14/01/2013
La Educación para la Ciudadanía y los nuevos bárbaros.
por Antonio Colomer Viadel
A raíz de aprobarse la Constitución española de 1978 se creó la asignatura de Educación Ética y Cívica para alumnos de 6º, 7º y 8º de EGB, es decir, estudiantes de 12, 13 y 14 años. Creo que fui uno de los primeros autores que, en la editorial Bruño, en 1979, publicó los tres volúmenes para estos cursos.
En mi condición de joven constitucionalista hice con gran ilusión aunque con mínima retribución incluso renuncia a los derechos de autor- eso es otra historia- un trabajo intenso para publicar a los pocos meses de promulgada la Constitución, estos textos.
Dediqué a mi hija Leticia, entonces alumna de 3º de Educación General Básica (EGB) estos libros que tendría que estudiar unos años después. Decía en la dedicatoria a mi hija que lo hacía con la esperanza de que estas lecturas le sirvan también a otros niños para ayudar a crecer en el amor a la libertad y en el sentimiento de hermandad hacia todas las personas, sean cuales fueren su raza, nacionalidad o condición. La dedicatoria llevaba fecha de mayo de 1979.
El primer volumen en el que también conté con la colaboración de la profesora Rosa Ripollés, empezaba con un tema titulado Ser persona es saber convivir con los demás y concluía en el noveno sobre los fundamentos para una buena convivencia...
En el segundo volumen, dedicado a 7º de EGB me centraba en la democracia como forma política de organizar la convivencia para continuar con el reconocimiento y ejercicio de los derechos fundamentales del hombre y después la organización del Estado Democrático, los principios de la Constitución española, las Comunidades Autónomas, hacia la unificación europea, los derechos humanos a nivel internacional y las organizaciones y personalidades para la paz y la convivencia internacionales.
Por último, en el volumen de Educación Ética y Cívica para los alumnos de 8º de EGB trataba de la autorrealización personal, la convivencia y el medio ambiente natural y social, el trabajo, el pluralismo político, individuo y transcendencia, y educación para la comprensión, la paz y la solidaridad internacional. Ilustraba este texto, al igual que había hecho con otros en los volúmenes anteriores, el famoso poema de Kipling que creo debiera ser lectura obligada de todos los estudiantes, entre cuyos versos figuran aquellos que dicen: si hablas con el pueblo y guardas tu virtud; si marchas junto a Reyes con tu paso y tu luz; si nadie que te hiera llega a hacerte la herida… todo lo de esta tierra será de tu dominio y mucho más aún serás hombre, hijo mío.
Creo que la educación para la ciudadanía en el sentido de una conciencia cívica no sólo de los derechos sino de los deberes, del compromiso con la comunidad a la que perteneces y de la radical igualdad de todos sus miembros así como de la justicia irrenunciable que es debida a cada uno de ellos, es una formación fundamental que implica el conocimiento también de los medios de defensa y protección de esos derechos y de los mecanismos de participación y control en el poder y sobre el poder, de tal manera que nada propio de ese interés general de nuestra sociedad política lo consideremos ajeno.
Ciertamente una sociedad con una ciudadanía consciente, ilustrada y con voluntad participativa es mucho más justa y además capaz de defenderse de los abusos del poder y de las falsedades de algunos demagogos. Recuerdo en aquellos debates constitucionales del XIX español, cuando se quería criticar el derecho de veto o sanción libre del monarca y se explicaba que era lo mismo como si éste llegara a tu casa y de un manotazo te tirara tu plato de sopa. Algunas argumentaciones de los nacionalismos actuales me recuerdan tales falacias que provocan la indignación y la rabia en ciudadanos sin formación ni educación adecuada.
Sin lugar a dudas tratar con una ciudadanía formada y educada en sus derechos y en sus deberes, en sus garantías de protección, en los procedimientos de control del poder y de participación es más complicado para los gobernantes que muchas veces preferirían una minoría de edad permanente que les convirtiera en tutores eternos de tales ciudadanos incapaces.
El valor de la democracia y la libertad debe asumir el riesgo del conflicto pero también la importancia del dialogo y el entendimiento.
Debo aclarar que mi hija Leticia nunca pudo estudiar cuando llegó a 6º, 7º y 8º de EGB estos textos míos o de otro autor sobre Educación Ética y Cívica. A los dos años el Ministro de turno decidió derogar la asignatura del plan de estudios. Entonces consideré un acto de barbarie esa eliminación de la enseñanza más cabal y decisiva en la formación de la persona y del ciudadano.
Bastantes años después, por mi cuenta, incorporé como una asignatura optativa la del Ciudadano y sus derechos y deberes, en aquellas Universidades en las que he estado y he de decir que con un éxito de convocatoria bastante notable. Finalmente se volvió a crear la asignatura de Educación para la Ciudadanía en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (E.S.O.) aunque siempre he creído que ésta debía empezar desde la enseñanza básica y primaria y continuar en los niveles superiores, incluida la universidad.
Se ha dicho que en algún momento se había introducido en los contenidos de esta materia como de contrabando algunos elementos sectarios y demagógicos Este es un riesgo que existe en todas las actividades humanas y que lógicamente debe ser depurado para dejar lo que es decisivo y común en su sustancia fundamental a la formación ciudadana. Lo contrario me recuerda a aquella terapia salvaje de quitar el dolor de cabeza cortando la cabeza.
Ahora, treinta años después, asisto a un nuevo acto de barbarie no sólo académica sino también humana: la eliminación de la asignatura de educación ciudadana desde una posición doctrinaria de desprecio a las personas y a los ciudadanos.
La primera señal de regeneración moral de nuestra democracia no será, con ser importante, la lucha contra la corrupción y el someter la economía en vez de a los mercados a la dignidad de las personas, sino el proclamar que la educación ética y cívica de todos nuestros futuros ciudadanos es un compromiso irrenunciable de una sociedad justa.