Para las comunidades de inspiración cristiana ecuménica con perspectiva de teología de la liberación, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta de la Tierra, representan referencias éticas relevantes en la orientación de sus organizaciones sociales para sus líneas de acción, en medio de la gigantesca crisis de humanidad actual.
Luego de la tragedia de la II Guerra Mundial, el 10.12.1948 la ONU proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “Como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción”
Esta orientación ética moderna para la humanidad, resultó un faro de acción para las organizaciones promovidas por comunidades de buena voluntad de todo el mundo, y su acción ha sido por lo general enfrentar éticamente a la acción de gobiernos autoritarios y represivos de diferente signo que, aunque sus naciones hayan firmado la Declaración, poco o nada la cumplen, por criterios aparentemente superiores como los de seguridad de Estado. Así nacieron en América Latina, desde la perspectiva cristiana ecuménica liberadora, organizaciones como la Asamblea de Derechos Humanos de Bolivia, El Servicio Paz y Justicia de Chile y Argentina, con su premio nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. En El Salvador con la mártir defensora de los derechos humanos Marianela García Vilas. En Estados Unidos las comunidades católicas de Maryknoll y las impulsadas por los Consejos Mundial y Nacional de Iglesias. En 1985 representantes de toda América, incluida la Fundación por los Derechos Humanos y el Desarrollo Social FUNDALATIN, se reunieron en un diálogo por la paz en Centroamérica, haciendo su aporte ético a sus gobiernos.
Sin embargo, también surgieron, más que como aporte ético, como una línea de acción manipuladora en función del poder, diversas organizaciones que se autodefinen defensoras de de los derechos humanos, pero para quienes su objetivo último no es su cumplimiento en diferentes instancias, sino lograr objetivos de poder específicos, como legitimar invasiones en función de recursos naturales, o dar golpes de Estado para imponer sus puntos de vista.
En América Latina amanece una nueva conciencia y empiezan a aparecer gobiernos responsables que asumen los Derechos Humanos, no sólo como una cita constitucional sino en sus planes de acción. Con la aparición de Defensorías del Pueblo. Algunas interrelacionadas y nutridas con organizaciones ecuménicas liberadoras de la sociedad. En Venezuela, es reconocido el aporte formativo de la Fundación Juan Vives Suriá de la Defensoría del Pueblo.
En medio de la crisis de humanidad, esta guía de acción se complementa con la Carta de la Tierra promovida por el padre Miguel D´ Escoto, ex presidente de la Asamblea General ONU y por Leonardo Boff, que ante la disyuntiva actual proclama “La elección es nuestra: formar una alianza global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida.”. Esfuerzos esperanzadores para la humanidad de los seguidores de Jesús quien dijo: “vine a darles vida y vida en abundancia”.