Las viejas
estrategias del poder siguen dando frutos, se perfeccionan y actualizan. En los
tiempos que corren, han encontrado en la manipulación mediática un fiel aliado,
que le permite llevar al máximo las estrategias de distracción, de manipulación
y de opresión social.
Parafraseando
a Chomsky, las élites políticas y
económicas, deciden por el resto de los mortales y por el resto de los
intereses. Lo insignificante se ha convertido en sustancial: lo que se
dice, lo que no; lo que se muestra, lo que se oculta; lo que conviene decir y
hacer y lo que se pospone para cuando bajen las estrellas.
Para
consolidar la salud democrática y la confianza de la ciudadanía, todos los
políticos, gobernantes y dirigentes en sociedad, deben responder por sus actos.
Los extremos a los que ha llegado la corrupción en la vida pública española,
denotan la gravedad del hecho y desinflan la credibilidad y la confianza
ciudadana en sus marcos más sustantivos.
Hay políticos
españoles, presuntos corruptos (por la buena fe de la justicia) en casi todos
los ámbitos de la política y en casi todas las capas de la sociedad. Los
castings políticos parecen no estarse realizando adecuadamente. España es una
sociedad que simula al navío sin patrón y yace al borde del naufragio.
La creciente
corrupción en la política española, nos habla de los incontables cargos
públicos ocupados por naranjas podridas, por políticos que constantemente
parecen estar ganando la lotería, afiliados a los fraudes y a las tropelías
cotidianas. Abundan las personas corruptas que utilizan el nombre de las
instituciones que dicen representar, para beneficiarse personalmente.
¿Acaso los
políticos corruptos piensan que el pueblo es tonto?. La política es un mal
necesario, pero ¿es necesario apoyar y apostar por políticos tan carentes de
ética, de valores sociales fundantes y tan despegados del latir cotidiano de
vida?. Una sociedad, donde su clase política esté contagiada por la corrupción,
está condenándose a su propia autodestrucción.
La corrupción
está clavada en la médula del funcionamiento social español, en el epicentro
del sistema y lo hace sangrar muchas veces en esas latitudes y espacios del
organismo que más fuerte creemos y por las que apostamos con mayor confianza y
expectativas, sin atrevernos a concientizar de pleno, que entre nuestros
dirigentes abundan los maestros en corromper y los apéndices expertos en
dejarse corromper.
En nuestra
sociedad y por tendencia bastante mayoritaria, se llega a admirar a los
“listillos”, a los que “saben vivir bien”, a quienes aprovechen lo que tienen y
lo que pueden, para escalar la pirámide. Prevalece un clima atractor diseminado
socialmente, donde lo más importante es hacerse rico, tener influencia, ser
respetado, admirado y no importa las formas a través de las cuales se alcancen
esas máximas: el fin justifica los medios y un buen medio para alcanzar estos
fines es codearse o adentrarse en la política.
El sistema
social soportado en la lógica utilitarista, ha llegado a asumir en su propio
ordenamiento y propósitos, una degradación infinita de valores, normas,
fundamentos y actitudes vitales. Los modelos positivos no abundan, los que
existen no se resaltan como se debería y las nuevas generaciones no están
dispuestas a sacrificarse, enfrentándose a los embates de las fuertes
corrientes oceánicas, que deambulan en una misma dirección; en la dirección del
conformismo, del desapego moral, de la inacción y de los disimulos ¿cívicos?.
Es vergonzoso
y obsceno actuar en nombre de la honorabilidad y enriquecerse a espaldas del
pueblo con su dinero, violentando su confianza y sus apuestas más sinceras. La
atracción fatal por el lujo desmedido, por los regalos suculentos y por el
trasiego de millones (en pesetas o en euros), hace que muchos “representantes
del pueblo” se comporten como mafiosos.
La experiencia
concreta, los hechos y los datos validados, muestran que el tema de la
corrupción política en España no es un mero caso aislado (por supuesto que
tampoco es generalizable a todas las fuerzas o actores políticas/os) y mucho
menos es un problema limitado a partidos específicos.
En España, tal
parece que es vox populi los modos de proceder de los políticos y es
algo normal que al cargo le vayan acompañados cambios en el repertorio de vida.
Como la presunción de inocencia es una máxima en democracia, pues los hijos
putativos de la ética, se encargan a diestra y siniestra, de vociferar su
culpabilidad no culpable.
Aunque es
fundamental poner nombre y apellido a los corruptos, es indudable que se ha
descalificado en la subjetividad social y en el imaginario colectivo, el propio
hacer de los políticos y gobernantes y aunque no sea generalizable esta
situación denigratoria, no cabe duda de que han sido muchos políticos y
gobernantes los principales responsables de las imágenes y secuelas dejadas a
su paso.
Si se quiere
limpiar la sociedad española de la plaga de corrupción, que se incrusta como
mazmorra en sus aguas cotidianas, es necesario develar todos los niveles y
ámbitos donde existen individuos corruptos, no tapar ni justificar las malas
actuaciones, procediendo con mayor rigurosidad, contundencia y transparencia a
la hora de seleccionar a los miembros partidistas, a los funcionarios y
gobernantes que conducirán el funcionamiento de la sociedad.
Tan importante
como lo anterior, es la necesidad de aumentar los instrumentos de control
social, de supervisión ciudadana y de rendición de cuentas a la población española,
que exige respuestas, cambios genuinos, transparencia, sinceridad.
La corrupción
no es un fenómeno marginal, secundario o excremental, no es una acción de unos
pocos extraños depravados; puede estar a nuestro lado, rozándonos y tentándonos
constantemente, puede estar en nuestras cabezas, en los rostros que admiramos,
e incluso en quienes depositamos nuestra confianza y la enturbian con sus
actos.
En los
ambientes generales de corrupción, de deshonestidad y de falta de compromiso
cívico, se valora magnificadamente el enriquecimiento, el tener y por lo
general, de forma más o menos encubierta, se llega hasta el autoritarismo, al
uso o al abuso exacerbado del poder. En esta dirección y para dichas personas,
lo más importante es tener dinero, reconocimiento social, emprender grandes
negocios, fomentar buenas relaciones con amigos en la cumbre.
Los que tienen
dinero, poder, riquezas, acciones, empresas, propiedades, son considerados como
personas exitosas, son respetados y reconocidos socialmente. Entonces se
constituyen como modelos a seguir, como cánones del éxito y como referentes a
imitar.
La evidencia
refleja que en España no se ha planteado desde los centros de poder, erradicar
definitivamente la corrupción política; solo se toma y maneja como arma
arrojadiza para culpar al oponente de turno, justificar los desplantes
políticos y vender nuevas tácticas ante los ciudadanos adormecidos.
Ello hace que
se agudice la crisis de credibilidad en la sociedad y que se cuestione
sobremanera la calidad democrática del sistema, el que se tambalea no solo por
los comportamientos y actitudes de unos políticos corruptos, sino y
fundamentalmente por las decisiones que se toman para evitar, disminuir,
eliminar, o afrontar esos eventos concretos.
La reconfiguración
del poder a gran escala, en todos y cada uno de los contornos vitales de la
sociedad española, es un imperativo para transformar radicalmente la realidad
en materia política, social, económica, cultural y de convivencia.
La sociedad
tiene que hablar alto y claro y decir basta, no puede subsumirse en el
silencio, ni tolerar el desorden político que lleva al caos moral, al desamparo
económico y al descrédito en todos sus alcances. Debe, eso sí, abogar por el
imperio del derecho sobre la base de la legalidad y de la justicia social,
redefiniendo las fronteras del pensamiento y los nervios del buen hacer, para
poner en marcha definitiva la locomotora de la praxis libertaria.
Vivimos en un
sistema que es permisivo con la arbitrariedad, con los usos y abusos en las
formas y en los contenidos. Se monta de la corrupción y de los corruptos
(¿presuntos?) un espectáculo morboso y a veces hasta se olvida que la
corrupción política es un oprobio a la democracia y un escándalo que atenta
contra el apego al estado de derecho; es decir, contra el mínimo respeto a la
ciudadanía. Los políticos que utilizan el dinero ciudadano cuando se corrompen,
juegan con la buena fe y con la confianza depositada en ellos; es impermisible.
Juntos,
debemos hacer que valga la democracia y no la palabrería, que prime la nobleza
y la limpieza del espíritu y no el paro o la pobreza, que prevalezca la
responsabilidad y la honorabilidad y no las búsquedas de la sumisión en el
Otro: en el Otro engañando, en el Otro manipulado.
Solo juntos
podremos borrar de una vez y para siempre la corrupción de las avenidas de lo
social complejo, recomponiéndolas, resignificándolas y dotándolas de nuevas
formas de actuación más dignas, justas y transparentes.