José Luis López González
Miembro de la Comisión de Integridad y Prevención de la
Corrupción en el Deporte de Transparencia Internacional España
I.
Algunas reflexiones metodológicas
básicas sobre la labor del entrenador de fútbol
Es cada entrenador con sus conocimientos y formación quien a
partir de la riqueza de sus experiencias en diferentes clubes irá perfilando
progresivamente su propia metodología de trabajo.
El entrenador de fútbol, como cualquier otro profesional, ha
de perfeccionar constantemente su metodología estando atento a los avances tecnológicos. A modo de ejemplo,
en lo que afecta a los programas informáticos de evaluación del juego y aparatos
para el control de la carga física de los jugadores.
Uno de los problemas del fútbol actual es el empeño estéril
de muchos técnicos en no distribuir esfuerzos y oportunidades entre toda la
plantilla, creando, sin que el entrenador se lo proponga de manera consciente,
zonas de oscuridad e incluso mala convivencia en la plantilla. Si sólo deben
jugar los mejores, el primer cometido de un técnico es procurar que todos estén
en plena disposición de acceder al once titular porque disponen del nivel
óptimo preciso. Como el talento tiene límites (no todo futbolista es una
primera figura mundial) es importante hacer posible que no los tengan el
esfuerzo y la confianza en el trabajo bien hecho. Y para eso resulta
imprescindible la dosificación de esfuerzos a lo largo de la temporada. Lesiones
y sanciones fuerzan las rotaciones en cierta medida. El técnico tiene que completar
este sistema integral de relevos dosificando la entrada de sus pupilos en el
once inicial de cada jornada. Por ejemplo, un lateral que juega veinticinco
partidos seguidos carece, por definición, de un suplente mínimamente rodado.
Esto es lo que precisamente ha de evitarse. En los equipos que merecen ese
nombre todos cuentan y todos suman. Nadie resta. Es mejor jugar 20 partidos a
un nivel máximo que 35 en los que, por momentos, no se esté ofreciendo el mejor
nivel posible. Se trata de que todos los integrantes de la plantilla estén en
el mejor estado, tanto mental como físico, para de este modo ofrecer el mejor
rendimiento en todos los partidos. Se trata de que el equipo resulte fiable
como una máquina de alta calidad.
Un sistema de relevos que debe afectar también, en mi humilde
criterio, a la portería. Recomendaría un potero titular para los partidos en
casa y otro para los de fuera. Como el Campeonato tiene dos vueltas, ambos
guardametas intercambian sus posiciones en la segunda vuelta: el que jugó los
partidos de fuera completará en ella los partidos celebrados en el estadio
propio. Idéntico sistema se seguirá en el equipo filial pues sus porteros son
los recambios naturales de los guardametas titulares del primer equipo.
El equipo filial empleará el mismo sistema base que el primer
equipo así como los otros tres sistemas alternativos que se pondrán en liza
dependiendo del rival o de las circunstancias de un mismo partido, según
corresponda. En el fútbol, y ello se aprecia en la gestión de las canteras de
jóvenes promesas sobra táctica (cortoplacismo) y falta estrategia (proyecto de
medio-largo plazo). La cantera necesita inversión y organización. Eso nadie lo
duda. Es obvio. Lo que resulta más dudoso es lo que se ha de hacer con los
futbolistas que han alcanzado un nivel suficiente de formación. La respuesta es
darles oportunidades gradualmente en el primer equipo. La experiencia se
obtiene a través de la práctica. Si por alguna razón un futbolista en el umbral
de los 23 años no tiene cabida en el primer equipo siempre cabe la cesión a
otro club. Cumplido eses período de prácticas, que cifro en dos temporadas,
tendremos un futbolista que se integrará sin dificultad y ofrecerá un excelente
rendimiento con el valor añadido, tanto emocional como de “conocimiento del
medio”, de ser de la “casa”.
También durante el partido hay que distribuir esfuerzos. A
modo de ejemplo, con sustituciones en los minutos 55 y 75 del partido que
corresponda.
Teniendo en cuenta lo anterior, está claro que en un partido
los jugadores no pueden desenvolverse de una manera individual, por mucha
calidad de la que estén dotados, esto es, sin contar con sus compañeros, ya que
se generarían una serie de desequilibrios tácticos de los que el conjunto rival
obtendría franca ventaja.
Se trata entonces de trabajar un reparto de cometidos y
obligaciones de manera equilibrada entre los jugadores para un mejor desempeño de
la labor individual, y de todos en su conjunto, sobre el terreno de juego.
Y es ahí donde aparecen los sistemas de juego que permiten a los
equipos trabajar una organización colectiva necesaria para garantizar una
ocupación lógica y racional del terreno de juego evitando además desequilibrios
tácticos.
Para que esta organización colectiva o sistema de juego, que
es parte sustancial del trabajo del entrenador, sea la adecuada es fundamental
conocer y explotar las características de la plantilla de la que pueda
disponer. Cualquier plantilla es buena, en términos relativos, si hay un
técnico capaz de hacerla rendir al límite de sus posibilidades. Un límite que
lo va marcar la preparación física y la psicológica del conjunto. Para lograr
la excelencia en ambas, resulta imprescindible la distribución inteligente de
esfuerzos y oportunidades entre los jugadores.
Existen entrenadores que consideran que el sistema de juego
es lo prioritario, lo entienden como definitorio de su propio modo de concebir
este juego, y buscan futbolistas que se adapten a ese determinado modelo que
postulan. Mientras tanto, otros entrenadores lo hacen adaptando “su sistema de
juego ideal” a las cualidades de los futbolistas Estos últimos, son
entrenadores que priorizan las cualidades técnicas, tácticas, físicas y
mentales, además del talento de los jugadores, para confirmar no solo un método
de trabajo sino también un estilo y un sistema base de juego adaptado y
adecuado a esa plantilla concreta. La clave es tener un patrón de juego
y que los jugadores se adapten a él.
En mi opinión, vale la pena buscar futbolistas para “tu
sistema” si se tiene la suerte de entrenar al equipo desde el inicio de la
temporada. Sin embargo, si el entrenador comienza a dirigir al equipo ya
avanzada la misma, lo más prudente es adaptarse a las características y sistema
de juego que ya tienen asimilado los jugadores. Eso sí, siempre se podrán –y se
deberán- pulir pequeños -pero muchas veces importantes- detalles que harán al
equipo más competitivo mejorando su rendimiento de manera sensible.
Algunas buenas prácticas deben estar particularmente
presentes en cada entrenamiento:
a). El entrenamiento debe desarrollarse en
condiciones de tranquilidad para favorecer la concentración del grupo y de cada
uno de sus integrantes. No
es lo mismo trabajar a puerta abierta que a puerta cerrada. El equipo debe
trabajar centrado evitando distracciones.
b). Lanzamientos a portería desde todos los sectores del campo. Esta práctica, habitual en
baloncesto, se relega a un segundo plano en fútbol con el repetitivo argumento
de “el gol se tiene o no se tiene”. Pensamos que, en todo caso, el ensayo de
disparos a puerta mejorará “el gol que se tenga”. Especial atención habrá que
prestar a los delanteros. De ellos cabe esperar movimiento, con y sin balón,
desmarque, capacidad para acercarse y ofrecerse a los centrocampistas, dar
salida al pase de sus compañeros y saber jugar en los límites del fuera de
juego.
c). Jugadas de estrategia ofensivas y
defensivas. Se habla mucho de las primeras, siendo no menos
importantes las segundas. Hay que explicar con detenimiento la utilidad y el
sentido de cada jugada de estrategia. Y reelaborarlas pensando en las
fortalezas y debilidades del próximo rival. Un buen equipo ha de tener un
espíritu “camaleónico”: deberá saber adaptarse a los diferentes rivales y
terrenos de juego.
d). Creación de un sistema de juego adaptado
a situaciones de inferioridad numérica. Ha de explicarse este
sistema con minuciosidad para que el equipo lo sepa aplicar con determinación
cuando sea necesario. Es importante que el grupo controle las emociones
negativas ante errores arbitrales que al final resultan inevitables. Cuando nos
quedamos en inferioridad numérica las protestas al árbitro son pérdidas de
energía absurdas y un desprecio al juego limpio y a la ética en el deporte. Los
jugadores “deben perder la esperanza”: antes o después, con video-arbitraje o sin el concurso de la
tecnología, el árbitro se va a equivocar.
e). Implicación de todos los jugadores en las
zonas del terreno por las que no está circulando el balón. Se trata de generar ciertos
automatismos, más allá de los movimientos que resultarán necesariamente más
lentos, que nos permitan recuperarlo rápidamente cuando lo perdemos para poder
contraatacar con velocidad sorprendiendo al rival. En fútbol hay que tratar de
sustituir las indeseables entradas por la anticipación, la buena posición en el
campo de cada uno de los futbolistas y el golpeo inteligente del balón.
El objetivo al que hemos de tender es lograr que el equipo
tenga sobre el campo una identidad reconocible de manera que, gane o pierda,
deje siempre la sensación de estar cerca del triunfo que de la derrota, disputando
con ímpetu, ilusión y convencimiento cada balón. A los treinta minutos
aproximadamente de un partido ya empiezas a darte cuenta de si un equipo sabe,
o no, “a lo que juega”.
Todo el contenido que se pretende enseñar en cada sesión ha
de quedar perfectamente explicado y asimilado en los entrenamientos. Desde el
banquillo han de enviarse pocos mensajes, adecuados al momento de que se trate,
sencillos y fácilmente entendibles por el futbolista que se encuentra en plena
competición. En el propio entrenamiento, también las observaciones han de ser
breves y claras. Y es que el entrenamiento ha de parecerse lo más posible al
partido que se prepara en cuanto a niveles de exigencia.
En efecto, si se entrena de manera planificada y rigurosa, el
rendimiento resultará satisfactorio durante el partido. Ha de igualarse la
intensidad del entrenamiento a la del partido. Hay que “entrenar con
espinilleras” y con la intensidad propia de la competición. Se trata de practicar
las habilidades y estrategias en condiciones muy similares a las de la
competición. En este sentido, resulta también necesario simular el estado
emocional alterado de la competición, de forma que el jugador se habitúe a gestionar
adecuadamente sus emociones cuando compite.
Debemos definir adecuadamente los objetivos y las tareas del
entrenamiento. Es aconsejable que los objetivos propuestos para cada sesión sean
pocos y muy bien definidos en cada sesión (“los sencillos verán la luz”, como
se puede leer en las Sagradas Escrituras), diferenciándolos entre defensa y
ataque.
En la dirección de equipos la autoridad, o legitimidad de ejercicio, producto del efectivo trato humano
y el cultivo de las mejores cualidades personales, se configura como algo muy
diferente de la pura imposición propia de las relaciones de poder carentes de
legitimidad. La autoridad se acredita mediante el buen estilo y el
comportamiento fiel a exigentes principios éticos. La verdadera autoridad, por
contraposición al poder desnudo, no es impuesta por el técnico. La autoridad se
reconoce y se asimila como necesaria y útil en beneficio de los intereses
generales del grupo. La autoridad no se impone por la amenaza. Partiendo de
esta premisa, que me parece fundamental, el papel del entrenador es el de
conciliar y aunar voluntades, con la finalidad de crear “sentimiento de
equipo”.
El entrenador propiciará que la relación con el jugador sea
de respeto mutuo, tanto en el ámbito personal como profesional. Es preciso que
el entrenador mantenga la disciplina y sancione los comportamientos contrarios
a la misma previamente descritos y advertidos. La sanción ha de emplearse como
un como un método correctivo para ayudar al jugador a mejorar ahora y en el
futuro. No es un medio para tomar represalias al objeto de que el entrenador de
salida a frustraciones o sentimientos negativos. Cuando las vulneraciones de
las normas del grupo, u otras conductas desviadas, acontecen la sanción ha de formularse
un modo objetivado e impersonal. Gritar o reprender con aspavientos y malos
modos suele ir acompañado de un pésimo lenguaje no verbal. No sirve para
enseñar a mejorar a los deportistas y se queda en una actitud de mera revancha.
Es necesario advertir antes de sancionar. No hay que
confundir un error generado en las circunstancias irrepetibles de un partido
con un problema de carácter disciplinario.
No hay que precipitarse en la corrección del error. Si no se está
seguro sobre la causa del problema o sobre cómo corregirlo, lo mejor es
continuar observando y analizando el entrenamiento hasta que se esté más
convencido. Como norma, ha de comprobarse que el error se repite varias veces en
los entrenamientos antes de tratar de corregirlo
Nunca hay que castigar o reprender groseramente a los
jugadores cuando están jugando. Hay que analizar la situación con calma en el
vestuario al día siguiente.
Un error imperdonable es utilizar la actividad física –a modo
de ejemplo, dar vueltas al terreno de juego durante el entrenamiento o hacer
flexiones– como sanción. Hacerlo así únicamente propicia que los deportistas
aborrezcan la actividad física cuando resulta imprescindible su práctica
continuada.
Ha de sancionarse con criterio y proporcionalidad. Las
sanciones y las críticas constantes únicamente generan resentimiento y falta de
atención. Es esencial que el jugador asuma internamente que lo que motiva la
sanción es doblemente perjudicial: en primer lugar para el grupo y en segundo
lugar para el deportista en el plano individual.
Un castigo eficaz consiste en privar
al futbolista al que se sanciona de la parte más amena del entrenamiento, como
puede ser un partido de ensayo. Siempre, naturalmente, que con ello no se
perjudiquen los intereses generales del grupo. Me refiero, en particular, a los
ejercicios técnico-tácticos preparatorios del próximo encuentro.
Hay que ofrecer una segunda oportunidad al jugador
sancionado. Todos nos podemos equivocar y todos tenemos derecho a rectificar.
Del mismo modo, el entrenador mejora su liderazgo cuando tras equivocarse es capaz
de pedir perdón humildemente a sus pupilos.
Los premios o recompensas son especialmente estimulantes y
han de cuidarse con esmero. Se trata de una técnica de vital importancia dentro
de una estrategia de relación óptima entre el entrenador y sus jugadores.
En todo caso, hay que premiar el rendimiento por encima del
resultado. La razón fundamental es que únicamente a través de la continuidad en
un rendimiento alto lograremos repetir resultados óptimos. Merece la pena recompensar
el esfuerzo porque será lo que nos permita dar continuidad al éxito.
Premiar pequeños detalles positivos ayuda extraordinariamente
a conquistar a medio-largo plazo grandes metas. Por idéntico motivo, debe
premiarse el aprendizaje y el rendimiento de las habilidades emocionales y
sociales de igual modo que las técnicas.
Un fracaso ocasional es inevitable en la práctica del deporte
y no constituye un fracaso. Los errores forman parte del normal proceso de
aprendizaje. Un deportista ha de estar siempre dispuesto a correr riesgos razonables
de fracasar. La propia incertidumbre es compañera del viaje que conduce al éxito.
Hay que poner la mente en el día a día y en el buen trabajo de cada
entrenamiento más que centrar la atención en uno mismo y sus miedos o su
confianza excesiva producto de un estado de desmotivación más o menos latente.
Un buen deportista tiene que saber que en la disciplina que practica –como en
la vida en general- se alternan éxitos y decepciones (la palabra fracaso ha de
reservarse para las situaciones en que la persona no se ha esforzado realmente
para alcanzar los objetivos que se había propuesto).
También hay que prestar especial atención a un eventual exceso
de motivación que puede resultar contraproducente. Cuando el deportista se
encuentra demasiado motivado o activado, corre el riesgo de ser devorado por un
sentimiento tan negativo y peligroso como es la ansiedad. En este caso, el
deportista centra toda su atención en una preocupación enfermiza sobre si será
capaz o no de alcanzar la victoria. Dentro de una variada gama de efectos
negativos, la ansiedad hace que los músculos se tensen, por lo que los
movimientos del jugador ya no son tan uniformes y ágiles como cuando los músculos
estaban más relajados. De este modo, el futbolista piensa en cómo lo está
haciendo en vez de concentrarse simplemente en hacerlo. En consecuencia, su
atención no está bien centrada en el partido y llega incluso a sentir que
pierde el control. Cuanto mayor es la inseguridad del deportista y más
importante es el resultado para él, mayor es la ansiedad. Recuerdo en este
momento un consejo que le ofrecía el gran deportista y comunicador, como fue
Maikel Robinson (q.e.p.d.), a un periodista que acababa de debutar en la
profesión y que debía sustituirle en un programa radiofónico: habla como si lo
que digas por el micrófono te importara bien poco (Maikel utilizaba, en
realidad, otra expresión más coloquial que no es del caso reproducir). En
definitiva, sé tú mismo producto de una preparación que te avale como candidato
al éxito deportivo o profesional y que, a la vez, te aleje de la dependencia de
las circunstancias, o de la mejor o peor suerte. Nunca debe preocuparnos, en
cualquier aspecto de la vida, lo que no está bajo nuestro control. Bastante
trabajo tenemos ya con abordar disciplinadamente lo que sí lo está. De eso es
de lo que se trata.
En mi humilde opinión, hay que distribuir la tensión a lo
largo de todo el período de preparación para que el día de la rendición de
cuentas (en el terreno de juego o en cualquier trabajo) tengamos el estrés
positivo que nos hace redoblar esfuerzos y mantenernos concentrados y alejados
de la ansiedad paralizante. Es más, y por tópico que pueda parecer, uno hará
todo lo que pueda como máximo. Se trata entonces de hacer cuanto en realidad seamos
capaces, que es mucho más de lo que la mayoría suele creer. La activación ha de
detenerse en el momento en el que comienza a generar ansiedad.
Algunos entrenadores, por ejemplo, mantienen a los jugadores
en la incertidumbre de si formarán parte del grupo o de la alineación inicial,
o de si van a jugar. Otros continuamente recuerdan a los jugadores lo incierto
que es ganar y les hacen sentir especialmente inseguros sobre sus capacidades
individuales. Como se puede apreciar, y más allá de la buena intención, no es
este un modo adecuado de motivar. Al futbolista hay que pedirle rendimiento a
través del esfuerzo. Hay que hacerle ver que lo se espera de él es que se sitúe
en el mejor rendimiento posible para él a través del esfuerzo y ello más allá
del éxito en el partido. Si se hacen así las cosas, los resultados llegarán por
añadidura.
Particularmente importante es la capacidad de escucha del
entrenador. El jugador es una persona que tiene una vida privada con problemas
y retos familiares complejos. Si el entrenador es capaz de integrar al jugador
en la persona que también es, el compromiso del futbolista con su técnico
terminará siendo mucho mayor. Es el liderazgo basado en la sencillez y en la escucha
activa que nos lleva a una mayor probabilidad de acertar en las decisiones que
adoptemos. Lo que no se debe hacer nunca por parte de cualquier formador o
director de grupo es imaginar lo que nuestro pupilo desacertado en su conducta
está pensando. Hemos de preguntarle para que él nos diga con sinceridad cómo
valora la cuestión objeto de conflicto. Y hemos de hacerlo siendo conscientes
de que lo que nos diga puede no agradarnos. Pero es ahí justamente, en la
aclaración de los planteamientos y en el intercambio leal y constructivo de
criterios diferentes, donde se inicia la solución del problema. La paciencia,
la prudencia y la sensatez son los mejores aliados de un buen director de grupo
ya sea entrenador, profesor o formador de cualquier actividad.
En esa idea de unir deportistas y personas cobra particular
relieve el entorno social en el que se asienta el club para el que trabaja. El
entrenador, y el resto del cuerpo técnico, deben conocer las costumbres y
cultura del espacio geográfico en el que se asienta el club deportivo en el que
trabajan.