Lunes, 9 de Diciembre de 2024
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14/05/2012

Una nueva era de justicia social


por Textos destacados


Refiriéndose a la reciente ola de protestas, un comentador escribió que inicialmente no fueron impulsadas por ninguna ideología particular, sino más bien por “el sentimiento más humano de todos: la búsqueda de dignidad y justicia”.


Hace más de noventa años, los principios fundadores de la OIT ya contenían este mensaje, a saber, que el trabajo no es una mercancía y que la justicia social permanente sólo puede basarse en la justicia social. Hoy debemos comprometernos con una nueva era de justicia social.


Los sentimientos de injusticia e indignidad son un denominador común de todas las protestas que se realizan en las calles, plazas, blogs y tuits, así como en otros medios de expresión menos públicos. Las causas profundas de esta situación pueden variar de un caso a otro, pero la impresión general es que demasiada gente, demasiadas economías y demasiadas sociedades han perdido mucho porque han sido estafadas.


En un proceso de globalización cada vez más ineficiente en el que dos motores clave – la desreglamentación del sector financiero y la liberalización mundial del comercio – están en crisis, el mundo del trabajo se ha convertido en fuente de muchas injusticias.


Para empezar, veamos las cifras, por ejemplo, en todo el mundo uno de cada tres trabajadores –alrededor de 1.100 millones – está desempleado o vive por debajo del umbral de pobreza de 2 dólares de los Estados Unidos diarios; 75 millones de jóvenes están desempleados y tienen casi tres veces más probabilidades de estarlo que los adultos; la mitad de los empleos se podrían calificar como empleos vulnerables y las mujeres son las más afectadas.


Pero eso no es todo. Tomemos, por ejemplo, la situación de las numerosas personas que trabajan en condiciones inseguras y a menudo inhumanas o el hecho de que más de la mitad de la población mundial carece de cualquier tipo de protección de seguridad social. Y también la falta generalizada de libertades fundamentales del trabajo que conducen al trabajo infantil, al trabajo forzoso, a la discriminación y a la falta de medios efectivos para hacerse oír y representar.


La polarización que ha caracterizado el actual modelo de crecimiento es preocupante para la sociedad y para el mundo.


- En el informe Global Risks 2012 del Foro Económico Mundial se afirma que la desigualdad grave de los ingresos y los altos niveles de desempleo, sobre todo entre los jóvenes, constituirán probablemente el mayor riesgo mundial en los próximos diez años;

- El Pew Research Center indicó recientemente que en los Estados Unidos un amplio porcentaje de la población opina que existen fuertes y crecientes conflictos entre las diferentes clases económicas: el 64 por ciento de los adultos con ingresos familiares inferiores a 20.000 dólares al año mencionó casos de conflictos graves entre ricos y pobres, mientras que el 67 por ciento de los que ganan 75.000 dólares o más al año también comparten esta opinión;


- Las direcciones del Deutsche Bank y del Instituto Internacional de Finanzas han advertido que hay una explosiva situación social debido a la desigualdad de la riqueza y de los ingresos;


- Los datos básicos de la encuesta mundial de Gallup de 2011 muestran que entre 2006 y 2010, una franja más grande de la población declaró que los niveles de vida habían empeorado en el 58 por ciento de un total de 118 países; y además, que había disminuido la confianza en el gobierno en el 50 por ciento de los 99 países sobre los que se disponía de datos.


Hay muchos motivos de preocupación en este Día Internacional de la Justicia Social. Este momento histórico requiere una nueva manera de pensar y soluciones creativas para generar un progreso económico acompañado de justicia social. El mundo del trabajo debe participar en la formulación de las respuestas.


La manera en que se empiece esta tarea determinará el resultado que se obtenga.


En primer lugar, las políticas que impulsan la globalización deben encontrar un punto de convergencia para abordar el reto de crear 600 millones de empleos, a saber, 200 millones para los desempleados actuales y 400 millones más para las personas que se incorporarán al mercado de trabajo en los próximos diez años.


En segundo lugar, hay que reducir la desigualdad y revalorizar el trabajo ya que la creciente desigualdad ha ido acompañada de una devaluación del trabajo. Esto ha tenido consecuencias desestabilizadoras para la dignidad humana, la estabilidad de las familias y la paz de nuestras comunidades, así como para el poder adquisitivo mundial.


En tercer lugar, para responder a la aparición y las repercusiones de los movimientos populares mundiales que piden tener más voz y participación, habrá que reforzar y mejorar radicalmente nuestros sistemas de diálogo, colaboración y consenso en el mundo del trabajo, así como en la vida social y política.


Por último, hay que garantizar que el sector financiero esté al servicio de la economía real y no aceptar más la idea de que algunos bancos son demasiado grandes para quebrar y que algunas personas son demasiado insignificantes como para importar. Esto es esencial para aprovechar el potencial de creación de empleos que ofrecen las inversiones productivas en empresas sostenibles.


Esta perspectiva conducirá a utilizar combinaciones de políticas y estrategias apropiadas para cada contexto nacional a fin de garantizar la expansión de las oportunidades de empleo decente y productivo en un entorno sostenible. Cualquiera que sea el nivel de desarrollo, hay que centrarse en un trabajo de calidad que confiera dignidad a las personas en el presente y les infunda esperanza para el futuro; hay que servir los intereses de la gente, las empresas, la economía y el medio ambiente, enfocando de manera equilibrada las funciones del gobierno, las empresas, los trabajadores y la sociedad civil.


Para la OIT, que surgió en Europa como consecuencia de las dificultades y luchas de los trabajadores, es particularmente doloroso en este Día Mundial de la Justicia Social ver la situación tan difícil que vive esta región, que lucha contra la deuda fiscal creando un enorme déficit de justicia social.
Para todos nosotros que durante tanto tiempo admiramos a Europa por su determinación para construir una vía democrática y equilibrada hacia la paz, la justicia y el desarrollo sobre la base de una fuerte clase media, es muy inquietante saber que en muchos lugares los trabajadores y sus familias, que no son en absoluto responsables de la crisis, están pagando el precio personal más elevado.


Esperemos que todos ellos puedan reconectarse con los valores humanos fundamentales que sentaron las bases del ideal europeo y que se expandieron tras la caída del muro de Berlín.

El mundo tiene varias opciones. Podemos seguir aplicando las políticas que provocaron la crisis y esperar por lo menos 88 años para erradicar la pobreza extrema al ritmo en el que lo estamos haciendo en la actualidad. O bien podemos empezar a idear y llevar a la práctica una visión de la sociedad y del crecimiento basada en la dignidad de los seres humanos que sea capaz de lograr eficiencia económica, sostenibilidad y trabajo decente para todos en una nueva era de justicia social.






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