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Artículos - Editorial - El búho ante el espejo
15/10/2015

Historia política de la España del siglo XIX


por Antonio Colomer Viadel


El pasado 7 de octubre, en el Palacio de Colomina, del CEU, en Valencia, se inauguró una exposición de grabados, litografías y caricaturas políticas del siglo XIX que es una colección que he reunido a lo largo de mi vida. En esa ocasión, después de la intervención del Comisario de la exposición, el profesor Vicente Navarro de Lujan, que redactó así mismo el texto del programa, pronuncié las siguientes palabras:
Me encuentro como en casa en esta sede académica porque ya aquí, hace años, celebramos el Seminario sobre Cultura de paz y medidas para garantizarla, y se publicó la Declaración de Valencia de Cultura de Paz. También en la Universidad Cardenal Herrera, a la que está vinculada esta Fundación CEU, realizamos otro seminario sobre Rusia: en vísperas de su futuro. Ambos seminarios dieron lugar a libros que han tenido bastante éxito.
Esta colaboración se desarrolló en el marco del Convenio que firmé con el entonces Rector de la Universidad Cardenal Herrera, profesor Doctor D. José Luis Manglano, en mi condición de Presidente de la Fundación FLAPE y director de sus institutos INAUCO e IBEM.
Lo cierto es que aquella colaboración fue institucional y hoy se trata de dar a conocer una colección personal que he reunido a lo largo de bastantes años de mi vida. Quiero agradecer, en primer lugar, a Vicente Navarro de Luján su dedicación a preparar esta exposición y que fuera el que impulsó la idea de realizarla. También en este agradecimiento incluyo a Carmen Puerto, directora de este Centro, que ha puesto un gran entusiasmo con ese espíritu de compromiso e ilusión que pone en todo su trabajo.
Conviene hacer una aclaración sobre el título de la exposición, ya que, los siglos cronológicos no coinciden necesariamente con los siglos políticos. Recuerdo que el gran historiador Eric Hobsbawn, en su Historia del siglo XX, escribió que el mismo se iniciaba en 1914, con la Primera Guerra Mundial y terminaba en 1991, con la desintegración de la Unión Soviética.
Por mi parte diré que el siglo XIX español empieza en 1808 cuando el Motín de Aranjuez en el que un rey absoluto como era Carlos IV, se ve forzado por un movimiento popular a abdicar en su hijo Fernando VII. Además, menos de dos meses después, el 2 de mayo de aquel año, en Madrid, se produce un alzamiento popular contra el ejército napoleónico que de ser aliado se transforma en ocupante y va a imponer un rey de la dinastía napoleónica, José I. Ambos acontecimientos pero en especial la llamada guerra de la Independencia va a ser una levadura para crecer la identidad nacional española que tendrá su reflejo constitucional en aquel Cádiz sitiado por el ejército francés pero que elabora numerosos decretos de libertad y culmina con la Constitución de 1812, acuñando para el lenguaje político universal los términos liberal y liberalismo.
Este siglo XIX español, a mi modo de ver, llega hasta 1923 cuando el Golpe de Estado del General Primo de Rivera instaura la llamada Dictadura, que acaba con el largo periodo de la Restauración, con gobiernos que se alternan, conservadores y liberales de nuevo cuño, pero en un Régimen de fraudes electorales y estabilidad comprada.
En cuanto al origen de esta colección he de decir que fue en mi casa, a incitación de mi padre, que empecé a leer los discursos parlamentarios de Antonio Aparisi y Guijarro, considerado por Emilio Castelar, como uno de los más excelsos oradores parlamentarios de la España del XIX. Allí no sólo me admiré por su oratoria sino que descubrí, a través de sus denuncias de los fraudes electorales y de la corrupción de su época, los problemas pendientes de solución y las ocasiones perdidas a lo largo de ese siglo XIX. Años después, en 1994, publiqué el libro “La exigencia moral en la política, Antonio Aparisi y Guijarro”. Un homenaje a aquel hombre íntegro y cabal que era admirado hasta por sus adversarios políticos.
Por ello, al llegar a la Universidad, en la Facultad de Derecho, se incrementó esta pasión por la vida española política y constitucional y su emergencia a lo largo del XIX, gracias al magisterio de dos profesores admirables como fueron Diego Sevilla y Joaquín Tomás Villarroya, que me llevaron de la mano de sus obras a considerar aquellos personajes decimonónicos como casi miembros de la familia.
Por esta razón, y bajo la dirección de Diego Sevilla, mi tesis doctoral fue sobre la Constitución de 1837, la primera constitución moderna de España, en la que se crea el Congreso de los Diputados y el Senado y se formaliza por vía parlamentaria un régimen de vinculación del Gobierno a las mayorías parlamentarias. La obra fue apasionante pero agotadora y a la que tuve que dedicar varios años porque el Diario de Sesiones de aquellas Cortes constituyentes estaba formada por una veintena de enormes volúmenes con miles de páginas dedicadas a largos debates, llenos de finura y agudeza dialéctica. La Constitución de 1837 que reforma la Constitución de Cádiz, pero es fiel al espíritu liberal progresista que la inspira, expresa la importancia de ese liberalismo, traspasado de romanticismo, que supone también una lucha por la justicia, el desmontaje de privilegios y la construcción de un orden constitucional más igualitario. Fue otra ocasión perdida ya que los moderados conservadores la desmontarían en 1845. Del mismo modo que las ocasiones perdidas de 1812 y 1820 cuando se restaura la Constitución de Cádiz, pero un ejército francés, de nuevo impone el absolutismo en 1823.
Aquel enorme trabajo me hizo ver que como fuente de la historia política y constitucional con ser importantes los debate parlamentarios, lo era también los periódicos de la época y especialmente aquellos que acogiéndose a la libertad de imprenta ejercían una crítica política aguda, ilustrada en muchas ocasiones de caricaturas y retratos jocosos sobre los políticos y las situaciones que el país vivía.
Recuerdo especialmente de aquella época la calidad del periódico El Eco del Comercio, por el rigor de sus análisis desde una perspectiva del liberalismo exaltado y progresista.
Para la portada del programa seleccioné un dibujo caricaturesco publicado en el periódico “La Flaca”, en 1869, en el que aparece el General Juan Prim, a la sazón Presidente del Gobierno sosteniendo con su espada un sillón Real y por debajo un grupo de políticos miedosos que le dicen: “¡Por Dios, D. Juan! Mire V. que si este mueble cae, nos descrisma. A lo que él responde: ¡Qué miedosos!... Mientras la punta de mi espada lo sostenga, no haya temor de que venga abajo.” Se trata de ese momento de cambio en la cabeza del Estado, ya que, la Reina Isabel II se ha exiliado y Prim quiere establecer un Régimen político regenerado y honesto fruto de la llamada Revolución La Gloriosa que él encabeza y cuya obra es la Constitución de 1869, avanzada y progresista, en donde se regula por primera el Derecho de asociación y todas las libertades públicas.
La mayoría de las espléndidas caricaturas aquí expuestas pertenecen al periódico ilustrado Joco-Serio El Búho, de los años 70 del siglo XIX.
Juan Prim, el primer y único catalán que ha sido Presidente del Gobierno de España es todo un símbolo de esta época. Liberal progresista, luchador por la justicia, denunciador de las camarillas que enturbian el poder, no sólo fue un militar heroico que por méritos de guerra ascendió de soldado hasta General, sino fue también un político, elegido Diputado y Senador en varias ocasiones por distritos catalanes, en especial por Tarragona y su ciudad natal, Reus, que defendió los intereses catalanes, por ejemplo en el caso de los tejidos de su tierra, cuando se pretendió una libertad de comercio que beneficiaba a los textiles ingleses frente a los catalanes. Ahora bien, sobre todo luchó  por un entendimiento profundo de todas las gentes de España. En 1866, desde Portugal, publica un Manifiesto a los españoles en el que propone una profunda regeneración de la vida política del país eliminando corruptelas y clientelismos y termina destacando la importancia de la concordia de todos los españoles.
Esta revolución Gloriosa que tuvo en Prim su principal adalid fue otra gran ocasión perdida en la historia española porque la víspera de la llegada a España como nuevo rey de un príncipe ilustrado como lo era Amadeo de Saboya, el 27 de diciembre de 1870, Prim era malherido por un atentado, inspirado por la negra reacción de siempre y moría tres días después aquel hombre que predicó la emulación de las mejores virtudes del resto del país para colocar la estima hacia los catalanes en la más alta consideración del conjunto de los españoles.
Esta tragedia nacional dio paso a la situación caótica de la Primera República y luego a la Restauración Borbónica con Alfonso XII y el llamado Régimen de la Restauración con una alternancia pactada entre conservadores y liberales, que enmascaraba un fraude sistemático de la vida política y, como he dicho al principio, se va a prolongar y continuar ese siglo XIX hasta 1923, año en el que el capitán general de Cataluña, el general Miguel Primo de Rivera, acaba con el régimen político e instaura una dictadura de obras pretendiendo pacificar la vida del país. En enero de aquel año, en Barcelona, Don Francisco Cambó, que había sido ministro con Don Antonio Maura en 1918, y era líder de la Lliga Regionalista, pronuncia una conferencia titulada “Por la concordia” –¿recordáis el manifiesto de Juan Prim a los españoles?- en la que considera que el país está dividido entre los que sólo pretenden asimilar y el nacionalismo secesionista, y señala las ventajas de la conciliación e incluso de una integración ibérica en la península. En la edición de aquella conferencia, años después, en 1927, Cambó recuerda que el General Primo de Rivera hizo un gran elogio de su conferencia. Meses más tarde, sin embargo, cuando instaura su dictadura se olvidó de tales elogios y se apuntó a la tesis de silenciar cualquier discrepancia. La historia nos cuenta cómo acabó este proceso: la caída de la Monarquía, una Segunda República convulsa y la Guerra Civil. Esta sería, sin embargo, otra historia y otra exposición. Lo que no quisiera dejar de recordarles es que los pueblos que olvidan su historia pueden estar condenados a repetirla.
 
ANEXO
Memoria de la exposición
                Con el título “Historia política de la España del siglo XIX. Grabados, litografías y caricaturas políticas” el Palacio de Colomina, sede de actividades culturales de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU en Valencia, se ofrece al público valenciano una exposición cuyos fondos corresponden a la colección particular del profesor Dr. D. Antonio Colomer Viadel y que permiten un amplio recorrido por lo que fue la prensa satírica española durante el siglo XIX español. Desde estas líneas queremos mostrar nuestro agradecimiento al profesor Colomer por su generosidad, al posibilitar que los valencianos puedan contemplar y disfrutar con lo que es el fruto de muchos años de su faceta coleccionista.
El siglo XIX español fue convulso y creativo, con una zarandeada vida política, pero, pese a lo que a veces se escribe, no más espasmódica y agitada que la vivida por otras naciones de nuestro entorno, como por ejemplo Francia o las potencias centroeuropeas.
                Como no podía ser menos, la libertad de prensa e imprenta sufre los avatares de los cambios políticos, con sucesivos periodos de oscuridad y otros de trepidante actividad impresora. Nuestro siglo XIX se abre con un esperanzador periodo determinado por la decisión de las Cortes Cádiz de decretar la libertad de imprenta en 1811, incluso antes de que se promulgara la Constitución gaditana, lo que produjo una inusitada multiplicación de publicaciones del más diversos signo, incluido el satírico.
                Pero poco duró ese oasis, porque con el regreso de Fernando VII y tras el Manifiesto de los Persas se prohibieron todas las publicaciones, salvo las de carácter oficial, para volver a la libertad de impresión en el breve periodo del Trienio liberal, y de nuevo restablecerse la más absoluta censura durante más de una década.
                Posteriormente, durante el reinado de Isabel II, la libertad de imprenta  va a vivir las vicisitudes correspondientes  a los diversos gobiernos que se suceden, moderados o progresistas, y dependiendo de cada texto constitucional vigente. Así, la Constitución de 1837 proclamaba la libertad de prensa, pero se establecía el depósito previo de las publicaciones para su revisión por parte de las autoridades gubernativas, y en la Constitución moderada de 1845, aunque se reconocía dicha libertad, su ejercicio quedaría bajo el control del ejecutivo. Sería a partir de La Gloriosa y con la Constitución de 1869 cuando en España se instaure una plena libertad de prensa e imprenta, lo que dio lugar a la aparición de numerosas publicaciones de todo género, hasta el punto de que ya en la Restauración con la Ley de imprenta de 1883 llegaron a existir más de seiscientas publicaciones registradas, entre las cuales cabe destacar la gran eclosión que se produce de la prensa satírica con publicaciones como “La Gorda”, “El Papelito”, ambos de tendencia carlista, “Los descamisados”, “El Petróleo”, “La Bomba”, “El Caos”, “El Guirigay”, “El loro”, “La Flaca”, de tendencia republicana federal, etc.
                Reflejo de esta libertad de prensa decimonónica es la exposición que presentamos, de cuyo contenido destaca la amplia presencia de ejemplares de dos publicaciones satíricas muy destacadas en aquel siglo: “El Loro” y “La Flaca”.
                “El Loro” fue un semanario satírico editado en Barcelona que fue publicado entre los años 1878-1885, llegándose a publicar 272 números,  con litografías a color de muy alta calidad debidas sobre todo a  Tomàs Padró, la mayor parte de los cuales se imprimieron en la Litografía Artés. Cada número constaba de cuatro páginas y sus  textos eran de contenido satírico, normalmente sin firma o firmados mediante seudónimos, y su contenido se situaba políticamente en el ámbito del republicanismo democrático con un claro sesgo anticlerical y contrario al carlismo, así como, curiosamente, al mundo de la tauromaquia.
                De parecidas características era “La Flaca”,  editada en Barcelona en la Litografía de Juan Vázquez,  cuya portada se abría con una imagen alegórica a España representada por una escuálida mujer que se apoyaba sobre el escudo nacional y a cuyo lado se situaba un no menos famélico león. Su primer número salió en marzo de 1869 y su contenido ya fijaba la pauta que seguiría la publicación en lo sucesivo,  con cuatro páginas, una de ellas magníficamente ilustrada a todo color por la mano de Tomàs Padró, el mismo artista que colabora en “El Loro”. En la ilustración de este primer número se observa a los generales Prim, Serrano y Topete situados tras una mesa  que proceden a la subasta de la corona y cetro españoles, ironizando sobre la búsqueda de monarca para España tras la salida de Isabel II. Al igual que en el caso de “El Loro” la mayor parte de las colaboraciones literarias figuraban sin firma o bien con seudónimo. 
                Caracterizada también por su anticarlismo y anticlericalismo, “La Flaca” se destacó por su constante oposición al General Prim lo que le valió alguna suspensión y la necesidad de cambiar de cabecera en determinados periodos históricos.
                En su primer número, a modo de editorial y no con poca ironía,  los editores definían el producto que lanzaban al mercado del siguiente modo:
                “Ya apareció LA FLACA. LA FLACA es un periódico que sin ser político, comercial, industrial y noticiero, jocoso ni serio, tendrá un poco de todo. LA FLACA no es republicana, ni demócrata, ni progresista, ni unionista, ni menos nea. LA FLACA es española, y sobre todo catalana.  Es la amiga del hombre honrado, la amiga del trabajo. LA FLACA no adulará a los unos ni rebajará a los otros; se hallará siempre al lado de la razón y de la justicia; defenderá lo que juzgue digno de defensa y censurará lo que merezca ser censurado. En  una palabra, seremos un periódico serio con las cosas serias; nos reiremos cuando haya que reírse; pero no nos rebajaremos hasta la personalidad ni mucho menos nos valdremos de chanzas pesadas para ridiculizar este o aquel partido, tal o cual institución, esa o esotra manifestación particular. LA FLACA considera la libertad de imprenta como una cosa buena, sublime;  pero al mismo tiempo no ignoran sus redactores que la libertad no quiere decir licencia, que el escritor público ante todo debe conservar su dignidad, y que los abusos de la prensa son peores que los excesos de la tiranía. Por eso LA FLACA se propone ser cortés, comedida, no tanto por lo que se debe a sí misma cuanto lo que debe a sus lectores. Si delinque alguna vez, si se extralimita, culpa será de su inexperiencia, no de su mala fe; podrás más bien achacarse su falta a un exceso de celo, que a mala voluntad y poco patriotismo.  LA FLACA está por todas las libertades en su más lata extensión, pero sin contradecirse a sí misma puede declarar en alta voz que no es libre-cambista, pues ya hemos dicho que somos catalanes ante todo. LA FLACA es amiga de todos, respeta todas las opiniones. Para LA FLACA no hay dicha más grande que  el bienestar de la patria. LA FLACA desea ver a la España contenta, feliz, grande, envidiada. LA FLACA quiere que todos los españoles estén gordos, rollizo, sanos, y robustos. LA FLACA no quiere turrón, que se aficiona al dulce: lo que quiere es pan, pan en abundancia. LA FLACA quiere que florezcan  el comercio, la industria, las artes y la agricultura españolas. Quiere que los capitales no se alejen de la patria, sino que vengan los de extrañas tierras. Quiere que seamos todos hermanos, que cesen nuestras civiles discordias. Quiere que no haya más partidos que el partido español, más lemas que el lema de la honradez, más bandera que la del trabajo. Que cesen los agravios, los rencores, los odios eternos.  En fin, LA FLACA quiere, y para ello se desvelará constantemente,  lo que quieren los hombres honrados: paz, laboriosidad y protección para todos. Hemos dicho lo bastante para demostrar que somos amigos de todo lo bueno y acérrimos enemigos de lo malo. Si nuestras obras corresponden a nuestros propósitos, el público lo juzgará”.
                La  muestra que presentamos recoge diversas portadas de las publicaciones citadas, así como de otras publicaciones, un conjunto de grabados de la época y objetos tan curiosos como una baraja relacionada con el acontecer político de aquella etapa y de sus protagonistas
                En el recorrido por la exposición que presentamos el visitante podrá familiarizarse,  través de las jocosas caricaturas que se exhiben,  con la España del Siglo XIX, sus personalidades, y los problemas que aquejaban a los españoles de aquellos tiempos.  Topete, Prim, Serrano, Espartero, Sagasta, Cánovas y tantos otros personajes desfilan ante nuestros ojos y protagonizan los sucesos políticos nacionales de aquella época: las vicisitudes del reinado de Isabel II, la Gloriosa, la inaudita búsqueda de un monarca para España, la Restauración, las guerras africanas y las incidencias de los diversos partidos políticos en liza. Todo ello con gran maestría artística y con punzante humor, que esperamos dibuje una sonrisa en el visitante.
                Valencia, octubre de dos mil quince
                Vicente L. Navarro de Luján






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