El paro y la frustración social crecen encima de la mesa y en cada escenario de la vida
social se dejan ver sus crecientes secuelas; mientras, debajo de la silla se esconden los
máximos responsables de afrontar la situación y los que tienen que dar la cara para sacar
al
país hacia delante definitivamente.
Entre la
tomadura de pelo,
las mentiras
febriles, las
metáforas
mortíferas,
las estadísticas escondidas junto al conejo en el sombrero y el constante aplazamiento a la inversión de tendencias, el gobierno dibuja irónicamente una situación paradisiaca que en
ocasiones se
traduce
en
un alarmante
insulto a la
inteligencia
humana. En
igual
proporción crece la frustración absoluta del pueblo, que atónico no se explica las escasas y mal diseñadas propuestas que
traza el gobierno, para hacer frente a la crisis.
Las previsiones económicas
están falseadas por una mirada incompleta de lo social complejo y significativo. “La Moncloa” no parece conocer a ciencia cierta cómo se mueve la realidad cotidiana española, lo que impide transformar todo aquello que se ha ido construyendo inadecuadamente hasta el momento. A ello se le suma la imagen dada por los “líderes” fundamentales, quienes parecen desconocer la vida del ciudadano de a pie, parecen ignorar la realidad que les rodea y que en gran medida han generado con sus
actuaciones.
España está siendo azotada por la policrisis más intensa de los últimos años, de
las últimas décadas; está cayendo en picada como economía, como país, como
Estado y como sociedad. Vivimos en
el peor entorno posible, bajo la agudización de la falta de credibilidad, sus contagios y
extensiones, amenazados por procesos perversos y
relaciones económicas deterioradas.
Ya hemos caído en las garras de los mercados financieros inescrupulosos: en
estos momentos somos un manjar de calidad suprema.
Mientras la cuenta atrás no se detiene, los
responsables de liderar los procesos de cambio,
no
deciden quién le pondrá el cascabel al
gato. Parece que a pesar de las incontables
razones para
preocuparse
y
ocuparse
con seriedad, dinamismo
y
convicción,
de
la situación actual,
no se
ha logrado
la máxima
concientización de la
profundidad y gravedad del problema al que nos enfrentamos.
La mayoría de los políticos viven distanciados de la vida cotidiana, del
ciudadano de a
pie; su vida se esfuma dentro del gabinete, distraídos en los despachos, entre papeles y coches oficiales. Cuando dejas de formar parte de la vida cotidiana y
de los perímetros
que la demarcan, se va perdiendo la perspectiva de representar a quienes
han
decidido colocarte en los sitios públicos que ocupas. Una fláccida exploración
maratoniana por los itinerarios de la sociedad española, no dará nunca la medida exacta de lo que está viviendo, sintiendo, sufriendo y pensando el ciudadano común.
Los dirigentes, administrativos y políticos que sucumben al poder y a los atractores circunstanciales con los que se relacionan, descuidan su ejercicio central, trastocan sus funciones y roles concretos. Ellos que casi no cruzan la calle caminando, con
sus conductas y
modos de vida, testimonian literalmente la existencia de rupturas y distanciamientos con la ciudadanía, la pérdida del
sentido común y
de la terrenalidad
cotidiana.
No logran conocer ni responder adecuadamente y con presunciones de obviedad, a la creciente frustración
e insatisfacción, que prevalece en los marcos del funcionamiento
común, viven de la frialdad de los datos, de las campañas políticas, de los enigmas
desconcertantes y
de los misterios en
el
rompecabezas, sin percatarse siquiera de la
creciente espiral de autodestrucción bajo la cual se mueve la sociedad española, que está diciéndole adiós a los días gloriosos pasados que pueden
demorarse en regresar, en lugar
de ir directo a la yugular de la policrisis actual, hasta destruir con radicales propuestas
transformadoras, sus arterias más vitales.
La salida de la crisis no será ni mucho menos gratuita, será una lucha ardua, plagada de
contradicciones, de contrariedades, máxime si reconocemos que en España las estructuras
sociales están rezagadas e inadaptadas, con
respecto a las exigencias de la economía mundial actual. Las ideas simplificadas, el
agotamiento del modelo económico, la
destrucción del tejido productivo y las crecientes ventanas que se quedan abiertas a la duda, amplían más
aun
las proporciones
epidémicas que alcanza la crisis.
Mientras sus consecuencias se superponen y se refuerzan en el funcionamiento social,
en las estructuras del
sistema político, en las acciones y
propuestas de gobierno y en los bolsillos del ciudadano, que ve la vida pasar en las colas del paro y
bajo el creciente desencanto, el gobierno continúa fingiendo que nada sucede, emulando con
sus
contrincantes, incumpliendo con
sus
responsabilidades, rellenando volúmenes de letra muerta y
falsedades.
La crisis económica actual
deja entrever los verdaderos móviles gubernamentales, las contradicciones que brotan de los intereses políticos y marca con una incuestionable claridad, el actuar y los (des)propósitos de los
grupos de poder. Al no existir una política totalmente coherente, clara y equilibrada en el discurso y en la práctica social, así como prospectivamente
diseñada
en materia
económica, educativa, de
inmigración, de integración y cohesión social, tanto a nivel nacional como en los espacios territoriales, no es posible lograr en la cotidianeidad de manera profunda y
plena, la
participación activa de los distintos universos socioculturales. A ello se le puede sumar,
las
serias incongruencias en materia de legalidad, de búsquedas integralmente configuradas hacia el desarrollo sostenible y en temas de democratización auténtica.
Hoy se apuesta más
en los
espacios
decisorios por
la
crítica parcial, malsana, que por las
propuestas constructivas, beneficiosas para las grandes mayorías; se apuesta más por la
reactividad que por los mecanismos de proactividad; se fragmenta la realidad a través de la presentación
de
hiladas puntuales, en lugar de abordar los fenómenos y procesos integral y estratégicamente. En la carrera chovinista hacia el
estrellato, se dan imágenes
penosas e incoherentes, no se supera la polarización creciente en
el país, que trae a
colación nuevas
rupturas
y fraccionamientos,
con impactos y secuelas importantes,
trascendentales.
Al no aprovecharse las potencialidades de crecimiento, los brotes verdes son cada vez
más invisibles y
continúan fallando los términos en que se plantea la agenda. La responsabilidad no asumida por
el gobierno, disemina sus malas praxis a las actitudes por las que apuesta la oposición (la
lectura puede hacerse a la inversa y nada cambiaría los resultados); unos y otros realizan el mismo juego: todo sigue igual y
ambos se perpetúan en el poder, solo cambiando cada cierto tiempo los
representantes en el trono.
Tanto la derecha como la izquierda española, deben darse la mano, trabajar
simultáneamente en pos del bien común, enlazarse, crear consensos y puntos de contacto y de una vez y para siempre, dejar atrás la confrontación permanente sobre asuntos que
son
superfluos, dedicando las energías necesarias a construir nuevas formas de gobierno,
que permitan crear y
ampliar instrumentos superiores, para dar más garantías a la ciudadanía.
Solo con
la
participación implicada, la coordinación
efectiva, la planificación, la organización y la dirección responsable de todas y cada una de las fuerzas políticas, en
los distintos niveles donde asuman responsabilidades y aporten soluciones, es posible
ampliar los recorridos y oportunidades, encontrar puntos de equilibrio, generar riquezas y facilitar la disponibilidad de crecimiento. Nos encontramos en
una
situación de emergencia, que exige un actuar de esfuerzos sumados sobre actores comunes, en los marcos institucionales, políticos, económicos, jurídicos y ciudadanos múltiples.
Para Felipe González, no solo es un problema de entendimiento entre los dirigentes
de las grandes fuerzas políticas dentro del Estado, o de las representativas a las regiones; es un problema dentro de un sistema de multigobernanza, de gobernanza a distintos niveles, un problema de lealtad y cooperación institucional
en serio, entre los gobiernos locales, regionales
y el
gobierno central.
Los acuerdos políticos son claves para refundar el sector económico, para reestructurar el sistema financiero español y para incrementar el potencial de crecimiento económico.
A ello se le debe sumar la necesidad de enviar mensajes más enérgicos y creíbles, así como llevarlos congruentemente
a
la praxis.
Solo por medio
de
la generación
de proyectos gubernamentales contundentes, configurados desde y
para
los propósitos
comunes, capaces de despertar ecos en el pueblo y de revertir una credibilidad que lamentablemente para la gran mayoría de los españoles, está tocando fondo, será posible
dar pasos firmes hacia el cambio con sentido y profundidad.
Solo entre todos
podremos
capturar al gato escurridizo, e intentar ponerle el cascabel; el tiempo que se pierda en encontrar a los responsables (culpables,
según el argot de la
oposición) políticos (que por demás, siempre son buscados en la orilla de enfrente), es
demasiado valioso y en el que está en juego la vida de tantas personas, como para seguir
dilatando las respuestas, los acercamientos sinceros, los oportunismos, los despropósitos y la maquiavélica busca del poder político.