Cuando cualquier democracia cruje, reluciendo como mera
caricatura o simulacro, resulta urgente y necesario, ir restaurando la
confianza en la misma, por parte de toda la ciudadanía.
Precisamente caracteriza y distingue a una democracia, la
confianza colectiva y una fidelidad reciproca (entre gobernantes y gobernados), para saber vivir y convivir con
las diferencias, aprendiendo a superarlas mediante el diálogo, la persuasión y
la comprensión necesaria, sin perjuicio
de sacrificios compartidos ecuánime y equitativamente.
La no confrontación de ideas (ni siquiera en comisiones ad-hoc del poder legislativo) y las
descalificaciones o falacias ad
hominem, fueron languideciendo
a nuestra joven democracia la que, palpablemente, empezó a desaparecer de la
escena política, siendo sustituida por la prepotencia o dictadura del número,
en un claro abuso de las mayorías en desmedro simétrico de las minorías.
Asimismo, la práctica reiterada y petulante de ejercer el poder “institucionalizando”
la corrupción, hizo “recular” a la
propia democracia representativa. En efecto, ésta finalmente quedó atrapada
como tolerante, complaciente y hasta sometida
al conchavo de conciencias y voluntades para
el logro de peculiares alquimias traducidas en mayorías denigrantes.
A propósito, el mayor referente intelectual de izquierda en los Estados
Unidos, Noam Chomsky, acaba de afirmar que, en esta última década, la corrupción fue tan grande en Sudamérica que
sus gobiernos se desacreditaron a sí mismos desperdiciando grandes
oportunidades.
Por su parte, la injusta postergación de una coparticipación
impositiva inversa, fue suprimiendo corruptamente, autonomías municipales, federalismo,
dignidades personales, oportunidades y vinculaciones.
Tampoco se proveyó al crecimiento armónico de la Nación ni a un poblamiento
más simétrico y horizontal de su vasto y riquísimo territorio, todo lo
cual podría emprenderse mediante el
traslado gradual de capitales provinciales donde territorialmente
reconcentrados y paupérrimamente desordenados,
se encuentran radicados la inmensa mayoría de los argentinos, facilitando su colonización por el
clientelismo, la corrupción, la violencia, el robo, el maltrato familiar, la trata,
la prostitución, el alcoholismo, el narcotráfico; sus derivados y derivaciones.
Estos desagregados o desconcentraciones demográficas que implicaría
el traslado de una sola de las mega metrópolis, (Vg. the leading case de Brasilia en Brasil), seria tan estratégicamente
disruptivo como para ir aboliendo poco a poco tantas esclavitudes sociales, en
tanto iríamos recobrando dignidades y desarrollos humanos, con la atomización
de redes de vicios y la implementación de centros regionales de recuperación de
las victimas, con genuinas y más
directas prácticas democráticas, con más seguridad personal, con amistades
imprescindibles entre “industria/consumo y
ambiente”, disponiendo a la vez de inconmensurables espacios para
forestación, para el desarrollo de energías renovables, para nuevas prácticas agrícolas/ganaderas,
para recreación y esparcimiento como asimismo,
de un notorio incremento de la paz social ante la desactivación automática
de caos diarios en el tránsito citadino capitalinos o, de aquellos otros, recurrentemente
provocados por abusivos reclamos gremiales/sindicales, preferente y
“casualmente” en las grandes capitales.
Entonces, para reverdecer nuestra República, es el momento de
participar en una gesta democrática, sin condicionamientos, sin miedos, sin
prejuicios ni discriminaciones, todos con una sola voz que sea capaz de acompañar,
de sostener, de tolerar, pero también, de exigir firme y determinadamente,
transformaciones sociales, políticas, económicas y ambientales más conformes a
la dignidad humana.
Concomitantemente, será importante la reinstitucionalización del
sistema y de la justicia electoral para supervisar profundamente la formación
cívica y la capacitación de sus dirigentes, la estructura de campaña de los candidatos; su cumplimiento a las exigencias
constitucionales para los partidos políticos, singularmente, sus
financiamientos y rendiciones de cuentas.
Urge igualmente, la insinuada ley anticorrupción para la
aplicación de pruebas en la honestidad y en la garantía de confidencialidad a
los informantes de toda práctica corrupta (“testigo protegido”).
Finalmente así, podremos ir
recuperando, renovada y refortalecidamente, la confianza vívida del pueblo para
dejar definitivamente atrás, toda
languidez y anodinas (o sólo reactivas) participaciones ciudadanas en nuestros
procesos electorales o secuencias federales, democráticas y republicanas.