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22/04/2025

LA MIRADA HIPERMÈTRICA DE JEAN LUC MARION.


por Carlos Díaz


LA MIRADA HIPERMÈTRICA DE JEAN LUC MARION.

 

Reflexiones necesarias.

 

                                   Carlos Díaz Hernández

 

 

1.

En el parágrafo 23 de Étant donné y con más detalle en De surcroit (2001) distingue Marion entre los fenómenos pobres en intuición, los fenómenos de derecho común, y los fenómenos saturados, y dentro de estos últimos entre acontecimiento, ídolo, carne, ícono, y revelación. Además en La banalité de la saturation, dentro de su obra Le visible et le révelé (2005) responde a Dominique Janicaud, Jocelyn Benoist, Marlène Zarader, Emmanuel Falque, Anthony Steinbock y Christina Gschwandtner precisando su propio punto de vista[1].

Los fenómenos pobres en intuición no reclaman más que una intuición formal, totalmente ideal o categorial, una visión de esencias o idealidades, enunciados fenoménicos puros objeto de las matemáticas y la lógica. Y los fenómenos de derecho común son propios de las ciencias físicas y de las técnicas.

Sin embargo, los fenómenos saturados o paradojas son aquellos donde la intuición excede todo aquello que el concepto puede prever o mostrar de él, pues desbordan una infinidad de sentidos legítimos y rigurosos sin lograr unificarlos ni organizarlos, toda vez que despliegan una demasía tan potente que ni el concepto puede integrar ni la intención logra prever. El fenómeno saturado se caracteriza por su imprevisibilidad, por la imposibilidad de ser mentado -como ocurre en el asombro y en la fascinación, pues antes incluso de que los conozcamos ya nos ha afectado-, o porque sólo los conocemos de un modo parcial, sin llegar a un conocimiento completo de ellos. Asimismo, el fenómeno saturado, por su deslumbramiento, no puede soportarse; por otra parte, al sustraerse a toda analogía de la experiencia, aparece como absoluto, aun sin ser aceptado por el mundo ni encontrar espacio para su despliegue. Caracterizado por no dejarse mirar (regarder), se da tan sólo a ver (voir), resultando inmirable (irregardable).

La primera figura del fenómeno saturado es el acontecimiento (événement); dada su imprevisibilidad surge sin nosotros de forma incontrolable, se nos impone en formas tan disimétricas como la guerra o el amor. El acontecimiento se muestra aquí y ahora, no acaece (arrive) en el sentido habitual de la toma de conciencia de su llegada llegada (arriveé,) sino en el arrivage (arribo, llegada apropia del fenómeno dado), cuya aparición no depende del sujeto ni está nunca previsto para un lugar y una hora determinada. Estos fenómenos acontecientes (événementiels) son imprevisibles, se cumplen sin mí e incluso antes de mí. La muerte y el nacimiento son también dos ejemplos de ello.

La segunda figura del fenómeno saturado es la del ídolo (idole), el cual no puede ser constituido bajo el modo de objeto, ya que a su intuición siempre le falta el concepto, dada su magnitud intensiva desmesurada y en consecuencia insoportable.

La tercera figura del fenómeno saturado es la carne (chair), que no puede constituirse como un objeto, pues satura el horizonte hasta el punto de que ninguna relación la refiere ya a otro objeto saturando absolutamente la categoría de relación. Cuando estoy carnalmente afectado por el dolor, la enfermedad, la angustia, el placer me experimento invadido por ella mucho antes incluso de que yo sepa su significación. Su arribo me impone y se me impone.

La  cuarta figura del fenómeno saturado es el ícono (icône), el cual se opone a título de fenómeno excepcional, no por defecto, sino por exceso, no siendo objetivable porque no se deja mirar como un simple objeto. En tanto que inmirable o renuente a ser mirado, y puesto que reúne en él todas las características de los otros tres tipos de fenómenos saturados, el icono impone una hermenéutica sin fin. Especialmente el ícono del rostro, según la interpretación de Emmanuel Levinas, se da bajo la forma de llamada ética, la cual no se deja constituir porque se impone a nosotros, haciendo del rostro un fenómeno saturado porque en los ojos del rostro del otro surge una contra-mirada. Éste no sólo escapa a mirada, sino que es él quien toma la iniciativa al contemplarme primero. De este modo, la mirada del rostro del otro irrumpe en la visibilidad apareciendo él mismo en tanto que invisible e imponiéndoseme: no sólo no se deja constituir, sino que además él me impone su condición de fenómeno.

Estas paradojas saturadas por exceso de intuición –acontecimiento, ídolo, carne, ícono- no sólo cumplen privilegiadamente el estatuto de fenómeno, sino que demás dan acceso a una cierta invisibilidad.

Lo que podríamos denominar quinta figura del fenómeno saturado es el fenómeno de la revelación, que concentra el modo de saturación de los otros cuatro tipos de paradojas: como acontecimiento, como ídolo, como carne y como ícono. A pesar de que excede a todo fenómeno pobre y de derecho común en su calidad de paradoja de paradojas, el fenómeno de la revelación, no se erige como una excepción, ya que no excede ningún rasgo fenomenológico extraordinario y excepcional a la determinación  originaria de lo que se muestra: todo lo que se muestra no sólo se da, sino que se da sin medida común, lo dado se muestra en tanto que primeramente se nos da precediéndonos.

Jesucristo sería el fenómeno saturado por excelencia. El ícono visible del Dios invisible se revela al hombre saturando por completo todas las categorías del entendimiento humano  al reunir en sí los cuatro caracteres del fenómeno saturado. Según la cantidad, el fenómeno de Jesucristo irrumpe en la historia como un acontecimiento perfectamente imprevisible. Según la cualidad, la paradoja de Jesucristo se da intuitivamente saturando de un golpe todo lo visible, puedes la intuición saturadora sobrepasa todo lo que la mirada fenomenológica puede soportar. Según la relación, el fenómeno de Jesucristo aparece de un modo absoluto, en la medida en que el exceso de intuición saturadora anula toda posible relación con cualquier otro horizonte que pretendiese introducir  en él –limitar, aprehender, conceptualizar, etc- la paradoja fenoménica de Jesucristo.

Esta paradoja de paradojas no sólo escapa al tiempo de este mundo (saturación intuitiva según el acontecimiento), ni sólo al espacio de la tierra (saturación intuitiva según el acontecimiento), sino que también satura todo posible horizonte (saturación intuitiva según la absolutez de la carne). Según la modalidad, el fenómeno de Jesucristo aparece en tanto que inmirable[2].

 

2.

Jean Luc Marion posee una imaginación y una cultura desbordantes. A nadie se le había ocurrido hasta él la derivación del fenómeno de la saturación a partir de los juicios kantianos según la cantidad, cualidad, modalidad y relación. De todos modos esta interesante extrapolación es de carácter poético sobre todo, sin fuerza probatoria.

Por otra parte, diciendo proceder de la reflexión fenomenológica, también reinterpreta a su gusto a Husserl, a partir de la influencia recibida por Martin Heidegger y por Emmanuel Levinas. En efecto, partiendo como lo hace Jean Luc Marion de la noción fenomenológica de intencionalidad (conciencia de), lleva a ésta tan lejos que termina haciendo posible, como notaba Kolakoski, hasta la descripción fenomenológica del infierno y de los ángeles. Personalmente recuerdo que un día me dijo personalmente algo parecido Paul Ricoeur: que Marion se creía capaz de  demostrar fenomenológicamente la llegada de los Reyes Magos siguiendo la estrella.  Pero ¿cómo podría aparecernos algo “como absoluto, aun sin ser aceptado por el mundo ni encontrar espacio para su despliegue” y pretender hablar como fenomenólogos? Cuando fenomenología es todo., fenomenología no es nada. Y entonces la filosofía como ciencia rigurosa de Husserl queda convertida en demonología.

El método fenomenológico es una actitud, una forma de situarse ante lo real profundo, cuyos filtros son:

             a) La epojé, el despojarse

            Quien desee filosofar comenzará por buscar humildemente en sí mismo sus posibles prejuicios, especialmente los más profundos, los que ni siquiera conocemos (individuales, colectivos, culturales, etc). A ese poner entre paréntesis el propio ego y todos sus prejuicios, a ese despojarse le llama Husserl con término griego epojé. Son dos sus pasos:

            Primero despojarse de la ingenuidad natural. El ingenuo no se pregunta si las apariencias engañan. Sin embargo, el calor y el frío no son más que ondas electromagnéticas de longitud diez elevado a menos cinco a diez elevado a menos cuatro que afectan a las células cutáneas, las cuales, bombardeadas por tales impactos, las transforman en sensaciones térmicas de calor o de frío. Del mismo modo, el tacto es tan sólo el resultado de la presión que el ambiente ejerce sobre las mismas células. El sonido se reduce a vibraciones mecánicas del aire u otros cuerpos entre 20 y 20.000 ondas hertzianas. El color depende de la estimulación sobre la retina de ondas electromagnéticas de longitud diez elevado a menos cinco a diez elevado a menos cuatro. El olor surge de alteraciones químicas en solución gaseosa que afectan a nuestras células olfativas, etc. Las cosas que conocemos no pueden conocerse sin el poder mediador y transformador del ser humano que las analiza y objetiva. Pero esta transformación operada en los datos que nos llegan de los sentidos tampoco puede ser una operación caprichosa del sujeto. Ya a nivel meramente científico ha podido comprobarse que el aparato de observación modifica y a veces destruye la conducta de lo observado; una iluminación demasiado potente de los átomos hace variar la composición y la distribución interna de su materia, pero una iluminación demasiado débil no alcanza a describirla bien. La nueva ciencia física echa mano continuamente del principio de indeterminabilidad, según el cual el ser humano es incapaz de determinar desde fuera gran parte de los fenómenos físicos estudiados. En la física clásica, sujeto de conocimiento y objeto de conocimiento se entendían como independientes, y si bien se llegó a afirmar que el sujeto influía en el objeto era ello en la convicción de que en su fundamento último ambos (sujeto y objeto) resultaban independientes. Así se llegó a pensar que, si el ser humano fuese capaz de construir una máquina con las medidas justas para corregir la alteración producida por él mismo en lo observado, terminaría por describir con exactitud los fenómenos en cuestión. Sin embargo Husserl se apartó de aquellas viejas convicciones demostrando que la esencia de la cosa queda siempre modificada por el ser humano en su intento de conocerla, si bien la rigurosa perseverancia de sucesivas generaciones se aproximaría a su esencia.

            Después despojarse de la ingenuidad científica. Hay que desconfiar de quien, tras dudar de la mirada superficial, acaba tomando parte y partido en tal mundo tal como está. Más fenomenológico sería mantenerse en la actitud crítica, profundizar en ella sin dejarse arrastrar por las apariencias, y alcanzar lo esencial mediante la reflexión y el hábito de estudio.         

b)Reducción fenoménica

            Para acercarnos a lo verdadero mediante Husserl se sirve de la descripción fenoménica. Fenómeno (del griego fainómenon) es lo que se muestra frente a nosotros, pero tenemos que aprender a describirlo, lo que no es tan fácil como podría parecer, ya sea porque en las descripciones de lo visto añadimos por nuestra cuenta y riesgo cosas que no vemos pero que imaginamos, ya sea porque al describir nos distraemos o nos fijamos en lo irrelevante, en lo episódico o coyuntural ante nosotros: en ocasiones crees ver lo que no ves y no ves lo que deberías estar viendo.

            No hay que confundir el fenómeno con el fenomenismo, actitud propia de la filosofía empirista, según la cual -antítesis de la fenomenología- no conocemos nunca la realidad, sino las apariencias engañosas que de ella nos transmiten los sentidos. Hasta Goethe, que no fue empirista sino su antítesis, es decir, poeta escribe: “nadie vaya a buscar nada detrás de los fenómenos, ellos mismos son la doctrina”.

            c)Reducción eidética. Mediante esa reducción fenoménica se alcanza el nivel eidético. Describir eidéticamente (esencialmente, en lo esencial) no significa apuntar con minuciosidad todos y cada uno de los datos particulares frente a nosotros en calidad de objetos o fenómenos, por mucho que tratásemos luego de aglutinar todos esos rasgos en una síntesis más o menos bien hecha, sino en indagar y registrar solamente aquellas notas que resulten esenciales a lo descrito. Por ejemplo, a una mesa no le es esencial su color, ni su redondez o angulosidad, ni su tersura o su rugosidad, ni que tenga tres o diez patas, ni el material con el que se ha fabricado, sino su condición de mesa, el rasgo que la hace ser tal y en el que todas las mesas coincidan en la medida en que lo sean.

            e) Reducción fenomenológico-trascendental. Una vez concluida la anterior descripción eidética, hay que mirar hacia el propio interior, hacia el yo, teniendo en cuenta que no puede describir su interior sin describir a la vez lo exterior, al no existir separados el fuera y el dentro; a la descripción fenomenológica de la esencia de las cosas le es correlativa, pues, una descripción de la esencia de la persona misma que describe, de sus vivencias, etc. El objeto (noema) es constituido en su esencia objetiva por el sujeto (noesis): “la realidad en sentido estricto es sólo intencional, sólo para la conciencia, algo representable o que aparece por o para una conciencia”[3].

            f) Del mundo de la descripción al mundo de la vida. Precisamente para cerciorarse de que se han llevado a cabo adecuadamente las instrucciones metodológicas anteriores, se impone finalmente el careo entre el mundo ingenuo del que se partió, y el mundo eidético a que se llegó, pues si la esencia lograda no explica con profundidad la realidad del mundo de la vida, entonces es que no sirve, debiéndose volver a comenzar a una nueva epojé más atenta.

 

            3.

            Con estos postulados no cabe refundar honestamente la fenomenología. No es que las afirmaciones de Jean Luc Marion sean falsas, pero deberían ser situadas dentro de una epistemología de la fe cristiana. El humano supera infinitamente a la fenomenología porque supera infinitamente al ser humano mismo.

El día en que Yahvé hizo tierra y cielos no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Entonces formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. Lleno, pues, del aliento divino, y creado por sus manos, el hombre aparece. No es hijo del azar, ni un caos abandonado a la mera contingencia. Ha sido pensado, querido y creado con un amor personal. Cada hombre ha sido amado. Antes de crearle-amarle, le prepara un hermosísimo marco, el Edén. Dios no estaba obligado a crear, de ahí que la creación sólo pueda explicarse como amoroso obsequio. A todos los seres creados les envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la Tierra. Les retiras tu aliento y expiran, y vuelven a ser polvo. A cada cual Dios le hace ser lo que es: Dios es esa perfección última de todas las perfecciones, bien sumo; la vida no es una entrega al azar, ni al vacío, ni al sin sentido, ni a la dispersión, ni al caos. Por eso cuando la persona rompe con el misterio de Dios se rompe a sí misma, se en/ajena, se altera, no sabe vivir.

            Dios se toma a sí mismo como modelo para crear al hombre para que éste se parezca a Él. Se regala a sí mismo dando al hombre un aire de familia divina para que quien vea al hombre pueda imaginar a Dios y para que quien piense en Dios pueda pensarlo a través del hombre. Vio Yahvé todo cuanto había hecho, y estaba muy bien: el cosmos para el hombre y el cosmos y el hombre para Dios.A tal dignidad responde aquél con la exigencia ética; a mayor gratuidad divina, mayor exigencia humana.

Él ama también a quienes no lo aman, su Espíritu llena la faz de la Tierra. Porque Dios le mira puede mirarse a sí mismo en los otros. El encuentro total sólo puede darse en presencia de Dios. La vida humana está anclada en el Absoluto-Dios; el hombre sólo puede afirmar a Dios si vive ya afirmado por Dios y en esta afirmación acontece Dios en la vida humana. A mayor toma de conciencia de mi yo, tanta más conciencia de Dios, pero no de Dios en sí mismo, sino de Dios en mí.

La religión es afirmación absoluta del ser humano a la luz de Dios, la afirmación del Absoluto-Dios presente en la vida humana y a la inversa: no hay manera de afirmar a Dios sin afirmar al hombre, negando al hombre se niega a Dios. El objeto de la religión no es Dios en sí mismo, sino su presencia en el hombre, el hombre en cuanto presencia de Dios. Una religión al margen de la cultura sería vacía, pero a su vez cualquier cultura sin religión sería ciega, al cerrarse a su último sentido. Si se afirma incondicionalmente al otro y a uno mismo, se afirma también lo Absoluto. Pero esta percepción exige una cierta madurez de vida, que se alcanza cuando el hombre se encuentra en la situación de tomar al otro y de tomarse a sí mismo con total seriedad.

            En la vida humana irrumpe el Absoluto como patencia de sí a través de la potenciación del ser humano. Por eso el hombre, en cuanto afirmado por el Absoluto, supera infinitamente al hombre en la presencia del Absoluto y podrá ser amado por sí mismo y no reducido o degradado a medio o instrumento para nuestro amor a Dios. El humanismo posibilitado por este teísmo no será, por tanto, un humanismo estético conservador, sino presencia de Dios en la autorrealización de la existencia humana, la cual deriva del soy amado con que Dios le pensó y le quiso. Al revelarse el amor de Dios al hombre le hizo comprenderse a sí mismo. Dotada de dignidad absoluta, la persona es fin en sí misma, con ella el fin no justifica los medios, su valor es absoluto, no relativo. Fines en sí, no el final de sí mismos, el final es el amor de Dios.

Así pues, no cualquier teísmo filosófico, sino solamente la revelación del Dios vivo puede decirnos lo que significa el concepto Dios personal, y por ende la persona humana. ¿Quiere esto decir que el a‑teo se ignora como hombre al no aceptar esa revelación? Lo que experimenta oscuramente en su conciencia moral como conocimiento de la responsabilidad, eso se hace luminoso en el encuentro con el Dios que se revela y en esta autorrevelación nos ama.

            Creado  relacionalmente para convivir en justicia y en paz,   “dijo luego Dios: ‘no es bueno que el hombre esté solo”. No se puede vivir ninguna existencia verdaderamente humana a espaldas de los demás. La persona es el animal que animalmente trasciende de su propia animalidad, de sus estructuras orgánicas. Es la vida trascendiendo en el organismo a lo meramente orgánico, no de la animalidad, sino en la animalidad. Por tanto, trascender no es salirse del organismo, sino un quedarse en el organismo de la animalidad; y es trascender en la animalidad a su propia realidad.

            Los animales llegan a un grado de inteligencia y de sentimiento importantes, pero no a tener conciencia de sí. El animal es capaz de individualidad, pero no de personalidad. La persona se posee a sí misma gracias a su autoconciencia intelectiva y volitiva; ella sobrepasa la mera animalidad sin dejar de ser animal; el animal es capaz de contemplar objetos, la persona realidades. El humano sobrepasa la mera animalidad sin dejar de ser animal; el mero animal no es capaz de contemplar realidades, sino objetos: a diferencia de los demás, el animal humano está instalado no sólo entre realidades, sino en la realidad, en lo trascendental. Por eso es capaz no solamente de tener comportamientos, sino de convertirlos en afrontamiento, de enfrentar o asumir la realidad transformado el medio en mundo.

                Pero el relato bíblico no sirve hoy para quienes piensan que no es la naturaleza para el hombre, sino el hombre para la naturaleza: “nosotros, los humanes, no somos más que una especie animal entre otras. Desde luego, los humanes se parecen más a un orangután que cualquiera de los dos a una mosca. Es cierto que nosotros somos los parientes listos, pero ello no impide que pertenezcamos a la misma familia[4].

            Paralelamente crece la consideración del animal como portador de unos derechos iguales a los del hombre. La Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se equipara con la Declaración Universal de los Derechos del Animal con la desaparición de la distinción entre derechos personales (relación entre dos sujetos jurídicos, el acreedor como sujeto activo y el deudor como sujeto pasivo; las personas son sujetos de derecho, y por eso pueden heredar) y derechos reales (traducidos en una relación directa e inmediata entre el sujeto y las cosas y los animales, excluyendo a estos últimos de recibir bienes en heredad), ya que en la actualidad algunos animales se han convertido en herederos universales de ricachones famosos.

            Mas¿cómo evitar que según la ley de la oferta y la demanda se valorase cada vez más a un animal en vías de extinción y cada vez menos a un ser humano abundante y pobre?, ¿acaso no se dedican más medios y se manifiesta por lo general más cariño a un oso panda, a un buitre leonado o a una foca monje (esto último acaso por la escasez de vocaciones religiosas), y menos todavía a un espalda mojada? En este contexto Narciso tiene la mirada verde y se hace una foto rescatando una ballena, pero otra devolviendo al mar a las pateras flanqueadas por la policía de inmigración. Más suerte tiene hoy un animal protegido que un espalda mojada intentando cruzar el Río Bravo que separa a México de los Estados Unidos de Norteamérica. Pero no.

            El humano no solamente supera a los animales, sino también a los propios humanos, si éstos quieren ser humanos. El humano supera incluso infinitamente al hombre a la luz del Dios cristiano. Pretender, como lo intenta Marion, absorber en la filosofía fenomenológica a todo esto sería reconducir la argumentación al fideísmo, antítesis de la filosofía misma, el envés del cientificismo.

 

 

 



[1] Cfr. el excelente artículo de Porcel Moreno, M: La primera tópica del fenómeno según Jean Luc Marion: donación, posibilidad y exceso. Carthaginensia, XLI, nº 79, pp. 243-286.

[2] De nuevo, el magnífico artículo de Porcel, M y Angulo, I: Jesucristo como fenómeno saturado. Un acercamiento fenomenológico al Evangelio de Juan a partir del pensamiento de Jean-Luc Marion. Perseitas, nº 10, 2022, pp. 495-526.

[3] Husserl, E: Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. FCE, México, 1962, p.115.

[4] Mosterín, J:Grandes temas de la filosofía actual. Ed. Salvat, Barcelona, 1981, pp. 6-8.

 


LA MIRADA HIPERMÈTRICA DE JEAN LUC MARION.




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