El descubrimiento de la alteridad en la sociedad europea.
Carlos Díaz.
Del 27 de noviembre al 1 de diciembre de 1989, en el encuentro Penseurs français d’aujourd’hui pude volver a comprobar junto a Paul Ricoeur, Emmanuel Levinas, Jea-Luc Marion, Michel Henri, Jean Greish, René Thom y Alain Besançon la enorme potencia intelectual de la filosofía francesa contemporánea, después de haber superado con mucho a la filosofía alemana. Casi todos aquellos maestros pensadores galos eran creyentes: católicos, protestantes, hugonotes, aunque no faltaba la presencia de algún agnóstico. La “crisis de las humanidades” no podía ocultar la labor intelectual llevada a cabo en Francia en el ámbito de la filosofía en un momento en el que la metafísica se encontraba a cara de perro con los problemas planteados por los distintos saberes contemporáneos.
Años después, del 16 al 18 de marzo de 1992 participé en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid en un encuentro patrocinado por el Institut Français y por el Collège International de Philosophie (París) bajo el título El otro, el extranjero, el vecino. El descubrimiento de la alteridad en la sociedad europea. Las manifestaciones contra el racismo, la xenofobia, etc, estuvieron a la altura esperada en lo relativo a su vehemencia y su rotundidad, aunque a decir verdad faltaron los abogados del diablo o al menos los Pepitos Grillo que hubieran mostrado las dificultades teóricas y las limitaciones práxicas de toda aquella brillante balumba teúrgica, que era en buena medida también la buena conciencia de la mala conciencia.
Con semejantes antecedentes y en semejante contexto a mí al menos me resultó bastante ininteligible en la forma y en el fondo la respuesta ríspida de la Embajada de Francia poco más de dos años después a una petición de la Fundación Emmanuel Mounier que yo mismo había fundado, y que traslado a continuación a ustedes:
“Ambassade de France en Espagne. Service Culturel
Madrid l6 de diciembre de 1994
Estimado señor:
En respuesta a su solicitud de ayuda respecto al libro de Gabriel Marcel Etre et avoir, lamento anunciarle que será imposible conseguir una ayuda en este caso, por no constituir este libro (ni la filosofía de inspiración cristiana) una prioridad dentro de los Programas de Ayuda a la Publicación organizados conjuntamente por el Ministerio de Asuntos Exteriores francés y el Servicio Cultural de la Embajada de Francia para el año 1995.
Quedando a disposición para cualquier información complementaria, lesaludo atentamente. Olivier Biaggini. Responsable del Libro”.
Ahora bien, ¿acaso no era Gabriel Marcel un filósofo de primera línea, presente en todas las historias de la filosofía occidental?, ¿tal vez no formaba parte de los filósofos que se opusieron al nazismo durante la segunda Guerra mundial?, ¿había cometido alguna fechoría personal? Pero entonces, ¿por qué esta censura tan descarada? Lo que molestaba a la Embajada de Francia era la condición cristiana del filósofo y dramaturgo francés. Pero ¿cómo explicar esta reacción en el país de la libertad?
La cultura cristiana ahora rechazada con alarde, ¿acaso no formaba parte hasta hacía poco de la lucha por El descubrimiento de la alteridad en la sociedad europea que en teoría y en la práctica constituía parte indeclinable del legado espiritual de la tradición reflexiva francesa?
Nadie negará tampoco que en la Europa ayer empapada de cristianismo en general, y de catolicismo en particular, la aportación a la cultura de los actuales seguidores de Jesucristo no esté precisamente a la altura, ocupando un lugar residual dada su apostasía generalizada: que cada palo aguante su vela. De todos modos, el rechazo de la identidad cristiana viene de lejos en cada uno de los países de la Unión Europea, no siendo de extrañar la simultánea introducción del caballo de Troya del Islam en su interior, religión que no es precisamente –la islámica- un paradigma de libertad intelectual ni de capacidad dialógica, dicho sea sin islamofobia alguna. El ecumenismo y el islam son incompatibles.
Pero Europa también se ha vuelto agnóstica por su parte y ha dado la espalda a lo divino. Aunque Francia es el país de mis amores, llevado por mi amor a ella y a cuanto la debo, creo estar en condiciones de musitar: ¿qué quiere Francia, qué desea la Unión Europea?, ¿será acaso el incremento exponencial de las brigadas antidisturbios y de las formas represivas de la violencia callejera lo que acallará el clamor de alteridad que todos predican verbalmente sin cesar?, ¿menos religión y más policías?
Díganme una cosa, ¿los parisinos hacen todo pensando en que el mundo los mira o para ser admirados; o lo hacen para ellos mismos?, ¿lo hacen para ellos mismos, pero en el fondo.... en el fondo saben que el mundo los mira? Porque otro tanto está pasando en Gran Bretaña y en las Bretañas menores desde hace mucho tiempo… “El pensamiento de Mao Tse-Tung es el marxismo-leninismo de la época en que el imperialismo se precipita hacia su ruina total y el socialismo avanza hacia la victoria en el mundo entero porque es una poderosa arma en su lucha contra el revisionismo y el dogmatismo: es la guía para todo el trabajo del Partido, del Ejército, y del Pueblo”[1]. Por tanto, pura lógica: “somos partidarios de la abolición de la guerra; no deseamos la guerra. Pero la guerra sólo se puede abolir mediante la guerra; para acabar con los fusiles se debe empuñar el fusil[2]. La verdad es la esencia de la mentira: “todos los reaccionarios son tigres de papel; parecen temibles, pero en realidad no son tan poderosos. Vistos en perspectiva, no son los reaccionarios, sino el pueblo quien es realmente poderoso”[3], el pueblo unido jamás será vencido, un millón de moscas comiendo mierda nunca se equivoca: “miles y miles de mártires han ofrendado heroicamente su vida en aras de los intereses del pueblo. ¡Mantengamos en alto su bandera y avancemos por el camino teñido con su sangre![4]”. ¿Sangre? Sí, sangre emanada del mismo costado con flechas de victoria. La victoria se logra disparando la flecha en el blanco. La flecha es al blanco como el marxismo-leninismo a la revolución china. Algunos camaradas disparan sus flechas sin ningún blanco, o tiran al azar: esas personas pueden perjudicar fácilmente a la revolución”[5].
Si al juicio de Lenin la revolución eran los soviets más la electricidad, al de Mao son las flechas más el marxismo-leninismo, y si hace falta las flechas más el marxismo-leninismo-y-de-las-Jons: yugo, flechas y sangre como aquellos feotas, así llamados por su beligerante militancia bajo la bandera de la fe durante las sangrientas guerras civiles de 1834 y 1872 por tierras de las dos Castillas, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia. La tradición viene cargada de sus derechos de sangre, flecha encendida y dirigida a las estrellas y a los luceros que sólo mata a los pobres, la tradición es sangrívora. ¿Tiene esto remedio, señores de la Embajada de Francia? Deja vu.