Este artículo fue, hasta este momento, inédito para la
letra impresa, aunque se escribió a finales de 1968[1].
Se dio a conocer, sin embargo, a través de su lectura,
en el número 50 –extraordinario– de la revista oral universitaria Alfa, en el
colegio mayor Alejandro Salazar, de la Universidad de Valencia, a mediados de
febrero de 1969. De ahí algunos giros de su redacción, que se han mantenido
para publicarlo tal como se leyó. Desde ese entonces ha habido una literatura
abrumadora sobre las revueltas estudiantiles en general y sobre el mayo
francés, en particular.
La información sobre aquellos sucesos tenía entonces
la viveza del mensaje periodístico, al día.
A la vez, los primeros libros aparecidos casi al calor
de las barricadas, escritos por protagonistas y testigos presenciales,
presentan la vitalidad y la fuerza de aquello aún retenido en nuestras retinas
y corazones, sin tentaciones eruditas ni pretensiones doctrinarias de
interpretación histórica o filosófica.
Se cumplen ahora los 50 años de aquel mayo del 68 en
Paris que fue al mismo tiempo una conmoción universal que cambió los hábitos
sociales
Por último, la mayor parte de los peligros sobre las
oligarquías y el Estado que entonces se denunciaban no sólo no han disminuido,
sino que se han, probablemente, acrecentado.
Con una sutil y grave diferencia: la mayor astucia del
poder para enmascarar su realidad y estar al acecho para no ser sorprendido en
otra ocasión.
Vale la pena recordarlo.
En el momento de analizar los perfiles nuevos de este
fenómeno que ha sorprendido en gran medida a las sociedades de Occidente, es
necesario dibujar, aunque sea esquemáticamente, el ambiente en que se produce,
es decir, hacer un breve diagnóstico de nuestro tiempo.
El mundo en que vivimos se encuentra en la encrucijada
de una geopolítica que ha dividido, sin matices, a éste en dos zonas
enfrentadas, radicales y sin concesiones sobre sus respectivos cotos de
dominio.
Existe además un nuevo ingrediente que ha traumatizado
hasta el paroxismo esta situación: la posibilidad técnica de un aniquilamiento
total evitada por el equilibrio siniestro de un contrapeso de temores con toda
la inestabilidad básica de los miedos.
Por otra parte nos encontramos inmersos en una
sociedad industrial de masas conmocionada y potenciada en sus posibilidades por
un increíble desarrollo tecnológico progresivamente en aumento. Como
consecuencia de esta estructura social se han producido dos circunstancias de
enorme trascendencia: el crecimiento fabuloso de la producción, como fruto de
la exigencia de consumo, y la capacitación técnica de control social a través
de unos medios de comunicación y difusión cada vez más absorbentes y completos.
El primer elemento va a trastocar la organización de
las necesidades y la manipulación artificial de los deseos de éstas al servicio
de un consumo, consecuencia de una superproducción imparable.
Los medios de comunicación social tenderán a conseguir
una homogeneización social a través de la interiorización de hábitos y
creencias masivos.
Respecto del mundo globalmente considerado quizá sería
posible en este momento un fin de la utopía en la forma enunciada por Marcuse,
ya que técnicamente dentro de poco hasta lo imposible será posible. Sin
embargo, la organización socio-económica condiciona estos fabulosos
instrumentos y mantiene el contraste entre una minoría de países superpotentes
y el espectro flagrante del hambre y la miseria en el Tercer Mundo.
Por último las antiguas creencias están en crisis y no
tenemos o dudamos de las que tenemos; una cultura que, como en otras épocas,
nos explique serenamente este mundo increíble en que vivimos y nos dé razones
convincentes sobre él.
Sobre esta situación ambivalente de inseguridad física
e inseguridad psicológica se encuentra el hombre actual, en vilo bajo la
presencia de un poder y de una omnipotencia como nunca existió.
Este es el quicio en el que debemos analizar algunos
de los elementos de la rebelión estudiantil.
En primer lugar no pueden satisfacernos explicaciones
excesivamente simples del fenómeno. Existen minorías organizadas sujetas a una
disciplina de subversión política, pero no se puede encontrar en ella la
génesis, no ya exclusiva, sino siquiera principal de un acontecimiento
universal de esta envergadura.
Del mismo modo también podíamos constatar la
existencia de una gran masa universitaria adaptada a la estructura de las
necesidades y los cauces de promoción y de satisfacción previstos por el
sistema.
Aún aceptando la presencia de estas dos actitudes
radicalmente diferentes, es preciso destacar que últimamente hemos asistido a
la actividad de unos movimientos irreductibles a los esquemas clásicos, no
encuadrables en actitudes históricas rígidas ni afiliables a doctrinarismos
antiguos.
De este movimiento heterogéneo, pluriforme, muchas
veces impreciso, que algunos demasiado simplemente han calificado de
neo-anarquista, cuyos perfiles más que teóricos son vitales, cuyas influencias
intelectuales son múltiples y ninguna decisiva del todo y cuya anécdota
histórica máxima ha sido el acontecer de mayo de1968, en Francia, es de lo
quisiera hacerles a ustedes un breve análisis y exposición.
En medio de estas sociedades industriales,
desarrolladas, cuya tendencia uniformadora domina la estructura social, se
produce una reacción básicamente negadora de los supuestos de lo existente, en
la que participan aquellos que por su origen pertenecen a ella e incluso en
sectores relativamente bien situados.
Se origina más que un fenómeno de clase –los
estudiantes no la forman– en sustitución del contenido revolucionario de los
trabajadores, un conjunto de actitudes individuales de carácter fundamentalmente
crítico, por caminos de toma de conciencia o lucidez personal ante el sistema.
Pese a lo que se ha dicho con cierta frivolidad, no
pretenden sustituir a los dirigentes y asumir el poder, sino actuar como piedra
de escándalo o, por decirlo en su lenguaje, como provocadores en la sociedad de
consumo, hasta la consecución de una reactivación mental de toda la sociedad.
No quieren aceptar el papel predestinado en el juego
social ni exigir una mejor distribución en la satisfacción de las necesidades,
sino denunciar lo arbitrario, lo ficticio del montaje productivo de muchas de
ellas —lujo, consumismo superrefinado, promoción central del placer como
motivación—, negándose a hacerlas suyas.
El primer tema crítico con el que se enfrentan es la
universidad, por ser el más inmediato a su propia trayectoria vital.
En su origen los acontecimientos en toda Europa tienen
planteada una revisión de la universidad; sólo después se extenderá a una
crítica de la organización socio-económica de la política y las posibilidades
de una antropología humanista nueva.
La universidad llegará a nuestra época con una
estructura fundamentalmente idéntica a aquellas de formación de teólogos y
humanistas, que fue su origen. En primer lugar contrasta con el contorno
sociológico en el que está inserta.
Además, por esta crisis de cultura de que hablábamos
no podrá ser el instrumento intelectual que elabore el sentido cultural de la
sociedad a la que pertenece.
La acusación general, en los orígenes del movimiento
estudiantil, será de anacronismo, desfase e incumplimiento de su objetivo de
enseñanza, no formando al hombre para la vida, sino estando en contradicción la
enseñanza con la lucha que en la sociedad se produce.
Se pide –dirá Sauvageot, dirigente de la UNEF–, un
espíritu crítico a los universitarios para luego engarzarlos en unos estudios
acríticos.
No enarbola enseñanzas vitales acordes con las
funciones de la coyuntura presente. Poco a poco se despierta en ellos (los
estudiantes) la conciencia de que no podrán ejercer en la sociedad el papel que
corresponde a su formación.
Y cuando se pretende reformarla –denuncia Cohn-Bendit–
dicha reforma consiste en racionalizar los estudios, no para el hombre, sino
para la proyección de tecnócratas de tipo medio, necesarios a las empresas en
la lucha por los mercados. Allain Geismar hará notar que el 70 por ciento no
acaban sus estudios en Francia y que entre los diplomados se produce un número
importante de parados o en situación de subempleo.
Igualmente se critica el sentido clasista de acceso a
los estudios o el sistema de “mandarines” que tiraniza la universidad, aunque
el problema es de mayor calado. De ahí que cuando se reivindica el sistema de
contestación permanente, cogestión universitaria y autocrítica necesaria,
enseguida se desplazará el centro de gravedad crítico hacia la sociedad de la
que la universidad sólo es el instrumento de creación de minorías dirigentes.
En el momento de enfrentarse a la sociedad en que se
vive, se produce una coincidencia fundamental: la crítica de la organización
capitalista de la sociedad como responsable de la inestabilidad del sistema y
de la artificial y agobiante escalada de necesidades que origina una lucha por
la vida, en la que la entidad misma de la persona humana está en peligro.
Sin embargo, el mismo Rudy Dutschke negará la teoría
del crack inevitable del capitalismo elaborada por el marxismo oficial. El
rechazo de aquel debe venir de aptitudes personales.
En ese sentido Daniel Cohn-Bendit, en su obra El izquierdismo, remedio a la enfermedad del
comunismo, advierte que es preciso evitar que al capitalismo suceda un
socialismo rígido y lanza un durísimo ataque a Lenin y Trotski por haber
destruido el experimento de una democracia directa, y el control obrero de
fábricas y sindicatos en beneficio de la burocracia del partido.
Unánimemente se ataca la función del sindicato –CGT en
Francia– portavoz de simples reivindicaciones materiales, alejado de la base de
trabajadores, desempeñando el papel de corrector previsto por el sistema y por
lo tanto soporte de éste.
Se preconiza el control obrero directamente en las
empresas y esta idea del poder de los trabajadores en los mismos lugares de
trabajo se sintetizará en una palabra mágica: autogestión. Se trata de formas de socialismo no autoritario o más
bien de sindicalismo de empresa de tan arraigada tradición en Francia desde
Proudhon, Pelloutier, etcétera.
No se trata pues de reformas parciales las planteadas
por casi todos estos dirigentes y movimientos, sino la supresión de la idea de
patrono y asalariado, y el abandono del concepto de beneficio. Así resulta
significativo que Rudy Dutschke escriba su tesis doctoral, aún no publicada,
sobre la experiencia de los consejos obreros de la revolución húngara de 1956.
Se desmonta el capitalismo pero se rechaza igualmente
la planificación burocrática y centralizada de la organización económica
comunista.
Reforma
política
La idea presente en la revisión de la estructura
socioeconómica de partir de la base, de fiscalizar el poder desde los propios
lugares de trabajo, continuará en el planteamiento de la transformación
política. Su actitud política no supone un mero reformismo, no creen en la
posibilidad de un gobierno de izquierdas y consideran que el equilibrio
izquierda-derecha es estéril, ya que supone aspectos de un mismo orden que se
mantiene por la gravedad de esta oscilación prevista. En los años de
transformación de una sociedad, dirá, irónico, Geismar, “el querido colega
parlamentario es un elemento que no tiene sentido”.
Por ello, el ataque radical a la democracia burguesa,
al parlamentarismo y al sistema de partidos políticos.
La organización de la acción parlamentaria será por
ejemplo la base doctrinal de la revista El
enano negro, órgano de expresión de Tarik Ali, jefe del movimiento en
Inglaterra.
Dutschke enunciará que en vez de la teoría vertical
del partido, que considera un foco de manipulación, es necesaria una
resistencia espontánea.
La cuestión, según Sauvageot, no es sustituir una
ficción por otra. Es preciso que la población se organice en el escalón de la
factoría, de la ciudad, de la universidad.
Lo que está en crisis es el principio de la delegación
de poder y se busca la instauración de la democracia directa. Es presupuesto
indispensable –dirá Cohn-Bendit– la revocabilidad de los delegados y el poder
efectivo de las colectividades. Como consecuencia, la organización ha de ser
muy primaria: comités de barrio, de empresas, etc. E incluso el mismo autor
habla de la sociedad futura como una federación de consejos de trabajadores. No
hay que crear un partido nuevo, sino crear una situación objetiva que permita
la posibilidad de expresarse a todos los niveles.
Del mismo modo se rechazan las formas autoritarias de
las sociedades marxistas existentes. Para Dutschke, en lugar del viejo sistema surge
el aparato del partido, es todo. El ataque más duro proviene de Cohn-Bendit
cuando acusa a Lenin de despreciar a la clase trabajadora con su teoría del
revolucionario profesional y del partido bolchevique, que ha llevado a las
formas brutales de dictadura del Estado soviético.
El planteamiento de su táctica revolucionaria es
rigurosamente consecuente con estos principios.
Dutschke hablará de vivir la revolución en la acción y
en proceso interior, aborrece los elementos abstractos o impersonales de estas
élites, aparato, burocracia.
“Nada –dirá– de aristocracias revolucionarias
gobernando masas indiferentes y desorientadas.”
El poder corrompe, y añadirá Cohn-Bendit que no hay
que oponer a la organización, sea Estado o partido comunista, con organización,
sino comités de acción que sólo reconocen la coordinación espontánea de los
grupos.
Nueva
antropología ética y tercer mundo
El marco de todas estas actitudes es un profundo
humanismo que los diferencia tanto de los indiferentes como de los fanáticos o
sectarios.