Según
datos de la consultora Diagnostico Político, en las calles porteñas los
piquetes y cortes de calle crecieron un 442% sólo en los primeros 15 días de
este mes. En 75 días de este año ya se realizaron 95 piquetes callejeros en las
calles porteñas, 62 interrupciones de tránsito, contra apenas 14 de febrero
pasado y 53 del mismo mes de 2016.
Así
las cosas, la regular asistencia a los lugares de trabajo para la normal
realización de las actividades cotidianas, se topa por estos días con toda
clase de obstáculos, impuestos por piqueteros militantes impulsores de una
violenta escalada en la conflictividad social;
ello no obstante la vigencia del artículo 194 del Código Penal y en el
marco de un supuesto estado de derecho e imperio de la ley, lo cual ha sido puesto en entredicho a estar
por los fastidiosos y dañinos sucesos cotidianos, derivados de un caos
organizado y fuera de control, donde el
interés general que hace al derecho de todos, viene sucumbiendo ante belicosos
sujetos encapuchados como a una impotencia
estatal/judicial, todo lo cual harta e injustamente venimos soportando
prolongadamente los argentinos.
Estos
piqueteros vernáculos que cometen todo acto de fuerza contra el orden
constitucional y el sistema democrático, quedan atrapados por las previsiones
de los artículos 23, 36 y cc. de nuestra Constitución Nacional (CN.), debiendo
institucionalmente activarse dichos magnos dispositivos cuando como ahora,
vivimos en una conmoción que ha puesto en peligro el ejercicio de nuestra
Constitución y a las propias autoridades creadas por ella. Consecuentemente
podría declararse en estado de sitio a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
territorio en donde se viene manifestando con mayor virulencia la perturbación
del orden, quedando así suspendidas las garantías constitucionales para tales
cobardes piqueteros los cuales en tal caso podrían ser arrestados y trasladados
de un punto a otro de la Nación, si acaso no prefiriesen salir fuera del
territorio argentino.
Obviamente, no debemos ignorar que exactamente esto
último es que lo que quiere ese malón piquetero, para espantar inversores generar inseguridad
jurídica y tal.
¿Otro
yerro? de la ministro de Seguridad, Patricia Bullrich, fue su “protocolo antipiquetes” ante posibles manifestaciones
públicas, el cual estableció pautas para asegurar la normal circulación de
personas, bienes y vehículos durante las protestas callejeras, buscando garantizar una actuación sin excesos
de las fuerzas de seguridad y cuyo manual prescribió: “No queremos encapuchados
ni palos”… “Si no se van a los cinco o diez minutos, los sacamos",
(sic); un protocolo abstracto, estéril e
irrito a la fecha.
Ante
el rotundo y obvio fracaso de tal exabrupto institucional (aun sin reglamentar),
adiestrados piqueteros desafiando y despreciando desembozadamente los guarismos
en las urnas de la reciente expresión democrática electoral nacional –que ungieron unas autoridades y no otras-, interrumpen cotidianamente la vía pública
munidos de bombos y megáfonos, escombros, cubiertas y fuego, usurpando calles y
espacios urbanos, aprovechándose de la libertad, de la propiedad y de los
tiempos personales ajenos, usando armas no letales pero también letales. No
escapan al maremágnum piqueteros bienes públicos que también son tomados y
dañados por manifestantes encapuchados; automóviles y transportes públicos son
incendiados; resumiendo, un perfecto desorden social, (salvo fines de semana, feriados o vacaciones…).
¡Es lo que estamos viviendo!
Obviamente
ante semejantes vandalismos, se puso de manifiesto irrefutablemente, que estos
entorpecimientos solo se han propuesto
impedir y estorbar el normal funcionamiento de la vida en sociedad,
desafiando a la Constitución y a la justicia, provocando desmoralización,
hastío y desaliento, no solo para desafiar la autoridad pública elegida por el
pueblo, sino para voltearla.
Los
destratos violentos de esos piquetes organizados por autores (visibles e
invisibles) junto a sus desmadres reivindicativos, no pueden negar que, en
realidad, no solo se han propuesto luchar directamente contra el gobierno
electo democráticamente, sino en última
instancia, ¡tomar el mismo!
Finalmente,
con lo lacerante de fuerzas del orden capitulando frente a piquetes por
impotencia estatal/judicial y el gravísimo silencio `oficial´ de la oposición
como de gremios y sindicatos con personería jurídica, pues se subestima e
ignora temerariamente que la paciencia de la familia argentina, trabajadora y
contribuyente, hostigada y fatigada en su ya cuasi pírrico cumplimiento del
deber, ¡también tiene su límite!
Roberto Fermín Bertossi
Investigador
CIJS/UNC