Antonio
Colomer Viadel
Catedrático de Derecho
Constitucional (J)
Universidad Politécnica
de Valencia
Director del Periódico
Digital La Hora de Mañana (www.lahorade.es)
Desde hace más de 500 años las
relaciones de Inglaterra -y luego, el Reino Unido- con el Continente europeo se
han basado en la desconfianza, el temor y la altiva superioridad de la potencia
insular hacia todo lo que procediera del Continente. Este era el lugar de donde
venían las invasiones, las epidemias, las guerras y todas las amenazas. Las
gentes del Continente eran los barbaros a los que se despreciaba por qué no
conocían ni la democracia, ni el verdadero Parlamento ni el habeas corpus.
Desde esa época lejana la
política de la altiva Albión ha consistido en fomentar las divisiones
continentales y aliarse con la segunda potencia militar para debilitar a la
primera del continente.
El acuerdo vergonzoso y
humillante para los continentales firmado, con nocturnidad, el 19 de febrero de
2016 supone una quiebra de los principios de unidad y solidaridad que han
vertebrado la Comunidad o Unión Europea y la concesión de un acuerdo para dar
al Reino Unido un estatus único y especial, como alardeó el primer Ministro
Cameron de haber alcanzado en la negociación.
En suma, se trata de tener un
mínimo de deberes y un máximo de derechos. Ese freno de emergencia para impedir
el acceso inmediato a los inmigrantes de la UE, en el Reino Unido, a las prestaciones
sociales, o la rebaja en las mismas ayudas a los hijos de tales trabajadores
que continuaran en los países de origen. También la cláusula de salvaguardia
para proteger a la City Londinense (bancos y órganos financieros) para que no
sufrieran discriminación con respecto a los países de la zona euro, pero no
estuvieran sometidos a sus reglas. Es decir, una forma de frenar, como casi un
veto, invocada por un solo país ante cualquier decisión de la supervisión
bancaria de la UE.
Y en el plano de la integración
política la enmienda a los Tratados por la que el principio fundamental de ir
hacía una unión cada vez más estrecha, no se aplicaría al Reino Unido, al que
no se puede forzar a una integración política. Es más, moverá a su hábil
diplomacia para entorpecer cualquier avance integrador.
Por descontado, las empresas, y
bancos británicos tendrán un acceso libre al apetitoso mercado único de la UE.
Debemos recordar que el General
De Gaulle vetó en varias ocasiones las solicitudes de entrada de Gran Bretaña
en la Comunidad Europea y sólo con su desaparición de la escena política pudo
esta ingresar como un verdadero infiltrado y quintacolumnista del poder
anglosajón. De Gaulle que protagonizó el reencuentro franco-alemán, el mayor
éxito histórico de Europa desde hace 150 años
tuvo muy claro el peligro, mucho antes de que lo vieran otros y así lo
reconocen dos ex primer ministros franceses, el gaullista Alain Juppé y el
socialista Michel Rocard, en un libro no muy lejano que reúne un diálogo y
debate conducido por el periodista Bernard Guetta (“La politique telle qu’elle
meurt de ne pas être”, editions J’AI LU, Paris, 2011). En la tercera parte de
ese libro, titulada Le rêve malmené de ‘Europe, Rocard reconoce que ha tardado
treinta años en comprender el papel deletéreo del Reino Unido en relación con
Europa, lo que le ha conducido a su muerte política y una supervivencia sólo
como organismo económico. Juppé no es tan pesimista, aunque reconoce los
antecedentes señalados por Rocard y afirma que aceptar a Gran Bretaña en la
Comunidad Europea era meter el gusano en el fruto.
Es interesante la cita referida
al notable discurso de Churchill, pronunciado en Zúrich en 1946, llamando a la
unidad europea, para que no se repitiera la catástrofe de la II Guerra Mundial.
En ese discurso tan alabado se veía a Gran Bretaña como un aliado privilegiado
de los EEUU y con un papel tutelar sobre el Continente Europeo, sometido a la
protección de los EEUU y de la Commonwealth Británica. Tanto el político gaullista
como el socialista, -por más que el primero aún espera una recuperación
política de la Unión mediante incremento del papel del Parlamento europeo-,
coinciden en reconocer que Gran Bretaña entró en el conjunto europeo para
impedir toda evolución federal de ese proyecto y destinó todas sus habilidades
a un trabajo de obstrucción, favorecido por la lentitud en los acuerdos, el
exceso de burocracia, las divisiones fomentadas y todo ello culmina en esta UE
reformada y más debilitada con un papel único y excepcional del Reino Unido con
el conjunto europeo.
El 20 de febrero, en el Diario El
Mundo, la señora Miriam González, esposa de Nick Clegg, viceprimer ministro
británico, publicó un artículo titulado “La puntilla política a Europa” en el
que, tras criticar la debilidad de las concesiones al Reino Unido, señala que
si vencieran en el referéndum británico los partidarios de la salida de la UE, ello
podría convertirse fácilmente en la puntilla política que a Europa le falta
para verse envuelta en un proceso de desintegración y destrucción galopante.
Evidentemente, mi tesis es la
contraria: el triunfo del voto, aunque sea por poco, para que el Reino Unido
permanezca en la UE con estos privilegios de estatuto único y excepcional, es
la verdadera puntilla política para el proyecto europeo. La única esperanza es
que la altiva arrogancia de los nacionalistas británicos imponga la salida y
ese triunfo será la liberación para Europa de ese estatuto único británico y del
bloqueo para avanzar en la integración política. Será un punto de partida desde
la hegemonía de valores y principios como los de unidad y solidaridad,democracia
y protección de los derechos humanos, pero necesitado de reformas en las
instituciones y en las políticas públicas como ya apuntamos en nuestro libreo “Un
nuevo rapto de Europa” (Colección Política y Derecho-PO-DER, Valencia 2012).
Ello no quiere decir que no
sigamos admirando y emocionándonos con numerosos y valiosos británicos como Shakespeare,
Chesterton, Dickens, Chaplin y tantos otros.
No quiere decir tampoco que no
mantengamos relaciones de buena vecindad, e intercambios comerciales, sociales
y culturales, incluso defensas compartidas antes la verdadera barbarie del
fanatismo emergente hoy por tantos lugares del mundo. Ahora bien, lo haremos
desde la igualdad y la defensa de los intereses propios de esta Europa
continental que no puede dejarse humillar ni despreciar por los “protectores
predestinados” de fuera de sus fronteras.