25/06/2013
En el umbral de la crisis entre la economía capitalista y la economía post-capitalista
por Dominique Temple
De paso por Francia, en un debate sobre la crisis económica en Europa, Bartomeu Melià preguntaba: ¿Cuál es el efecto de la crisis financiera sobre la economía? Y ¿cómo puede afectar a la sociedad paraguaya?
La respuesta puede ser doble. Por un lado, están los filósofos que se colocan fuera del sistema económico para examinar las bases desde un punto de vista teórico. Cualquiera podría construir esta crítica externa con referencias filosóficas a la “Política” de Aristóteles o incluso a las obras de Marx que condenó la “explotación del hombre por el hombre”. Pero estas críticas pueden decirse “externas” y no hablan para nada de plazos históricos.
La segunda respuesta, que podemos llamar “interna”, proviene de los mismos actores o líderes del sistema capitalista, que viven el día a día de su evolución y hablan de plazos. Porque no es lo mismo estar sentado en el despacho de una empresa naviera en el puerto, donde se estima que, técnicamente, un barco será capaz de hacer tres o cuatro veces el cruce del Océano Atlántico, que estar en la cubierta de la nave cuando ésta se está hundiendo.
Este análisis se hará desde esta situación interna; y lo haré en cuanto a lo esencial siguiendo a Paul Jorion, que fue un tiempo ‘trader’ y que gracias a una sólida formación antropológica describió el desarrollo de la crisis, siempre un paso por delante de lo que iba a suceder en cada una de sus diferentes fases.
¿Qué significa la especulación financiera?
Antes, el no pago de una deuda llevaba a la guerra. Ahora, conduce al prestamista a disolver los presuntos créditos insolventes, las “primas”, en productos financieros complejos.
En la medida en que este riesgo aumenta, los prestamistas lo neutralizan, tomando un seguro contra el riesgo de quiebra (CDS: Crédito por Defecto Swaps).
Pero este juego tiene límites. Cuando el no pago alcanza un cierto umbral, el recurso simultáneo de apostadores a las primas de seguros pone a los bancos de préstamo en quiebra, así como también a los bancos comerciales y las empresas que de ellos dependen, obligando al Estado a intervenir. El Estado recapitaliza a los bancos en quiebra. Pero los Estados están con problemas debido a que ellos mismos han tomado prestado de los bancos en el mercado financiero. De hecho, los Estados han perdido el poder de emitir moneda. ¿Cómo ocurrió? Es en Francia donde la cosa comenzó: el poder político en una democracia liberal tiende a retener su clientela electoral a través de la redistribución de ganancias monetarias que puede emitir en soberano el Banco Nacional, de donde el ciclo mortal de inflación-devaluación. El Presidente de la República francesa, Georges Pompidou, decidió amputar del Estado el acuñar moneda. Por lo tanto, el Estado tuvo que pedir prestado a los bancos. Veinte años después (1993), los Estados de Europa Occidental (excepto Reino Unido) enajenaron, por el Tratado de Maastricht, su poder monetario al Banco Central Europeo (con la creación del euro) y tuvieron que respetar las leyes del mercado financiero: y si disminuye su credibilidad, las primas de seguros que los prestamistas exigen, aumentan. Es cierto que, ya antes sin esperar la crisis financiera provocada por la subprimas (hipotecas de alto riesgo), los Estados europeos han gastado sin medida, ya sea para apoyar la competitividad de sus empresas, sea para reforzar el poder adquisitivo del consumidor, y así han recurrido a los préstamos sin moderación. En cualquier caso, la crisis de los bancos provoca el saltarse el umbral: la tasa de interés que el mercado financiero impone a los Estados más débiles aumenta desmesuradamente, llevándolos a la impotencia, mientras que ella disminuye con los Estados cuyos excedentes crecen, asegurándoles así una posición cada vez más fuerte. Unos se benefician de la afluencia de capital y la inversión, mientras que con la falta de inversión el trabajo escasea en los Estados debilitados; y la recesión económica se convierte en crisis social. En esta espiral negativa cayeron Grecia, España, Portugal, Italia, Francia…
Porque tenían miedo de quebrar con los Estados, los mismos bancos decidieron que la “deuda soberana” de Grecia, el primer país de la eurozona forzado a declararse en bancarrota, no fue un “caso de crédito”. Admitieron que los intereses de la deuda de Grecia sean deducidos de sus primas de seguro. Pero esta solución no puede ser generalizada, ya que todos los Estados en dificultades podrían utilizar esta anulación de la deuda como otras veces se acudía a la devaluación.
Para poner fin a ese desvío, el Presidente francés propuso a los Estados europeos incluir en sus Constituciones que la deuda sea indexada al crecimiento, lo que implica para los más débiles indexar la redistribución (salarios, prestaciones, utilidades…) sobre la producción nacional. Si el país entra en recesión, se deberán reducir gastos: servicios públicos y sociales; también los beneficios sociales, los subsidios familiares o de desempleo, las pensiones, etc., mientras que las inversiones productivas en términos capitalistas son mantenidas (disminución de salarios, aumento del tiempo de trabajo, despidos…): es lo que se llama el “rigor”, que lanza a la calle al más desamparado (‘exclusión’)…
La alternativa apoyada por el nuevo Presidente de Francia es la de volver a la solución de financiar el crecimiento (capitalista) por la deuda, con la esperanza de que el préstamo se vuelva más justo. Esta esperanza se basa en que si el crecimiento estuviera mejor repartido entre el trabajo y el capital, el aumento de poder adquisitivo haría innecesario el crédito. Pero hoy por hoy el crédito está más interesado en el consumo que en la producción porque la especulación es fuente de mayores beneficios que la inversión, de tal suerte que relanzar el crecimiento (capitalista) a través de la deuda equivale a apoyar el desarrollo del crédito al consumo, de la especulación y de la crisis.
El hecho es que la pregunta sigue siendo: ¿cómo pueden los Estados financiar la deuda? El Banco Central Europeo tuvo que intervenir a su vez y asumir el valor ficticio creado por la especulación financiera. Pero hete aquí! Es el último bastión: después, advierte Paul Jorion en uno de sus últimos comentarios, es la falta de pago generalizada.
Ya no se espera que los economistas traten de la recapitalización de los bancos de manera ortodoxa (el Estado viene a su rescate mediante la compra de préstamos no reembolsables, gracias a los impuestos o el ahorro del pueblo). Los préstamos insolventes después de haber estado escondidos dentro del conjunto del capital, el sistema financiero está muy gravemente para que esta solución sea de nuevo encarada. La fórmula clásica en el caso de crisis del capitalismo: “privatización de ganancias, socialización de pérdidas”, ha dejado de ser un recurso suficiente: las pérdidas son tales que su socialización no es más posible, los medios de los que disponen los contribuyentes para salvar las finanzas no son suficientes. La producción de valor de intercambio es de hecho incapaz de colmar la deuda.
Para aquellos que argumentan que el valor ficticio creado por el crédito es sólo una anticipación del futuro valor de cambio, las advertencias de Paul Jorion suenan como toque de muerte: el futuro de esta carrera desenfrenada hacia adelante es el fin del sistema capitalista.
El valor ficticio de intercambio nunca jamás podrá llegar a ser “real”.
Pero entonces, ¿no podría crecer indefinidamente? No, porque los bancos centrales todavía tendrán después de todo ponerse de acuerdo para respetar los equilibrios económicos de los que depende la supervivencia de la humanidad y tener a raya el abismo social en el cual está por hundirse. Eso significa tener que pensar en un nuevo orden monetario internacional.
La manera en que los Estados han intentado estrangular la crisis, cuando estaba apenas en la etapa de la quiebra de los bancos provocada por las subprimas, revela la mentalidad que prevalece hoy en la búsqueda de una solución. El Reino Unido, los Estados Unidos de América y Europa llevaron a cabo un nuevo cálculo del valor de los productos tóxicos. Este nuevo cálculo consiste en evaluarlos según los precios que tendrían dentro de un modelo en el cual la crisis estaría estrangulada.
Lo mismo que cuando el Fondo Monetario Internacional – FMI – hace un préstamo a los países subdesarrollados en bancarrota sabe que estos préstamos no serán pagados, así también cuando recapitalizan los bancos, superevaluando sus préstamos tóxicos, los bancos centrales saben que su evaluación es ilegítima, pero consideran que este proceso ¡es necesario! Ya que la crisis conduce al caos, un acuerdo sobre un equilibrio ficticio se torna operatorio. Pero este salto intelectual no es elegido entre diferentes opciones, es “obligatorio”, y como tal, crea la realidad. La ficción se hace pues más real que lo real.
La reciprocidad
Pero para que las monedas de intercambio correspondan a una moneda cuyo valor sea una referencia aceptada por todos, será necesario que ésta esté fundada sobre la reciprocidad, al menos una reciprocidad formal, entre los socios (Estados, bancos, ciudadanos…).
Por reciprocidad formal se entiende a menudo la reversibilidad de una proposición (de un teorema, por ejemplo) o una situación. Se usa también la palabra reciprocidad para describir las interacciones de fuerzas físicas como la atracción de un cuerpo y la repulsión de otro. Hay que tener el cuidado de precisar que la reciprocidad formal no compromete a los hombres entre sí, pero sólo los objetos de los que se ocupan. Es esta reciprocidad formal que invocaba Lévi-Strauss cuando imaginó que en los albores de la sociedad los hombres se intercambiaban mujeres, de manera tal que la igualdad de sus adquisiciones les evitase enfrentamientos mortales. Esta reciprocidad es una interacción que no crea ninguna nueva energía en relación con aquellas que son colocadas en juego; solamente las equilibran entre sí.
La reciprocidad formal a la que estaría subordinado el intercambio tiene sin embargo ventajas sobre el libre comercio absoluto, ventajas bien conocidas por los economistas. J. M. Keynes, cuando se dio cuenta del desastre causado por un libre comercio sin límite, por ejemplo, propone crear una “moneda de reciprocidad” (bancor), que hoy en día es considerada cada vez más un recurso indispensable, pero también un sistema de sanciones recíprocas para las balanzas comerciales excedentes y deficitarias como garantía para el equilibrio al que debe subordinarse el libre comercio. ¿Se cambia entonces del sistema? Sí, pero no en cuanto que las reglas anteriores quedan derogadas! Lo mismo que se cambia el sistema en la física cuando las coordenadas de la teoría de la relatividad general subordinan las coordenadas de la física clásica, o la mecánica cuántica se impone a la mecánica newtoniana. Pero no del todo propiamente, porque esto no significa que el libre comercio no siga gobernando nuestras vidas… Aunque conocido, el modelo keynesiano hasta ahora ha sido aplazado por las potencias capitalistas en nombre de sus intereses.
Esta fuga por arriba del sistema capitalista sería, sin embargo, una salida posible para la economía europea. Pero puede ser rechazada por los países emergentes, incluyendo los dragones asiáticos. Ellos están experimentando el sistema capitalista en su fase de crecimiento y no en su fase terminal. Para sociedades antes humilladas por toda la potencia militar y monetaria de Occidente, la tentación es grande de tomar su revancha, y nada parece ser capaz de impedirles de aprovecharse del sistema capitalista para aprovechar las ventajas del sistema capitalista en cuanto les permita ponerse al día en su atraso tecnológico sobre competidores que no se desarman. En cualquier caso, no hay ninguna posibilidad de que Europa revierta la espiral negativa en la que se está hundiendo a la espera de un crecimiento milagroso, porque la competencia de esos países ya ‘emergidos’ será sin piedad!
Sin embargo, el desarrollo del sistema capitalista no se produce en los países asiáticos, como se produjo en Europa. Lo mismo que la embriogénesis contrae en un tiempo muy corto la filogénesis, la aceleración asintótica del progreso científico acerca como un telescopio todas las fases del desarrollo del sistema capitalista y lleva en corto plazo a la economía de los países asiáticos a las mismas dificultades que los que debilitan la sociedad occidental. La complejidad de la organización económica, como resultado del extraordinario desarrollo de la tecnología y ciencia, trae consigo la interdependencia de todas las partes del mundo, por lo que ninguna no puede esperar escapar del desastre que provocaría queriendo destruir al otro. “Estamos todos en el mismo barco,” dijo Michaël Gorbachev cuando decidió acabar con el antagonismo del sistema comunista y el sistema capitalista. La quiebra de Europa, desde este punto de vista, no es sólo el fin del sistema capitalista a escala europea, pero a escala mundial, porque no hay más que un mundo en el que todas las partes son interdependientes. Pero la complejidad de la globalización significa también que no es posible desafiar el sistema capitalista desde el exterior solamente y de manera frontal. ¿Qué podemos esperar hoy? La organización de una Conferencia Mundial que decida poner fin a la amenaza de caos es cada día más urgente, y su agenda es clara: restringir las especulaciones excesivas para permitir que el sistema capitalista dure el mayor tiempo posible, aunque sea en un estado de coma ya superado.
La reciprocidad antropológica
Los economistas del sistema capitalista, lo sabemos, toman en cuenta solamente las operaciones económicas que producen valor de cambio y aumentan el capital. El valor de uso no les interesa sino en cuanto convertible en valor de cambio. Las otras operaciones económicas son ignoradas como irrelevantes para la acumulación de capital. La reciprocidad juega para ellos un papel negativo ya que promueve transacciones que se sustraen a los imperativos de la ganancia.
Por lo tanto, ninguna de las estructuras económicas de reciprocidad es tenida en cuenta en el análisis del equilibrio económico de una nación. Todas ellas son echadas a lo que los economistas llaman el sector informal… o destruidas incluso, si parece que obstaculizan el progreso de la empresa del capital.
Pero hemos anunciado otra definición de reciprocidad distinta de la reciprocidad formal: la reciprocidad que pone en juego no objetos o propuestas sino a los hombres, a los seres humanos entre sí. Es la verdadera reciprocidad o reciprocidad antropológica que les permite a unos relativizarse en cuanto a sí mismo, su interés, su identidad teniendo en cuenta la de los otros y así relativizar su punto de vista al mismo tiempo que los otros; de la reflexión de un pensamiento sobre el otro, de esta relación particular que relativiza el pensamiento de uno por el del otro, surge una resultante común que se convierte en una nueva referencia para todos. La diferencia entre una interacción física y la reciprocidad antropológica es que en las fuerzas de interacción física las fuerzas que se actualizan una contra otra se equilibran más o menos entre ellas, mientras que en la reciprocidad que involucra a las personas, esas fuerzas en vez de actualizarse se relativizan mutuamente hasta desaparecer y dar a luz un resultado de diferente naturaleza: su sentimiento de pertenencia a la humanidad, su conciencia común y el sentido de las acciones de unos y otros.
La experiencia demuestra que en todos los casos donde la reciprocidad antropológica se da, esta conciencia común es aceptada por todos como la Ley que nadie puede derogar sin desdecirse de su humanidad. Ahora bien, esta Ley se traduce en valores diferentes dependiendo de la estructura de reciprocidad que es su matriz, porque – y hay aquí sin duda una observación reciente, pero de gran valor – hay varias estructuras sociales fundamentales que responden al principio de reciprocidad, y cada una es la matriz de un valor diferente. Por lo tanto, en la relación de reciprocidad entre dos personas, lo que se llama el cara a cara, el valor de reciprocidad es la amistad o el amor, pero en una relación de reciprocidad que implica al menos tres personas de manera que cada uno reciba de un lado y dé del otro; así el valor producido no es la amistad, sino la responsabilidad; y si esta reciprocidad se redobla al revés, ya no es más solamente la responsabilidad la que es producida, sino el sentido de la justicia!.
Una vez establecido que las estructuras de reciprocidad antropológicas son las matrices de valores éticos, podemos entender que la economía política tiene como fundamento no el intercambio (incluso protegido por una reciprocidad formal) sino la reciprocidad entre seres humanos, la reciprocidad antropológica. Luego se puede volver a la economía política y preocuparse por encontrar una manera de salir de la crisis global que no sea un mal menor sino una esperanza renovada, porque es posible reconstruir la sociedad humana sobre otras bases que el interés, el ciego comercio libre, la propiedad privada y la acumulación capitalista.
Las bases de la economía humana
Volvamos pues a las fuentes de la economía humana como las describiera por Aristóteles: los hombres se juntan entre sí para ayudarse unos a otros y no para explotarse los uno a los otros. De esta ayuda mutua nacen dos cosas. La primera es una mejora de las condiciones de vida (este resultado también viene asegurado por la acumulación primitiva (la crematística) y por la economía capitalista, al menos para los más favorecidos). La segunda es que en la ayuda mutua (reciprocidad de cara a cara) y en el mercado de reciprocidad (reciprocidad generalizada) se desarrolla un vínculo social que no es sólo mecánico como en el intercambio (la interdependencia de servicios), sino ético: el reconocimiento de las necesidades de los demás de hecho crea el sentimiento de pertenencia a una comunidad humana, sentimiento que es referencia para todos. Este sentimiento se traduce por valores fundamentales: en la reciprocidad de cara a cara, la amistad; en la reciprocidad de mercado, la responsabilidad y la justicia (por lo tanto el concepto de valor); en la reciprocidad de los sistemas de redistribución, la confianza, etc…
Tan pronto como se puede implementar la reciprocidad generalizada, la economía doméstica (la oikonomía en los términos griegos aristotélicos) se desdobla en la economía de la ciudad (la polis en griego) y la economía se hace política, pues la actualización de los valores creados por la reciprocidad generalizada definirán el orden social de la ciudad. Aristóteles muestra a continuación que esta economía política fundamentada por el compartir (metadosis) puede ser acompañada por una nueva operación, el “intercambio” (allagé), y luego muestra también cómo los intermediarios (los comerciantes) pueden insertarse para facilitar por el intercambio las relaciones de reciprocidad entre los productores: el intercambio respeta entonces las equivalencias de reciprocidad (en otras palabras, los precios son fijados por las equivalencias de valor). Un comerciante que no apoyaría ninguna relación recíproca antropológica a título personal, sería obligado así a la reciprocidad formal, es decir, a respetar las estrictas reglas de equivalencia entre los valores que él intercambiaría por cuenta de otro.
Aristóteles muestra entonces cómo nace la economía capitalista a partir del intercambio: durante transacciones particulares especialmente con países lejanos, los comerciantes pueden escaparse de la reciprocidad o el control político (como hoy las transnacionales), el comercio puede dar lugar a la especulación sobre los valores de unos y otros. En la medida en que el comerciante se hace independiente de cualquier relación de reciprocidad y puede fijar el precio para su propio provecho (valor y el precio no son desde entonces lo mismo ya que los precios son fijados por relaciones de fuerza, orientados en favor de la sola acumulación de ganancias), nace un intercambio libre de cualquier obligación y que no está destinado a satisfacer las necesidades en términos de valores de uso de unos o de otros, sino a una acumulación de moneda sin límite. Mientras que la economía política encuentra su límite en la satisfacción de las necesidades objetivas de cada uno y el otro, la economía capitalista tiene por objetivo la acumulación de capital de dinero sin límite. Por lo tanto, se enfrentan dos economías: una política, y la otra capitalista.
Frente a la crisis de hoy, se proponen tres hipótesis: en el muy corto plazo, los capitalistas en el poder tratan de prolongar sus privilegios con el riesgo de poner a la humanidad en peligro. Los partidarios de la economía liberal quisieran volver a la economía de intercambio encuadrado por la reciprocidad según la tesis de la economía de intercambio atribuida a Aristóteles. En fin, para los que se refieren a la economía humana tal como la define el mismo Aristóteles se trata de basar la economía de forma racional y ya no empírica, sobre la base de la reciprocidad.
La economía política en el Paraguay
¿Cuál es la importancia de la economía política, que podemos llamar en adelante “economía de reciprocidad” en el Paraguay?
No se sabe. Sólo sabemos que una buena parte de la economía del Paraguay es invisible (informal, según las categorías de ideología liberal), pero sin duda podría ser reactivada en una economía poscapitalista. En cualquier caso, lo importante es que el Paraguay tiene estructuras de base de esa economía poscapitalistas de base y que está en una posición relativamente favorable para superar el cabo de las tormentas. Entre las estructuras económicas que obedecen al principio de reciprocidad, hay que contar la economía doméstica (en palabras guaraníes, al menos todo lo que se refiere al jopói y el potirõ o minga), el mercado tradicional o popular, la economía de redistribución, una parte del trueque e incluso del intercambio monetario, cuando respeta las equivalencias de reciprocidad del mercado tradicional.
El hecho de que las estructuras básicas estén ocultas, sean desdeñadas o “encubiertas” por la marea capitalista de dos siglos no significa que hayan quedado inertes. Son como semillas en invierno. Están esperando su momento. Y este viene a una velocidad fenomenal porque los límites del sistema capitalista exigen inventar nuevas soluciones y porque las tecnologías modernas permiten a las estructuras de base de la reciprocidad volver a desplegarse más allá de la esfera doméstica, universalmente, como si la tierra fuese nuestra casa común o mejor, dicho en guaraní, nuestro tekoha común.
Esta revolución se produce simultáneamente ante nuestros ojos y simultáneamente a todos los niveles. Desde arriba, por así decirlo, ya que la técnica escapa al control de los hombres, lo que prohíbe, por tanto, que esté sujeto a la ganancia de sólo unos pocos: es el caso de la informática. En la teoría de Marx, las fuerzas productivas desarrollándose objetivamente hacen obsoletas las relaciones de producción entre los hombres, causando revoluciones. Aquí, las relaciones de producción fueron hasta hoy tales que unos imponían su voluntad a los demás por el control de la información y de la ciencia. Ahora, la información, principal factor de progreso y desarrollo económico, escapa al control de cualquier poder. Esta libertad de información anula las relaciones de subordinación y ya se habla, con toda razón, de revolución digital. De hecho, la Internet es una red de comunicación global y una memoria universal incorruptible que hace que cada ser humano entre en relación directa con todos los demás seres humanos. Es decir, que se establece la democracia directa a escala planetaria.
Hasta ahora, la democracia directa fue patrimonio de pequeñas comunidades donde todo el mundo se conocía. Cuando se supera un determinado umbral de población, no todos conocían a todos y las reglas de reciprocidad podían ser violadas. Las comunidades se dividían u organizaban o incluso la desconfianza se instauraba en el lugar de la confianza, y la defensa de sus intereses en lugar de la preocupación por los de todos. La defensa de los propios intereses arrastraba la de los otros como una reacción nuclear y producía la mutación de un sistema de reciprocidad en un sistema de intercambio entre intereses privados, a no ser que la reciprocidad no fuera encerrada arbitrariamente en una identidad colectiva, con exclusión del otro y que esa identidad se cristalice en comunitarismo.
Hoy en día la reciprocidad es plenamente eficaz sino en el contexto de la economía doméstica, y sin embargo si los medios lo permitan, este principio vale también tanto para la comunidad mundial como para la comunidad familiar. Gracias a la revolución digital, la democracia directa atraviesa de un solo golpe el límite de la esfera doméstica (del griego oikos, unidad de producción y consumo interno, el tekoha guaraní) y se convierte en principio de organización social de la comunidad mundial.
Pero también desde abajo, por así decirlo, la sociedad cambia su sistema económico. Si la globalización permite a los capitalistas escaparse de todas las reglas de reciprocidad que le impusieran los Estados-nación, si esta globalización les permite incluso servirse de los Estados para hacerse dueños del poder supranacional como en Europa o los Estados Unidos…, al mismo tiempo, todas las comunidades del mundo pueden reconocer que se basan en el mismo principio de reciprocidad y que las matrices de su ética común son las mismas, e incluso que los valores producidos en el seno de esas estructuras de reciprocidad son también las mismas, aunque parezcan diferentes porque hasta ahora han venido expresadas en lenguas diferentes y con diferentes imaginarios. Cuando por ejemplo un Awajun del norte del Perú define ipaamu como la unión de sus parientes y amigos para hacer un trabajo que excede la capacidad de un uno solo (construir la casa de una nueva pareja, abrir una chacra en la selva, etc.). y hace ver que el trabajo se hace con alegría o como un evento deportivo, que la relación es creadora de un vínculo social fuerte de carácter fraternal, describe una práctica que se encuentra en todas las sociedades campesinas en todo el mundo, en Asia, en África, en Europa, y en todas partes en América: la entre-ayuda, la minga, el potirõ. La entre-ayuda en las comunidades rurales es reciprocidad productora que no sólo permite a todos hacer algo que para cada uno sería muy difícil si fuera autónomo, una ganancia material incuestionable, pero también la producción de un valor espiritual denominado por los griegos la charis, la gracia, porque no perteneciendo a nadie en particular, es común a todos. Sin embargo, las estructuras de la reciprocidad de base, que no detallamos aquí y que hacen real el principio de manera concreta y no solamente formal, generan valores fundamentalmente distintos, un poco a la manera de las letras del alfabeto con las que se pueden formar palabras sin fin. Y como los valores de estos sistemas diferentes se expresan en imaginarios diferentes, no es de extrañar que las sociedades o comunidades se hayan enfrentado en razón de su desarrollo específico. Hoy en día, la filosofía política pone fin a estos enfrentamientos al revelar la “razón de las cosas” gracias a la teoría de la reciprocidad. Esta teoría permite a todas las comunidades del mundo a reconocerse mutuamente como parte de una civilización humana que puede y debe poner fin a la barbarie capitalista.