Si esta premisa se acepta, si el PRV no puede dejar de ser el imprescindible
faro que guie a todo gobernante. ¿Por
qué no se utiliza sistemáticamente, tanto para proyectar el futuro como para
evaluar el pasado? ¿Qué puede suceder para que políticos y técnicos se olviden
de utilizarlo y tropiecen una y otra vez debido a la oscuridad que provoca su
ausencia? ¿Cómo es posible que gobernantes bienintencionados, deseosos de hacer
el bien a sus poblaciones, tomen costosas medidas que van a resultar inocuas o
incluso contrarias a la razón de ser de dicho PRV? ¿Cómo pueden adoptarse medidas
sueltas sin un plan que contemple sus
efectos sobre la globalidad del PRV? Así, ¿resulta comprensible que el gobierno español emprenda medidas contra la crisis sin conocer previamente la posición relativa de
España en dicho PRV? Por supuesto que ello exigirá definir antes el grupo de
países que formen su “Espacio Internacional Comparable” (EIC) así como disponer
de la información relevante para cada uno de los indicadores empíricos en estos
países, pero ésta será siempre una operación previa y obligada. Cualquier deseo de incrementar el bien común
de los españoles, pasa así por una
operación metodológica que sitúe a España para cada indicador entre “0” (el
país con la peor posición) y “100” (con la mejor) de forma que se logre conocer
el “perfil axiológico” que en términos comparables con el EIC presenta España.
Ver una primera versión de este perfil en la revista ECONOMISTAS, 128, 2011,
pag. 73 y sig.
Si se hace esta operación, se comprobarán los graves errores que se
vienen cometiendo ya que gobernar consiste simplemente en tratar de elevar el
perfil hacia el nivel “100” al tiempo que se “horizontaliza” o equilibra. Nada
más, pero en el fondo nada menos. Se podrá entonces comprobar que España está excelentemente
situada en el valor “Seguridad” (alcanza el nivel “100” al superar a los demás
países en prestación por desempleo); está relativamente bien situada en los valores
“Salud” (esperanza de vida);
“Libertades” (políticas y económicas) y “Prestigio Moral” (deuda pública
+ déficit público); pero se encuentra en el nivel “0” en “Riqueza Material” (la
menor renta per capita); en “Conocimiento” (la balanza por royalties y patentes más negativa), y
“Justicia Distributiva” (por índice GINI y nivel de pobreza relativa) y
“Calidad de las Actividades” (por la bochornosa
tasa de paro a la cabeza absoluta del mundo); reflejando todo ello un “sistema
de valores” o perfil axiológico altamente desequilibrado que, lejos de mantener
sus indicadores en posiciones intermedias, toca el nivel 100 en uno de ellos pero nada menos que sitúa cuatro en el nivel “0”. Es un perfil
extremo, impresentable para una país desarrollado, con el nivel promedio de
39,1 sobre 100 y la variación interna de 60,7 sobre “0” (los peores datos de
los once países).
A la vista de este perfil que
nos está indicando las necesidades “objetivas” de España en relación al EIC y
que señala la política socioeconómica que debemos adoptar, ¿cómo se puede hacer
justamente lo contrario?, ¿cómo continuar dilapidando los 30.000 millones de
euros en prestación por desempleo cuando podrían estar consagrados a crear
empleo técnico?. Pero ¿se puede hacer otra cosa cuando Europa, los mercados y
la prima de riesgo nos están pidiendo solo reducir el déficit público? Naturalmente
que se puede hacer. Lo que sucede es que ello exige abandonar el indolente y fácil camino de “solo ahorrar”,
para esforzarse por ahorrar sí, pero
para dedicar gran parte del ahorro al
incremento del PIB. O más exactamente: iniciar con la premura necesaria la cadena de recuperación que nuestro
perfil axiológico está pidiendo a gritos: masa
monetaria mal ubicada por prestación al desempleo y excesivo gasto público - inversión
en infraestructuras (materiales e inmateriales) de competitividad - creación de
empleo técnico - crecimiento económico - nuevos ingresos fiscales - reducción
déficit público.
¿Cómo puede entonces justificarse un comportamiento gubernamental tan
contrario a esta cadena? ¿Cómo puede comenzarse precisamente por el último eslabón,
que pasa así a convertirse de efecto final positivo en causa de males? ¿Por qué
un sometimiento tan severo a los dictados europeos cuando claramente perjudica
a nuestro crecimiento económico y desequilibra aún más nuestro “sistema de
valores” en peligro claro de empobrecimiento general? ¿Por qué un ajuste tan
duro cuando hunde de una tacada cuatro
de los valores del perfil? ¿Por qué la obsesión sobre el déficit público cuando nuestro nivel de endeudamiento
público (deuda más déficit) está incluso por debajo del promedio de los países EIC?
¿Cómo es posible que se nos recomiende tan absurda política económica y
nosotros la aceptemos sin proponer un plan alternativo y convincente? Realmente,
algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca. Y ya es hora de que
aprendamos a tomar la responsabilidad de
planificar nuestro “sistema de valores” en lugar de obedecer ciegamente con
medidas contraproducentes que solo lo agravan. Dejemos de una vez de ser meros
contables del déficit para ser arquitectos diseñadores de nuestro futuro, lo
que sin duda exige un plan, una planificación global con todas las variables
relevantes en juego por mínima, resumida, flexible y temporal que pueda
resultar, y si persigue ser efectiva será además axiológica (en función de las
necesidades de la población) y cuantificada. Todo esto es lo menos que se debe
exigir a cualquier gobernante, y si no quieren o no saben, que no asuman tal
responsabilidad.
En el siguiente vídeo pueden ver la explicación del profesor Parra Luna sobre el modelo: https://polimedia.upv.es/visor/?id=cf4fb77b-3f7d-f847-98af-dcb03fbb5263