Domingo, 26 de Marzo de 2023
<<A la búsqueda de esa hora futura en la que la libertad sea protagonismo de los ciudadanos>>
Artículos - Editorial - El búho ante el espejo
21/12/2011

De la retórica del sacrificio a la dialéctica del protagonismo responsable.


por Antonio Colomer Viadel



Nuestra crisis no sólo es económica.  Fundamentalmente es una crisis de valores.  Aceptamos con naturalidad que el fraude fiscal alcance el 25% de nuestra producción de riqueza, es decir, del PIB, cuando no pasa de entre el 5% y el 7% en otros países europeos.

La chapuza en vez del rigor profesional  y las diferentes formas de picaresca para engañar o defraudar a posibles clientes de bienes o servicios es frecuente y con el agravante de que a menudo las víctimas son los más vulnerables por su indefensión: ancianos, desinformados y crédulos.  Lo que éticamente es más reprobable.

Ahora bien, ¿qué ejemplaridad hay en esos dirigentes de empresas, especialmente en las financieras, causantes de quiebras monumentales aunque sean enmascaradas, por incompetencia o negligencia, cuando no es por expolio desordenado de recursos, y para mayor escarnio beneficiarios de indemnizaciones descomunales al abandonar el barco cuyo naufragio han provocado o no impedido, por su desidia o incompetencia?.

Vivimos en esa idolatría de los mercados que es una idolatría de las codicias despiadadas, y nos tiembla la mano para imponer ejemplaridad en los castigos y tal vez rescatar el antiguo delito de usura que en el derecho romano era un delito infamante con penas de devolución del cuádruplo de lo prestado usurariamente.

Otro error moral y económico que tiene un sustrato político, es mantener a esos millones de parados sin hacer nada, en actitud mendicante que afecta a su dignidad personal y repercute en su equilibrio psicológico, en vez de movilizarlos para multitud de tareas comunitarias por realizar, tan necesarias en esta situación de emergencia social y económica.

Ahora bien, si exigimos sacrificios, contención de ingresos y aumentos de tareas, sería justo que cuando la recuperación se produzca y vengan tiempos de bonanza que también estos esforzados y sacrificados de antes sean partícipes y beneficiarios de los excedentes y plusvalías producidas en buena medida por ese esfuerzo compartido.

El viejo principio de equidad de “dar a cada uno lo suyo”, debe rescatarse si verdaderamente queremos movilizar ese esfuerzo común y general de recuperación como tarea sentida y valorada por todos.

Sin lugar a dudas junto a la proclamación de los derechos y sus garantías tenemos que asumir la responsabilidad en el cumplimiento de los deberes.  Si todos fuéramos autoexigentes en la asunción rigurosa de nuestros deberes, los derechos serían una emanación natural de ese entrecruzamiento de responsabilidades. Es cierto que estamos aún alejados de este ideal.  Se hace especialmente odiosa la desigualdad entre los que cumplen y los que escapan por mil vericuetos fraudulentos de estas obligaciones cívicas, profesionales y personales.

Llamativo resulta también la indiferencia de muchos políticos hacia los generadores de conocimiento, más allá de una retórica falsa.  La adulación de los áulicos asesores que se desviven porque no se moleste al líder clarividente, con nada que lo contradiga o ilumine sus desconocimientos, cortocircuita toda información que no sea de loa a su trayectoria triunfal.  Este es otro círculo pernicioso que hay que romper con transparencia y puertas abiertas a los aportes críticos y mejorativos.  El caso del plan de empleo del equipo del Profesor Parra Luna ya citado en este periódico, es un buen ejemplo.

En el plano político los electos tienen una exigencia añadida de ejemplaridad.  Habría que introducir en nuestro ordenamiento jurídico constitucional la posible revocación de mandatos y cargos, por iniciativa popular,  cuando la contradicción e incumplimiento entre lo prometido y lo realizado resulta éticamente insoportable.

Y aún antes, en el compromiso cotidiano ¿ por qué no rendir cuentas a los ciudadanos de cada paso que se da?  Y tener el coraje cívico de justificar decisiones que puedan ser coyunturalmente impopulares pero que se consideren necesarias.

Hay que facilitar las iniciativas legislativas populares y oír el pálpito de la opinión pública y favorecer la presencia de los ciudadanos en todos aquellos órganos administrativos en donde se toman decisiones que les afectan.

Debemos potenciar a los defensores del pueblo para la protección de los derechos y libertades ciudadanas, ante el comportamiento de aquellos administradores públicos que los desconozcan o violen, pero también por todas esas prácticas burocráticas de la mala administración: lentitudes, retrasos, negligencias, extravíos de expedientes, desconsideración y menosprecio de los administrados, etc.

Una tarea gigante de recuperación social y económica no es posible sin un rearme moral, y este se asienta en una conciencia ciudadana que cree en la justicia para todos, y el castigo de los culpables, sin privilegios ni excepciones.

Regenerar la política tiene que partir de dar un protagonismo responsable a la ciudadanía, comprometerles en esa tarea de reconstrucción social, económica y ética.  Y no tener miedo al pueblo.  Quien lo tiene es un ateo en política.






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