Paradójicamente, la política argentina se ha vuelto inhóspita
para la ciudadanía, entendida ésta como condición
necesaria que asegura a todo “ciudadano” garantías y deberes constitucionales
tanto como derechos políticos, económicos y sociales.
Una
corrupción sistémica, omnipresente e impune se apoderó de los derechos y de las
legítimas expectativas ciudadanas propias de una democracia republicana.
La
corrupción `habita´ el grueso de las instituciones, del empresariado y del
sindicalismo vernáculo.
Así
las cosas, la corrupción no solo mató sino que también traicionó `ciudadanía´.
Es tal su gravedad -por su significado y
connotaciones- que inspiraron el más duro apotegma ético-moral del propio
papa Francisco: ¡Pecadores si, Corruptos,
no!
Sin titubeos, lo que le falta a la
ciudadanía argentina, conforma ilícitamente el patrimonio de una casta
política, empresarial, sindical y profesional autóctona (vg.:, funcionarios,
abogados, contadores, notarios, agentes de bolsa, CEO´s, gerentes, directivos,
operadores, etc.; huérfanos de toda clemencia).
Bastaría un mero “Excel” para retratar y
contrastar el devenir patrimonial de unos y “otra” en los últimos cincuenta
años. He ahí los nuevos ricos corruptos, los que nos robaron la nutrición, la
educación, la salud, la seguridad, la dignidad y el júbilo de nuestros viejos (jubilados
y pensionados ordinarios); las viviendas dignas, la calidad y la tarifa justa y
razonable de los servicios públicos esenciales y, transversalmente, toda la
infraestructura que nos falta.
Desde el advenimiento de la democracia
(1983`) cuando la corrupción hizo
desaparecer el Banco social de la
provincia de Córdoba pasando por la “marroquinería” de Amira Yoma o Ruitort
(demorada en el año 2002 por la aduana chilena con cincuenta millones de bonos
provinciales para Córdoba, LeCor), de Antonini Wilson, etc.; el monumento a la corrupción
en Yacyretá, la Tragedia de 11, los bolsos de Lopecito, el “culposo”
hundimiento e irresponsable búsqueda del submarino ARA San Juan, los cuadernos
de tal o la financiación espuria de las
campañas políticas (en un país que vive de campaña); urge condenar, encarcelar e inhabilitar a
tanto ladrón de ciudadanía, sin prescripciones ni excarcelaciones posibles.
Estos son canallas e infames traidores a
la ciudadanía, a la buena fe y a toda confianza en una política cabal. Sin
escrúpulos y perfeccionando todo latrocinio, se perpetuán de generación en
generación. Sin escatimar eufemismos, nos siguen mintiendo descaradamente. ¡Con
la democracia se come, se cura y se educa!, ¡Síganme que no los voy a
defraudar!, ¡La Banelco!, ¡La inflación es algo simple y lo más fácil de
resolver!, ¡El dólar no va a llegar a $15!, ¡No vamos a devaluar!, El segundo
semestre de 2016!, ¡Lo peor ya pasó!, ¡Ahora si todo va a mejorar!...
Así las cosas, desbaratada y defraudada
toda expectativa ciudadana y todo deber constitucional, resulta artero y
cínicamente descalificador que aun se pretenda exigir un solo sacrificio más
a la ciudadanía, sin antes encarcelar a los corruptos y recuperar hasta el
último centavo de todo lo robado a la misma ciudadanía. Esto último es un
prerrequisito esencial e innegociable fruto de noble memoria, de toda verdad y
estricta justicia… si de derechos humanos acaso se trata.
Preconclusivamente, resulta urgente y
crucial transformar nuestro ultrajado contrato social de modo tal que,
finalmente, logremos la emancipación, satisfacción y bienestar general de la Ciudadanía
en cuanto tal, conforme el verdadero espíritu de los merecimientos
constitucionales.
Por último y en tanto “ciudadanos”, jamás
habremos de admitir la `cartelización´ de nuestra dignidad, de nuestras
oportunidades, de nuestro desarrollo humano como de nuestro propio futuro,
adelanto y progreso, por parte de crónicas y estructurales asociaciones ilícitas entre castas políticas,
empresarias, sindicales u otras.
Roberto
Fermín Bertossi
Investigador Cijs / UNC
Premio Adepa-Faca a la abogacía
Experto CoNEAU / Cooperativismo