Sobre este
fenómeno social negativo y ante la corresponsabilidad de ciertos medios de
comunicación en esta sociedad (¿hipermodernidad?) líquida que tan bien
describen Batalloso Navas, Zygmunt Bauman, Lipovestsky, Finklielkraut, Bruckner
y el siempre nuevo Erich Fromm, recuerdo a Sábato: "No se puede llevar a
la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y
tratarlos como señores delante de los niños. ¡Ésta es la gran obscenidad! ¿Cómo
vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida
por héroe o por criminal?
Bien… ante el abrumador destrato
familiar, escolar, social, estatal, televisivo, comercial e institucional,
deberemos admitir que el mismo, como actitud irrespetuosa y desconsiderada de
una persona hacia otra, se ha instalado apabullantemente entre nosotros.
El buen trato es imprescindible para
convivir en sociedad, para conseguir las metas que se han propuesto y para
poder disfrutar de una vida tranquila, sin recibir críticas por su forma de
comportarse tanto en familia como en la sociedad pero, resulta que imperan,
denigrantemente, la procacidad, lo chabacano, lo efímero enrevesado.
Ante la ausencia de valores como cortesía,
amabilidad, delicadeza y “códigos”, la
ética relacional social luce `eclipsada`
En efecto, extrañamos lo amable, lo
cortés, lo atento; extrañamos y anhelamos todavía, personas educadas,
correctas, galantes, con gestos y detalles que animen y retroalimenten nuestras
vidas.
Entonces,
¿por qué falta cordialidad y armonía en la convivencia y vecindad cotidiana?
Una respuesta posible es el imperio
de la grosería, de la “insolencia con audiencia”, de lo vano, de lo pueril, de
la falta de afables modales, incluso en personas que pareciera nunca fueron
educadas… por casos, ya no ceden el
asiento del colectivo al anciano ni en
la calle, el paso al que viene a su derecha…
Lo agradable y correcto está poco
menos en vías de extinción en tanto prevalece la impaciencia e irritación
personal en grados crecientes que cobran día a día más agresión y virulencia
hasta llegar al insulto, los golpes, las heridas y la muerte …por nada; muertes
ridículas y absurdas repotenciadas y amplificadas perversamente por un
periodismo mercantilista sin responsabilidad social.
Inquieta y mucho los niveles de
violencia e inseguridad que se han apropiado de las calles y caminos de la
vida. Crece el maltrato familiar, laboral, institucional, en las rutas, en los
transportes colectivos, en las comunidades educativas y hasta en lo
supuestamente recreativo: (estadios de futbol,
boliches/pubs, etc.).
Concomitantemente duele admitir que
una hipercompetitividad individualista ha herido de gravedad la solidaridad y
complementariedad social que nos caracterizaba (Vg., las mingas, las techadas,
las cosechas, etc.).
Demasiada violencia encubierta ante
demasiada insensibilidad e indolencia favorecidas y facilitadas por tanta
indiferencia, derivan en un grave tipo de crueldad, una crueldad que se ha
apoderado de los escenarios vitales, esto es, de las convivencias racionales y
razonables que antes resultaban espontáneamente habituales en los mismos, los
que así, vienen exhibiendo un incremento
inaceptable de ausencias fraternales básicas e imprescindibles para la paz
social, familiar, escolar, deportiva y ciudadana en las calles e instituciones,
etc.
Ya deberíamos darnos cuenta y
convencernos que nos urge revertir o al menos, aminorar todo eso, incentivando,
difundiendo y publicando periodísticamente sus opuestos; esto es, nada de lo
que hacen ciertos medios de comunicación en la actualidad.
Estos últimos, de uno u otro modo,
alientan y sugieren más o menos subliminalmente o, “como sea”, escándalos de toda laya, logros narcisistas y
volátiles, todos socialmente repugnables. Lamentablemente, a sus auspiciantes
nada les importan sus consecuencias: Vg., anticulturas del desencuentro, de la
holgazanería, del desenfado y del descarte humano. Todo lo contrario, ¡¡¡las
están financiando!!!
Ahora bien, no es necesario ninguna
sofisticación ni ilustración para ser cortés, simpático y empático.
Pero, sin el buen decir y la cortesía,
nunca nos trataremos bien, salvo cuando
excepcionalmente y por caso, somos espontáneamente autoconvocados para
el festejo de un gran éxito deportivo nacional o un ágape … aunque, nobleza
obliga, esto mismo también se disfruta… ¡¡¡hasta que prevalece la dictadura del
alcohol, de los estupefacientes, de sus sustitutos
y complementarios!!!
Resultan incontables los caminantes
empachados visualmente y con la nada en sus pesadas mochilas del orgullo, la
soberbia y las altanerías, algo propio de personas inseguras, preñadas de
incertidumbres las que, en su realidad más profunda lo ignoran clara y absolutamente.
En realidad en lo más recóndito de su
ser, todos ellos sólo buscan un poquito de afecto y contención pero, con un
cómo, un dónde y un cuándo `babeliano` e inoportuno. Ciertamente, todo eso, injusta
e inhumanamente, muchísimas veces les fue arrebatado en infancias y
experiencias de maltrato, rechazo y abandono pero, de ninguna manera, nada de
eso podrá jamás justificar ningún maltrato. Apenas si tratar de explicarlo,
entenderlo, comprenderlo y resolverlo lo más satisfactoriamente posible en las
instancias apropiadas las que –no se dude- de algún modo, nos conciernen e
involucran a todos.
Los medios de comunicación con
responsabilidad social deberían informar, comunicar y persuadir de que
deberíamos optar entre la amabilidad, la solidaridad y el buen trato o,
retirarse a vivir en aislamiento para lo que, lamentable y penosamente, parecieran estar “más preparados y
dispuestos” gran parte de la sociedad del maltrato, el desprecio, la burla, la
humillación o el “no existís”.
Las reglas de cortesía y buena
educación son el pasaporte sin el cual no se puede viajar por la vida ni
convivir como deberíamos en nuestra sociedad civil. Por eso nadie debería retacearlas
con respeto, decoro, tolerancia y
solidaridad.
Todo ello resalta el por qué hay que
saber esclarecer sobre lograr la razón y el para qué de las reglas básicas de
comportamiento en convivencia, algo de lo que nadie está exceptuado.
Debemos admitir que en el trato con
los demás hay ciertas reglas que deben aplicarse, así nos caigan bien o no tan
bien las personas que encontramos en nuestras vidas. Algunas de las mismas son:
a) saber escuchar para hablar; b) recuperar el almuerzo familiar dominical;
c) escuchar y respetar a los mayores,
aunque parecieran aburridos, pesados o poco educados... (Cuántas veces encontramos en ellos tesoros de sabiduría,
experiencias y ejemplos pedagógicos, si,
de esos que a toda lección o petulancia, siempre ganan con su elocuencia
irrefutable); d) siempre encontrar el modo mejor y más discreto para salir airoso de
situaciones tensas, comprometidas o algo incómodas; e) etc.
Ser y tratar de ser educados siempre
ayuda a saber qué hacer en casi todas las situaciones cotidianas como son el
trato con los familiares, amigos, vecinos y extraños; las relaciones con los
padres, maestros y profesores; a saber
que no deben eludirse ciertas normas sociales o estándares comunitariamente
aceptados si de verdad nos proponemos recuperar una convivencia menos difícil, más
agradable y más vivible; una convivencia que recupere paulatinamente todos los:
“por favor”, “permiso”, “perdón” y
“gracias” para volver a enriquecerla y empoderarla con verdad, bondad y belleza.
Finalmente los padres, los docentes,
los trabajadores, los profesionales, los empresarios, los agentes del orden,
los servidores y funcionarios públicos, todos
mancomunados, deberían codo a codo, ocuparse
sin demora del asunto para que, entre todos y “todos juntos”, podamos reencontrar
los caminos de la confianza, del encuentro, de la hospitalidad, de la cercanía,
del entusiasmo y de la armonía social.