En medio de
esta universalización de los efectos globales, también dañinos para la riqueza
plural de la especie humana, asistimos a una reacción introspectiva, ciega a
cualquier horizonte de comunicación e intercambio y de un egoísmo atroz que
solo valora el nicho local, cerrado como una fortaleza inexpugnable.
Alguno de
los espíritus más notables fueron defensores a ultranza de una visión universal
que no reniega del amor al entorno inmediato, pero se siente fraternalmente
unida a los valores comunes de la especie humana.
Por citar
dos ejemplos destacados, uno sería la del filósofo Emanuel Kant, el gran
pensador de la Ilustración que en 1795 escribió un Proyecto para la Paz
Perpetua en la búsqueda de esa superación de los conflictos mediante una
federación de pueblos, con leyes y tribunales comunes y que afirmó “El fin
supremo de la naturaleza es un ordenamiento cosmopolita para alcanzar el cual
se requiere el avance de la Ilustración”.
Otro
pensador más próximo, al que algunos han considerado el Kant del siglo XX es
Jacques Derrida, que a finales del siglo XX recogió el legado de Kant para
escribir “Cosmopolitas de todos los países, ¡un esfuerzo más!”. Derrida fue
especialmente sensible al drama de los inmigrantes y los refugiados y escribió
sobre la importancia del principio de hospitalidad que vinculaba al
cosmopolitismo, y a una ética del asilo que supusiera en verdad una práctica cosmopolitita.
Es suya la afirmación de que “no hay cultura ni vinculo social sin un principio
de hospitalidad”. Derrida, judío sefardita, nacido a orillas del Mediterráneo,
cerca de Argel, reconoce la inspiración cristiana de esta idea de la
hospitalidad y la fraternidad universal.
En esa resonancia
cristiana no puedo olvidar aquel impresionante discurso que Fiódor Dostoievski
pronunció el 8 de junio de 1880 en la Sociedad de Amantes de la Literatura
Rusa, en el homenaje nacional a la figura del gran poeta Pushkin en donde
terminó “el anhelo de los rusos”, que es expresión de una vivencia humana
fundamental, es “la realización de la idea unitaria en la Tierra, pero no
mediante la espada, sino por el poder del amor fraternal”. Rusia dirá la última
palabra en la historia siendo fiel a su destino cuando logre la armonía
universal de todos los pueblos, “según el Evangelio de Cristo.
Éste
espíritu del alma rusa se proyectó también en la tesis de la Perestroika, o
reestructuración planteado por Gorbachov, no solo en la recuperación de un
espíritu democrático, fiel a los orígenes, sino sobre todo en lo que supone de
un reajuste fundamental del orden mundial a partir de la idea de una
reciprocidad en las relaciones internacionales, la pertenencia de todos los países
a un organismo económico común – y por tanto una división internacional del
trabajo más equitativa-, la consideración de la naturaleza y su salvaguardia
como un objetivo común compartido al que subordinase la economía mundial, y por
último la dinámica del desarme y la reducción drástica de los armamentos que
debería permitir dedicar estos enormes
excedentes económicos resultantes a resolver los graves desequilibrios
sociales, culturales y económicos existentes entre países desarrollados y
subdesarrollados (RIDAA 19-20, Reflexiones en torno a la Perestroika, primavera
1990).
Se cumplen
ahora 30 años de que constituyéramos en Madrid, un grupo de amigos, mucho más
modestamente, una Asociación titulada “Tierra Unida – Tierra de Todos”, el 22
de noviembre de 1987- unos años antes del discurso de Gorbachov arriba citado-,
aunque el registro por el Ministerio del Interior y la aprobación de sus
estatutos fue, el 14 de abril de 1988.
Entre los
fines establecidos en aquel artículo 4º de los estatutos, se encontraba el de
activar la toma de conciencia de las personas y los grupos, para que afronten
por si mismas sus problemas y los del entorno, mediante capacidades de auto
organización y cooperación creativa; estimular la reconversión del enorme
ejercito de desempleados en agentes libres y voluntarios de tareas de
reequipamiento social y equilibrio humano, de auto organización social para
afrontar las dificultades en la educación, el medio ambiente, la animación
cultural, la lucha contra las disfuncionalidades sociales; impulsar el sentido
generalizado de responsabilidad ciudadana, por el que todos deben asumir, en
algún momento, una función de responsabilidad social, entendida como un
servicio comunal de dirigir o cooperar de acuerdo con sus capacidades y
aptitudes; promover el conocimiento entre los pueblos y rechazar el carácter inevitable
de la confrontación y el aniquilamiento. El enriquecimiento colectivo de
nuestras personalidades diferenciadas se verá estimulado en la confluencia de
valores diversos de pueblos y culturas, en la simbiosis entre ellos en vez el
dominio de uno sobre otros; perseguir la convergencia universal para la paz, la
libertad y el respeto a la dignidad de la persona. Y para ello:
A) Defender el uso común y universal de
tantos bienes que solo deben ser de la Humanidad, y al servicio de los más
necesitados.
B) Considerar que son perseguibles
universalmente las medidas y actos que degraden a las personas, las privan
arbitrariamente de sus derechos e impiden ejercer sus libertades.
C) Presionar para reducir los medios de
destrucción- en un horizonte de su desaparición total- para que el enorme
excedente económico de recursos que generaría tenga un uso de equidad
planetaria para reequilibrar las posibilidades de los individuos, grupos y
pueblos más desfavorecidos (…).
Necesitamos
también promover una renovación radical de la educación para propiciar la
libertad solidaria frente al poder atemorizador de la autoridad dogmática. (…)
Articular
una red universal de grupos comunitarios que compartan este espíritu, en la
búsqueda de la comunidad de los libres.
El estudio
del desarrollo integral más adecuado para cada país, especialmente los más
pobres, considerando, sobre todo, las dimensiones comunitarias y la dignidad
personal de sus habitantes.
Desde
entonces cada uno de aquellos promotores hemos hecho lo que hemos podido,
algunos ya han desaparecido y otros continúan en la tarea sin desanimo, pero
con la conciencia de que es aún tarea para varias generaciones, si
sobrevivimos. La estrategia de los peldaños, de los pequeños pasos, siguen
siendo válida sobre todo en el cambio de los corazones. Toda la violencia del
mundo que nos envuelve y el egoísmo mezquino de los que solo pretenden hacer de
sus covachuelas un lugar de privilegio y superioridad para unos pocos, sordos
al clamor universal de la condición humana, no nos ha de hacer claudicar de
esta estrategia mejorativa.
Gracias
Carlos Villagra, Raúl Guerra, Carlos Díaz, Faustino Crespo por ser fieles a
este compromiso y espíritu de vida que está también iluminado por el recuerdo
de aquellos que ya se fueron.