constituido por el anverso y el reverso de la física atómica, funciona al captar desordenadamente las cristalizaciones parcialmente ordenadas de la declinación de los átomos, intentando expresarlas en un cierto orden práctico. Es “la exigua declinación de los átomos, en un lugar impreciso y en un tiempo determinado”, el orden de la propia capacidad-limitación de nuestra mente.
Por ello Arquímedes, planteándose el conocimiento científico como una contracción (sístole), será capaz de concebir la estática como una función límite de la dinámica, reduciendo a cero el ángulo de inclinación y las desigualdades que producen. La desigualdad o el equilibrio no son sino casos particulares de proporciones o de ángulos. Concebir lo que hacía reducir a la igualdad es la indispensable fase intermedia que nos permitirá la dilatación, la diástole cognoscitiva. Quedarse en el principio de identidad equivale al mutismo. Por ello, la estática es un discurso de la desigualdad que se anula a medida que se desarrolla. Evalúa la desviación, la describe, la mide y la reduce a cero. Arquímedes trata de encuadrar en un estado los procedimientos de rectificación, cuadraturas y cubicaciones, mediante el más y el menos, por ejemplo mediante polígonos inscritos y circunscritos. Geometría y mecánica se enhebran en una unidad metodológica, en una sistematicidad. La aprehensión intelectual exige poder, estratégicamente, eliminar una desviación estimada. Sin este requiebro conceptual, la estática no habría nacido, pues es lo que la hace posible y enunciable; sin él no habría palanca, ni máquina simple, ni polea, ni torno en sus sistemática aplicación teórica y práctico-calculística. El principio de razón que afirma que existe algo, no más bien nada, es la versión intelectual de la lluvia de átomos declinantes de Lucrecio, de la misma forma que el principio de identidad hace referencia al espacio vacío poblado de átomos en vertical caída libre. La ciencia es la evaluación posible de la desviación atómica. Sin desviación atómica el conocimiento queda vacío de contenido, detrás del telón de la continuidad no hay ni imágenes, ni figuras ni cuerpos que representen el drama del mundo y de la vida humana. Pero además sabemos que el mismo cerebro está constituido y funciona conforme a la danza ininterrumpida de las partículas atómicas. El movimiento de los átomos, como la cantidad total de materia, siguiendo a Epicuro, es siempre el mismo; la densidad de los átomos es siempre la misma, ni es posible añadir o quitarle al mundo materia: “La suma de materia no fue nunca ni más densa ni enrarecida por intervalos mayores. Pues nada viene a incrementarla, ni de ella nada perece”.
El propio universo es el único receptáculo-escenario donde la materia existe, ni la materia puede escapar de él, ni fuera de él puede venir fuerza o materia alguna. El movimiento es eterno, recorre el tiempo sin verse modificado, su forma de actuar de “empujar” a las partículas es siempre la misma aunque lógicamente a un nivel de la materia que nos resulta inobservable, únicamente el intelecto plantea una hipótesis coherente que se correspondería con los procesos últimos, con los procesos radicales de la materia. La variedad de formas de los átomos, para Lucrecio, se basa, de la misma manera que la de las conchas marinas o de las semillas de un mismo cereal, en la inexistencia de un modelo formal eterno, no existe una ley creadora del Demiurgo, sino una azarosa frondosidad fértil por la casual combinación entre los átomos. Los átomos son heterogéneos, ya de la eternidad fluye la vida que es fruto de la variada combinación de átomos diversos complementarios. La contextura de los cuerpos no depende sólo de la mayor o menor densidad de sus átomos, sino también de la manera cómo están unidos, lo cual, es, a su vez, efecto de su forma; no nos encontraríamos muy lejos de la moderna cristalografía.
Las formas de los átomos, en contra de la tesis de Demócrito, quien afirmaba la infinitud de las formas atómicas y admitía la posibilidad de que hubiera átomos grandes como el mundo, varían en un número limitado de agrupaciones. La diversidad de disposiciones, en las redes atómicas, depende de la complejidad de los tamaños de los objetos y por consiguiente de nuevas formas de nuevos átomos dispuestos a ser engarzados en nuevas y más complejas redes, pero este proceso según Lucrecio, no es infinitesimal ya que: “Los seres creados distan entre sí un trecho limitado, pues están contenidos entre dos puntos uno a cada extremo, y los acosan de un lado las llamas, del otro el hielo que pasma”. (De Rerum natura, LIB. II, 520-523). Este planteamiento lucreciano se podría considerar análogo con el concepto matemático de intervalo cerrado de extremos. Se trata de una infinitud material inteligible de los átomos y vendría a representar una trabazón sintética, más de dos siglos antes de ser formuladas por Plotino y sus dos términos como opuestos en dicotomía: el infinito positivo y el infinito negativo, el intelectual y el indeterminado; propiamente espiritual el primero y el segundo material en su procedencia extensiva. El átomo material, corpuscular poseerá para el poeta y filósofo romano, por el contrario ambas infinitudes en sí y en su mismo movimiento.
Lucrecio afirmará a la manera casi silogística: “En efecto, siendo limitada la diferencia de formas, necesario es que las iguales sean ilimitadas, o en otro caso la suma de la materia debería ser finita, lo cual te demostraré no ser cierto, haciéndote ver con mis versos que los corpúsculos de la materia, acudiendo de todas partes en recta incesante, con sus golpes mantienen inalterable la suma de las cosas desde el infinito” (De Rerum natura, LIB. II, 525-530).
Lucrecio creerá, como los epicúreos, en el principio de isonomía o distribución equilibrada de los seres. De tal forma que cualquier desequilibrio en la aparición de los individuos de una especie en un lugar del mundo es probable que, por la infinitud del tiempo, materia y movimiento, en cualquier otro vea completado su punto compacto de equilibrio. Por ello también existe la perenne igualdad de los movimientos atómicos, cuyos efectos creadores y destructores se equilibran a lo largo y ancho del tiempo y del espacio.
La teoría del conocimiento de Lucrecio como la “canónica” de Epicuro que lleva su influencia hasta la “Syntagma Philosophicum”, Lógica II, 5, de Pierre de Gassendi, es de tendencia empírico-racionalista frente a las tendencias puramente empiristas dentro del epicureísmo como las del Filodemo de Gadara. Las impresiones sensibles consisten en formas o especies de movimiento recibidas por los órganos sensibles que la mente usa como signos, como correlatos de las causas que las han producido pero no más: “No pretendo que, de todas las cosas que crean los seres sensibles, pueda sin excepción y al momento nacer la sensibilidad, sino que importa mucho, primero, la pequeñez de los elementos productores de lo sensible, después, la forma que tengan, y, por último, sus movimientos, su orden y sus posiciones” (De Rerum natura, LIB. II, 892-896).
Toda contradicción, todo hundimiento y todo pasmo retrotraen la ética, la angustia y la estética a un pretencioso conocimiento tranquilizador que se basa en la raíz más profunda de todo: el saber de la ciencia física. Como afirmó M. Serres[14], la declinación genera la turbulencia que hace y deshace las cosas según un orden proveniente estocásticamente del desorden pero que retorna a él, la materia y los gérmenes constituyen el origen de la vida humana y también su quebranto, su aniquilación.
Pero a nosotros todavía por medio de la aplicación de la filosofía de la sospecha al poema de Lucrecio nos cabría una pregunta capital fruto de la duda psicológica y también intelectual. ¿No se trataría de un constructo intelectual más, entre otros muchos en la historia de la cultura, para adentrarnos en la razón cósmica y necesaria librando al hombre de toda angustia y aparente sinrazón ¿ No será una nueva teología laica sin concesiones ni al corazón ni a la sensibilidad? El mismo Lucrecio nos da lugar a pensarlo cuando escribió: “Pues tal como los niños tiemblan y de todo se espantan en las ciegas tinieblas, así muchas veces nosotros en la luz tememos cosas que en nada son más espantables que las que en lo oscuro temen los niños y creen inminentes. Preciso es, pues, este temor y tinieblas del ánimo, disiparlos no con los rayos del sol y los lúcidos dardos del día, sino con la contemplación de la Naturaleza y de la Ciencia” (De Rerum natura, LIB. VI, 35-41). ¿Es la física una huida del dolor-miedo humanos, impulsada por esas mismas pasiones? Se escapa Lucrecio de nuestra pregunta, astuto y sutil escribirá: “Eliminemos la vanidad de la angustia”.
Gracias. Cordiales saludos,
Luis Fernando Torres Vicente. ZARAGOZA
LICENCIADO EN FILOSOFÍA PURA EN LA UNED
SUFICIENCIA INVESTIGADORA EN FILOSOFÍA DEL DERECHO U. DE ZARAGOZA
PROFESOR FUNCIONARIO DE FILOSOFÍA EN ENSEÑANZAS MEDIAS
ESTUDIANTE DE DERECHO EN LA UNED
[1] SERRES, Miguel: “El Nacimiento de la Física en el texto de Lucrecio”. Versión de José L. Pardo. Pretextos, 1994. Valencia
[2] BALANDJER, George. “El Desorden, la teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento”. Gedisa editorial, S.A. 2ª Edición 1990. Barcelona. PRIGOGINE, Ilya, STENGERS, Isabela . “La nueva alianza, metamorfosis de la ciencia”. Versión española de Manuel García Valverde. Alianza Universidad, 1990. Madrid.
[3] PLATZECK, ERARDO-Wolfram O.F.M. “La Evolución de la Lógica Griega en el aspecto esencial de la analogía desde la época de los Presocráticos hasta Aristóteles”. CSIC. Instituto “Luis Vives” de Filosofía. Barcelona, 1954.
[4] GUTHRIE, W.K.G. “Historia de la Filosofía Griega” v. II, p.411. Editorial Gredos, Madrid, 1984.
[5] BERNAL, John D. “Historia Social de la Ciencia”. 2 volúmenes, quinta edición. Ediciones Península, 1979. Barcelona.
5a FEYERABEND, Paul K.: “Límites de la Ciencia”. Introducción: Diego Ribes, 1ª edición. Editorial Paidos Ibérica, S. A. , 1993-Barcelona.
[6] CARNOT, Saudi : “Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego”. Alianza Universidad. 1987. Madrid
[7] NUEVO. SANTAYANA, G.: “La vida de la razón o fases del progreso humano.” Tecnos. Madrid, 2005, p.273. 10.-) 8.-)BOLTZMANN, Ludwig: “Escritos de mecánica y termodinámica”. Traducción, introducción y notas de Francisco Javier Odón Ordóñez. Alianza Editorial. Madrid, 1986
[9] PREVOTI MONCLUS, Antonio: “ La teoría del Infinito en Aristóteles”. Prólogo de José Mª. Petit Sullú. Promociones Publicaciones Universitarias. Barcelona, 1985.
[10] VICO, Giambattista: “ Principios de una Ciencia Nueva sobre la Naturaleza comúnde las Naciones”. Aguilar Argentina S.A. Buenos Aires, 1981.
[11] BOCHNER, Salamon: “El papel de la matemática en el desarrollo de la ciencia”. Versión española de Mariano Martínez Pérez. Alianza Editorial. Madrid, 1986. EINSTEIN, Albert: “Sobre la teoría de la relatividad especial y general”. Alianza Editorial. Madrid, 1991. HOFFMANN, Banesh: “La relatividad y sus orígenes” Editorial Labor S.A. Barcelona, 1985.
[12] ARQUIMEDES: “El Método”. Introducción y notas de Luis Vega. Alianza Editorial. Madrid, 1986.
[13] LUCRECIO CARO, Tito: “De la Naturaleza”. Texto revisado y traducido por Eduardo Valentí. C.S.I.C. Madrid, 1983.
[14] Op. cit.