Lunes, 17 de Marzo de 2025
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06/05/2022

Cuentan de un sabio que un día


por Carlos Díaz


Hoy estoy un  poco más lejos, con algunos de los casi treinta mil ucranianos apiñados literalmente entre las basuras en torno a lo que llaman aquí “la cremallera”, es decir, la frontera de México con los otros Estados Unidos de Norteamérica. Aquí, en Tijuana, en esta nueva gehena, esperan e imploran los transterrados hijos de Adán que les sean abiertas las puertas de acceso a USA, es decir, a la segunda edición del paraíso en la Tierra. Ya veremos cuánto tardan en abrirse acogedoramente las anheladas nuevas tierras de salvación

Desafortunadamente, la experiencia en algunos lugares del mundo, aunque no sea yo reportero de guerra, me enseña obstinadamente que todos los colosos imperiales del signo que fueren abren muy fácilmente sus muy lucrativas braguetas bélicas (es decir, sus negocios armamentísticos con los que dicen salvarnos del diablo y de sus cohortes), pero muy difícilmente bajan el puente levadizo para que entren los masacrados mismos, en este caso ucranianos. Dicho de otro modo, mientras Mr. Biden aparece ante el mundo como el cruzado de la decencia y el honor universal del mundo libre enviando arsenales bélicos a los ucranianos, sus propias fronteras permanecen selladas a cal y canto para las personas “refugiadas”. Siempre bajada la cremallera de la bragueta para la salida  de las armas, y sin embargo nunca bajada la cremallera del muro. No existe metáfora más realista que ésta para describir la situación, auténtica metáfora porque siempre va más lejos y se expande más y más,  ya que los refugiados están en todo el mundo como metástasis sin cura del mundo mismo.

Hasta aquí, hasta la frontera de California,  han llegado de milagro por goteo desde que comenzó la guerra contra Rusia los pobres masacrados ucranianos por un narcisista  cósmico, un tal Putín, el rey de la KGB, y sólo de milagro sobrevivirán, si lo hacen: de milagro no es una metáfora; aquí de milagro es de milagro. Ya existía una colonia haitiana en Tijuana después del penúltimo terremoto, ahora parece que va a haber también otra colonia ucraniana.  ¿Alguien creía lo contrario? No hay colonialismo sin colonias, ni radio sin extrarradio. Colonia y colonialismo son dos designativos isomórficos.

Muy mal anda el mundo, queridas amigas y amigos lectores, cuando incluso un país como México se convierte con el correr del tiempo en paraíso para muchos que están cada vez mucho peor que los peores. Ustedes saben que cuentan de un pobre que un día se lamentaba de que sólo se sustentaba con las cáscaras que desechaba el pobre que le precedía. Y saben también que, cuando el rostro volvió, halló la respuesta viendo que otro sabio iba comiendo las cáscaras que él mismo arrojó. Tercermundialización y mundialización son lo mismo: no hay primomundismo sin tercermundismo. Ya conocen aquel chiste de color marrón: un pobre se lamentaba de que a este paso iba a comer mierda, a lo que el todavía más pobre preguntaba: “¿pero tú crees que habrá mierda para todos?”.

Yo ya no sé qué preguntará aquella persona que todavía esté peor que el  metapeor, ni cuándo llegará la pregunta del  último de la fila, o si esta fila no tuvo principio ni fin. Pero un último lo habrá, digo yo, por muy inimaginable que parezca. En los años ochenta, cuando la decadencia de Venezuela fue agravándose, el pueblo decía: “esto ya no puede ir peor”. Error notable de cálculo. Porque los muertos de hambre no hacen preguntas, van y sencillamente se mueren sin rostro. Como en los hornos crematorios, su huella se la traga la tierra para siempre jamás, y sin amén

Estas pobres gentes de Ucrania a mi lado, o mejor, yo a su costado, esperan no morir sin dejar huella en la memoria del mundo. Eso lo espera todo el mundo, pero tampoco aquí huele a supervivencia posible; de momento algo sigue oliendo a podrido, como en la Dinamarca de Shakespeare. Y, sin embargo, por estos lugares sigue sin hacerse visible de momento el regreso a casa del hijo pródigo al menos para nutrirse de las bellotas que alimentaban a los cerdos de las piaras de su padre. Han salido de su patria, han hecho el camino del desierto, y ahora, sin vadear el Rubicón para que no les descerrajen un tiro, no pueden hacer otra cosa que esperar el maná, aunque éste sea un maná como el de la película de Berlanga con José Isberg como protagonista, Bien venido Mr. Marshall, es decir, en forma de leche en polvo y queso amarillo: con el pacto americano ya no hay nada que temer, tomaremos cola-cola, en vez de tomar café.

¿Qué hacer ante el rostro de la viuda, del huérfano y del extranjero? Los filósofos no paramos de hablar del “rostro de la viuda, del huérfano y del extranjero”, pero somos iguales que todos: no abrimos las puertas de nuestras casas más que al poder, al prestigio y a la peseta (como se decía antes, “las tres pes”, lema que ahora constituye la ideología del PP (dos pes, hay que ahorrar) y por supuesto de la izquierdita bien depilada, ya sea con o sin coleta, como en la historia de Sansón y Dalila de trágico final.

Mañana daré una conferencia bajo el título La pandemia como hipocresía social en una Logia masónica amiga.  A ver si sacamos algo para los ucranianos, al menos por aquello de que las Logias defienden –aunque estén muy de capa caída- la existencia de un Logos o razón universal fraternal, un dios-arquitecto capaz de poner un poquito de orden en medio de esta entropía, que tanto se asemeja al último ciclo descendiente del hinduismo. Aquí Brahma, Shiva y Vishnú siguen con sus numerosos brazos abiertos esperándonos como avataras de misericordia, o como el bhodisattva budista que prefiere ayudar a los mortales antes que convertirse en Buddha, en luz para sí mismo.

Pero la luz es luz porque ilumina las tinieblas, y si no las ilumina es una luz muerta, tan sólo en-sí-para-sí, porque todo lo que se hace sin  amor es obra muerta, según venimos diciendo –sin creérnoslo del todo- los increyentes cristianos. Todos los creyentes de buena voluntad, ellos sí, responden sin embargo, al sol cuando éste solicita su apoyo a la lámpara: “Bien, astro amado, tú descansa, cuenta conmigo: se hará lo que se pueda”.

 


Cuentan de un sabio que un  día




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