El pasado 7 de octubre, en el Palacio de Colomina, del CEU,
en Valencia, se inauguró una exposición de grabados, litografías y caricaturas
políticas del siglo XIX que es una colección que he reunido a lo largo de mi
vida. En esa ocasión, después de la intervención del Comisario de la
exposición, el profesor Vicente Navarro de Lujan, que redactó así mismo el
texto del programa, pronuncié las siguientes palabras:
Me encuentro como en casa en esta sede académica porque ya
aquí, hace años, celebramos el Seminario sobre Cultura de paz y medidas para
garantizarla, y se publicó la Declaración de Valencia de Cultura de Paz.
También en la Universidad Cardenal Herrera, a la que está vinculada esta
Fundación CEU, realizamos otro seminario sobre Rusia: en vísperas de su futuro.
Ambos seminarios dieron lugar a libros que han tenido bastante éxito.
Esta colaboración se desarrolló en el marco del Convenio que
firmé con el entonces Rector de la Universidad Cardenal Herrera, profesor
Doctor D. José Luis Manglano, en mi condición de Presidente de la Fundación
FLAPE y director de sus institutos INAUCO
e IBEM.
Lo cierto es que aquella colaboración fue institucional y
hoy se trata de dar a conocer una colección personal que he reunido a lo largo
de bastantes años de mi vida. Quiero agradecer, en primer lugar, a Vicente
Navarro de Luján su dedicación a preparar esta exposición y que fuera el que
impulsó la idea de realizarla. También en este agradecimiento incluyo a Carmen
Puerto, directora de este Centro, que ha puesto un gran entusiasmo con ese
espíritu de compromiso e ilusión que pone en todo su trabajo.
Conviene hacer una aclaración sobre el título de la
exposición, ya que, los siglos cronológicos no coinciden necesariamente con los
siglos políticos. Recuerdo que el gran historiador Eric Hobsbawn, en su Historia
del siglo XX, escribió que el mismo se iniciaba en 1914, con la Primera Guerra
Mundial y terminaba en 1991, con la desintegración de la Unión Soviética.
Por mi parte diré que el siglo XIX español empieza en 1808
cuando el Motín de Aranjuez en el que un rey absoluto como era Carlos IV, se ve
forzado por un movimiento popular a abdicar en su hijo Fernando VII. Además,
menos de dos meses después, el 2 de mayo de aquel año, en Madrid, se produce un
alzamiento popular contra el ejército napoleónico que de ser aliado se
transforma en ocupante y va a imponer un rey de la dinastía napoleónica, José
I. Ambos acontecimientos pero en especial la llamada guerra de la Independencia
va a ser una levadura para crecer la identidad nacional española que tendrá su
reflejo constitucional en aquel Cádiz sitiado por el ejército francés pero que
elabora numerosos decretos de libertad y culmina con la Constitución de 1812,
acuñando para el lenguaje político universal los términos liberal y
liberalismo.
Este siglo XIX español, a mi modo de ver, llega hasta 1923
cuando el Golpe de Estado del General Primo de Rivera instaura la llamada
Dictadura, que acaba con el largo periodo de la Restauración, con gobiernos que
se alternan, conservadores y liberales de nuevo cuño, pero en un Régimen de
fraudes electorales y estabilidad comprada.
En cuanto al origen de esta colección he de decir que fue en
mi casa, a incitación de mi padre, que empecé a leer los discursos
parlamentarios de Antonio Aparisi y Guijarro, considerado por Emilio Castelar,
como uno de los más excelsos oradores parlamentarios de la España del XIX. Allí
no sólo me admiré por su oratoria sino que descubrí, a través de sus denuncias
de los fraudes electorales y de la corrupción de su época, los problemas
pendientes de solución y las ocasiones perdidas a lo largo de ese siglo XIX.
Años después, en 1994, publiqué el libro “La exigencia moral en la política,
Antonio Aparisi y Guijarro”. Un homenaje a aquel hombre íntegro y cabal que era
admirado hasta por sus adversarios políticos.
Por ello, al llegar a la Universidad, en la Facultad de
Derecho, se incrementó esta pasión por la vida española política y
constitucional y su emergencia a lo largo del XIX, gracias al magisterio de dos
profesores admirables como fueron Diego Sevilla y Joaquín Tomás Villarroya, que
me llevaron de la mano de sus obras a considerar aquellos personajes
decimonónicos como casi miembros de la familia.
Por esta razón, y bajo la dirección de Diego Sevilla, mi
tesis doctoral fue sobre la Constitución de 1837, la primera constitución moderna
de España, en la que se crea el Congreso de los Diputados y el Senado y se
formaliza por vía parlamentaria un régimen de vinculación del Gobierno a las
mayorías parlamentarias. La obra fue apasionante pero agotadora y a la que tuve
que dedicar varios años porque el Diario de Sesiones de aquellas Cortes
constituyentes estaba formada por una veintena de enormes volúmenes con miles
de páginas dedicadas a largos debates, llenos de finura y agudeza dialéctica.
La Constitución de 1837 que reforma la Constitución de Cádiz, pero es fiel al
espíritu liberal progresista que la inspira, expresa la importancia de ese
liberalismo, traspasado de romanticismo, que supone también una lucha por la
justicia, el desmontaje de privilegios y la construcción de un orden constitucional
más igualitario. Fue otra ocasión perdida ya que los moderados conservadores la
desmontarían en 1845. Del mismo modo que las ocasiones perdidas de 1812 y 1820
cuando se restaura la Constitución de Cádiz, pero un ejército francés, de nuevo
impone el absolutismo en 1823.
Aquel enorme trabajo me hizo ver que como fuente de la
historia política y constitucional con ser importantes los debate
parlamentarios, lo era también los periódicos de la época y especialmente
aquellos que acogiéndose a la libertad de imprenta ejercían una crítica
política aguda, ilustrada en muchas ocasiones de caricaturas y retratos jocosos
sobre los políticos y las situaciones que el país vivía.
Recuerdo especialmente de aquella época la calidad del
periódico El Eco del Comercio, por el rigor de sus análisis desde una
perspectiva del liberalismo exaltado y progresista.
Para la portada del programa seleccioné un dibujo
caricaturesco publicado en el periódico “La Flaca”, en 1869, en el que aparece
el General Juan Prim, a la sazón Presidente del Gobierno sosteniendo con su
espada un sillón Real y por debajo un grupo de políticos miedosos que le dicen:
“¡Por Dios, D. Juan! Mire V. que si este mueble cae, nos descrisma. A lo que él
responde: ¡Qué miedosos!... Mientras la punta de mi espada lo sostenga, no haya
temor de que venga abajo.” Se trata de ese momento de cambio en la cabeza del
Estado, ya que, la Reina Isabel II se ha exiliado y Prim quiere establecer un
Régimen político regenerado y honesto fruto de la llamada Revolución La Gloriosa
que él encabeza y cuya obra es la Constitución de 1869, avanzada y progresista,
en donde se regula por primera el Derecho de asociación y todas las libertades
públicas.
La mayoría de las espléndidas caricaturas aquí expuestas
pertenecen al periódico ilustrado Joco-Serio El Búho, de los años 70 del siglo
XIX.
Juan Prim, el primer y único catalán que ha sido Presidente
del Gobierno de España es todo un símbolo de esta época. Liberal progresista,
luchador por la justicia, denunciador de las camarillas que enturbian el poder,
no sólo fue un militar heroico que por méritos de guerra ascendió de soldado
hasta General, sino fue también un político, elegido Diputado y Senador en
varias ocasiones por distritos catalanes, en especial por Tarragona y su ciudad
natal, Reus, que defendió los intereses catalanes, por ejemplo en el caso de
los tejidos de su tierra, cuando se pretendió una libertad de comercio que
beneficiaba a los textiles ingleses frente a los catalanes. Ahora bien, sobre
todo luchó por un entendimiento profundo
de todas las gentes de España. En 1866, desde Portugal, publica un Manifiesto a
los españoles en el que propone una profunda regeneración de la vida política
del país eliminando corruptelas y clientelismos y termina destacando la
importancia de la concordia de todos los españoles.
Esta revolución Gloriosa que tuvo en Prim su principal
adalid fue otra gran ocasión perdida en la historia española porque la víspera
de la llegada a España como nuevo rey de un príncipe ilustrado como lo era
Amadeo de Saboya, el 27 de diciembre de 1870, Prim era malherido por un
atentado, inspirado por la negra reacción de siempre y moría tres días después
aquel hombre que predicó la emulación de las mejores virtudes del resto del
país para colocar la estima hacia los catalanes en la más alta consideración
del conjunto de los españoles.
Esta tragedia nacional dio paso a la situación caótica de la
Primera República y luego a la Restauración Borbónica con Alfonso XII y el
llamado Régimen de la Restauración con una alternancia pactada entre
conservadores y liberales, que enmascaraba un fraude sistemático de la vida
política y, como he dicho al principio, se va a prolongar y continuar ese siglo
XIX hasta 1923, año en el que el capitán general de Cataluña, el general Miguel
Primo de Rivera, acaba con el régimen político e instaura una dictadura de
obras pretendiendo pacificar la vida del país. En enero de aquel año, en
Barcelona, Don Francisco Cambó, que había sido ministro con Don Antonio Maura
en 1918, y era líder de la Lliga Regionalista, pronuncia una conferencia
titulada “Por la concordia” –¿recordáis el manifiesto de Juan Prim a los
españoles?- en la que considera que el país está dividido entre los que sólo
pretenden asimilar y el nacionalismo secesionista, y señala las ventajas de la
conciliación e incluso de una integración ibérica en la península. En la
edición de aquella conferencia, años después, en 1927, Cambó recuerda que el
General Primo de Rivera hizo un gran elogio de su conferencia. Meses más tarde,
sin embargo, cuando instaura su dictadura se olvidó de tales elogios y se
apuntó a la tesis de silenciar cualquier discrepancia. La historia nos cuenta
cómo acabó este proceso: la caída de la Monarquía, una Segunda República convulsa
y la Guerra Civil. Esta sería, sin embargo, otra historia y otra exposición. Lo
que no quisiera dejar de recordarles es que los pueblos que olvidan su historia
pueden estar condenados a repetirla.
ANEXO
Memoria de la exposición
Con el
título “Historia política de la España del siglo XIX. Grabados, litografías y
caricaturas políticas” el Palacio de Colomina, sede de actividades culturales
de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU en Valencia, se ofrece al público
valenciano una exposición cuyos fondos corresponden a la colección particular
del profesor Dr. D. Antonio Colomer Viadel y que permiten un amplio recorrido
por lo que fue la prensa satírica española durante el siglo XIX español. Desde
estas líneas queremos mostrar nuestro agradecimiento al profesor Colomer por su
generosidad, al posibilitar que los valencianos puedan contemplar y disfrutar
con lo que es el fruto de muchos años de su faceta coleccionista.
El siglo XIX español fue convulso y creativo, con una
zarandeada vida política, pero, pese a lo que a veces se escribe, no más
espasmódica y agitada que la vivida por otras naciones de nuestro entorno, como
por ejemplo Francia o las potencias centroeuropeas.
Como no
podía ser menos, la libertad de prensa e imprenta sufre los avatares de los
cambios políticos, con sucesivos periodos de oscuridad y otros de trepidante
actividad impresora. Nuestro siglo XIX se abre con un esperanzador periodo
determinado por la decisión de las Cortes Cádiz de decretar la libertad de
imprenta en 1811, incluso antes de que se promulgara la Constitución gaditana,
lo que produjo una inusitada multiplicación de publicaciones del más diversos
signo, incluido el satírico.
Pero
poco duró ese oasis, porque con el regreso de Fernando VII y tras el Manifiesto
de los Persas se prohibieron todas las publicaciones, salvo las de carácter
oficial, para volver a la libertad de impresión en el breve periodo del Trienio
liberal, y de nuevo restablecerse la más absoluta censura durante más de una
década.
Posteriormente,
durante el reinado de Isabel II, la libertad de imprenta va a vivir las vicisitudes
correspondientes a los diversos
gobiernos que se suceden, moderados o progresistas, y dependiendo de cada texto
constitucional vigente. Así, la Constitución de 1837 proclamaba la libertad de
prensa, pero se establecía el depósito previo de las publicaciones para su
revisión por parte de las autoridades gubernativas, y en la Constitución
moderada de 1845, aunque se reconocía dicha libertad, su ejercicio quedaría
bajo el control del ejecutivo. Sería a partir de La Gloriosa y con la
Constitución de 1869 cuando en España se instaure una plena libertad de prensa
e imprenta, lo que dio lugar a la aparición de numerosas publicaciones de todo
género, hasta el punto de que ya en la Restauración con la Ley de imprenta de
1883 llegaron a existir más de seiscientas publicaciones registradas, entre las
cuales cabe destacar la gran eclosión que se produce de la prensa satírica con
publicaciones como “La Gorda”, “El Papelito”, ambos de tendencia carlista, “Los
descamisados”, “El Petróleo”, “La Bomba”, “El Caos”, “El Guirigay”, “El loro”,
“La Flaca”, de tendencia republicana federal, etc.
Reflejo
de esta libertad de prensa decimonónica es la exposición que presentamos, de
cuyo contenido destaca la amplia presencia de ejemplares de dos publicaciones
satíricas muy destacadas en aquel siglo: “El Loro” y “La Flaca”.
“El
Loro” fue un semanario satírico editado en Barcelona que fue publicado entre
los años 1878-1885, llegándose a publicar 272 números, con litografías a color de muy alta calidad
debidas sobre todo a Tomàs Padró, la
mayor parte de los cuales se imprimieron en la Litografía Artés. Cada número
constaba de cuatro páginas y sus textos
eran de contenido satírico, normalmente sin firma o firmados mediante
seudónimos, y su contenido se situaba políticamente en el ámbito del
republicanismo democrático con un claro sesgo anticlerical y contrario al
carlismo, así como, curiosamente, al mundo de la tauromaquia.
De
parecidas características era “La Flaca”,
editada en Barcelona en la Litografía de Juan Vázquez, cuya portada se abría con una imagen
alegórica a España representada por una escuálida mujer que se apoyaba sobre el
escudo nacional y a cuyo lado se situaba un no menos famélico león. Su primer
número salió en marzo de 1869 y su contenido ya fijaba la pauta que seguiría la
publicación en lo sucesivo, con cuatro
páginas, una de ellas magníficamente ilustrada a todo color por la mano de
Tomàs Padró, el mismo artista que colabora en “El Loro”. En la ilustración de
este primer número se observa a los generales Prim, Serrano y Topete situados
tras una mesa que proceden a la subasta
de la corona y cetro españoles, ironizando sobre la búsqueda de monarca para
España tras la salida de Isabel II. Al igual que en el caso de “El Loro” la
mayor parte de las colaboraciones literarias figuraban sin firma o bien con
seudónimo.
Caracterizada
también por su anticarlismo y anticlericalismo, “La Flaca” se destacó por su
constante oposición al General Prim lo que le valió alguna suspensión y la
necesidad de cambiar de cabecera en determinados periodos históricos.
En su
primer número, a modo de editorial y no con poca ironía, los editores definían el producto que
lanzaban al mercado del siguiente modo:
“Ya
apareció LA FLACA. LA FLACA es un periódico que sin ser político, comercial,
industrial y noticiero, jocoso ni serio, tendrá un poco de todo. LA FLACA no es
republicana, ni demócrata, ni progresista, ni unionista, ni menos nea. LA FLACA
es española, y sobre todo catalana. Es
la amiga del hombre honrado, la amiga del trabajo. LA FLACA no adulará a los
unos ni rebajará a los otros; se hallará siempre al lado de la razón y de la
justicia; defenderá lo que juzgue digno de defensa y censurará lo que merezca
ser censurado. En una palabra, seremos
un periódico serio con las cosas serias; nos reiremos cuando haya que reírse;
pero no nos rebajaremos hasta la personalidad ni mucho menos nos valdremos de
chanzas pesadas para ridiculizar este o aquel partido, tal o cual institución,
esa o esotra manifestación particular. LA FLACA considera la libertad de
imprenta como una cosa buena, sublime; pero
al mismo tiempo no ignoran sus redactores que la libertad no quiere decir
licencia, que el escritor público ante todo debe conservar su dignidad, y que
los abusos de la prensa son peores que los excesos de la tiranía. Por eso LA
FLACA se propone ser cortés, comedida, no tanto por lo que se debe a sí misma
cuanto lo que debe a sus lectores. Si delinque alguna vez, si se extralimita,
culpa será de su inexperiencia, no de su mala fe; podrás más bien achacarse su
falta a un exceso de celo, que a mala voluntad y poco patriotismo. LA FLACA está por todas las libertades en su
más lata extensión, pero sin contradecirse a sí misma puede declarar en alta
voz que no es libre-cambista, pues ya hemos dicho que somos catalanes ante
todo. LA FLACA es amiga de todos, respeta todas las opiniones. Para LA FLACA no
hay dicha más grande que el bienestar de
la patria. LA FLACA desea ver a la España contenta, feliz, grande, envidiada.
LA FLACA quiere que todos los españoles estén gordos, rollizo, sanos, y
robustos. LA FLACA no quiere turrón, que se aficiona al dulce: lo que quiere es
pan, pan en abundancia. LA FLACA quiere que florezcan el comercio, la industria, las artes y la
agricultura españolas. Quiere que los capitales no se alejen de la patria, sino
que vengan los de extrañas tierras. Quiere que seamos todos hermanos, que cesen
nuestras civiles discordias. Quiere que no haya más partidos que el partido
español, más lemas que el lema de la honradez, más bandera que la del trabajo.
Que cesen los agravios, los rencores, los odios eternos. En fin, LA FLACA quiere, y para ello se
desvelará constantemente, lo que quieren
los hombres honrados: paz, laboriosidad y protección para todos. Hemos dicho lo
bastante para demostrar que somos amigos de todo lo bueno y acérrimos enemigos
de lo malo. Si nuestras obras corresponden a nuestros propósitos, el público lo
juzgará”.
La muestra que presentamos recoge diversas
portadas de las publicaciones citadas, así como de otras publicaciones, un
conjunto de grabados de la época y objetos tan curiosos como una baraja
relacionada con el acontecer político de aquella etapa y de sus protagonistas
En el
recorrido por la exposición que presentamos el visitante podrá
familiarizarse, través de las jocosas
caricaturas que se exhiben, con la
España del Siglo XIX, sus personalidades, y los problemas que aquejaban a los
españoles de aquellos tiempos. Topete,
Prim, Serrano, Espartero, Sagasta, Cánovas y tantos otros personajes desfilan
ante nuestros ojos y protagonizan los sucesos políticos nacionales de aquella
época: las vicisitudes del reinado de Isabel II, la Gloriosa, la inaudita
búsqueda de un monarca para España, la Restauración, las guerras africanas y
las incidencias de los diversos partidos políticos en liza. Todo ello con gran
maestría artística y con punzante humor, que esperamos dibuje una sonrisa en el
visitante.
Valencia,
octubre de dos mil quince
Vicente
L. Navarro de Luján