A lo largo de mi carrera profesional, he tenido
varios casos en los que el/la estudiante me comunicaba su deseo de abandonar la
carrera. Al enfrentarme a este tipo de situaciones, no he dudado en exponer al
alumno las razones para continuar sus estudios universitarios, situándome a su
lado, acompañándole en la reflexión. Se trata de estudiantes que acudían a mi
despacho, durante el primer o segundo semestre del Primer Curso, en el que
imparto un alto porcentaje de mi docencia, únicamente para despedirse. Estaban
muy contentos con mi atención y trabajo con el grupo, pero les costaba afrontar
el Grado, no se sentían capaces. En primer lugar, les he hecho ver que la
dificultad de adaptación a un entorno universitario exigente requiere tiempo y
esfuerzo. En segundo lugar, les he informado de dos magníficos cursos breves,
concentrados en una semana en períodos vacacionales –Navidad, Semana Santa o
época estival-, sobre técnicas de estudio, motivación, memoria y concentración
para universitarios. En tercer y último lugar, les he ofrecido los eficaces
recursos que el Centro de Psicología Aplicada (CPA) de la UAM, que tan
magistralmente dirige una Profesora ejemplar como es Ana Calero Elvira, pone al
servicio de toda la comunidad universitaria. El Centro ofrece sesiones, a cargo
de especialistas jóvenes, de extraordinaria preparación, sobre cuestiones tan
trascendentes como la adquisición de habilidades en materia de control del
estrés ante los períodos de exámenes, hablar en público e incluso consultas
clínicas sobre problemas personales o familiares que tanta incidencia tienen en
el rendimiento académico. Además, el CPA ofrece programas y servicios
ajustados a las diferentes necesidades y demandas, muy solventes desde el punto
de vista científico y técnico. Siempre que he derivado un estudiante al CPA le he relatado el
éxito que se ha obtenido en situaciones similares acontecidas con anterioridad.
Lo fundamental en estas situaciones es generar la mayor confianza posible en el
alumno.
Una de las mayores satisfacciones de mi
carrera, en realidad la mayor, es la llegada a mi despacho de padres y/o madres
simplemente para darme las gracias, para abrazarme, para decirme, por ejemplo,
que su hija le hablaba de mí a sus abuelos como un auténtico referente, que
“jamás podrían agradecerme lo que había hecho”, que el “rendimiento de su hijo
se había modificado para bien llegando a cotas inimaginables unos meses antes…”
Forma parte de mi estilo “diferente” (frente al entorno próximo) de enfocar la
docencia. Un estilo que se fundamenta en unas prioridades definidas con
claridad en un documento que preparé en 1989 y que ha constituido una auténtica
guía a lo largo de mi carrera como docente universitario. Se trata de mis
principios de actuación profesional:
1.
La docencia
es un elemento esencial en la actividad universitaria. Sin alumnos no existiría
nuestra carrera profesional.
2.
El alumno no
interrumpe nuestro trabajo. El alumno es el destinatario final de nuestra
actividad en la Universidad.
3.
El alumno
espera de nosotros que tratemos de resolver sus problemas de comprensión de la
asignatura con interés y diligencia y que consideremos su punto de vista sobre
las cuestiones abordadas a lo largo del Curso.
4.
Nuestro
objetivo docente se cifra en lograr una formación del alumno sólida, rigurosa y
crítica en la disciplina jurídica Derecho Constitucional.
5.
La actividad
investigadora planificada, continuada y rigurosa es el instrumento más eficaz
para alcanzar una docencia de calidad.
Un presunto paternalismo, falta de rigor, o
ausencia de objetividad me han parecido siempre los argumentos pobres de quien
no desea salir de la zona de confort “del profesor que sabe de lo que tiene que
saber” y conoce la totalidad “de lo suyo”. Ahora bien, quien así piensa olvida
un detalle de la mayor relevancia: sus conocimientos están orientados a
PERSONAS, a los estudiantes. Frente a esa realidad, el eje de mi actuación
profesional se construye a partir de lo que denomino el “rigor de la cercanía”,
materializado en la puesta en valor del componente emocional y motivacional de
la actividad docente. Todo ello, naturalmente, sin merma de la cualificación
técnica del profesor. La UAM del futuro deberá integrar, normalizar y valorar
estas prácticas en la carrera profesional de sus docentes. Soy consciente del
tiempo y del empeño que invierto en el desarrollo de esta concepción de la
enseñanza universitaria. También de las posibilidades de promoción que pierdo
al dedicar mi esfuerzo a algo que no tendrá repercusión objetiva alguna en mi
carrera profesional. Siendo todo lo anterior cierto, no lo es menos la enorme
satisfacción de la retroalimentación, en términos de cariño y gratitud, que recibo.
Además, si se pone el acento en los resultados, la práctica totalidad de esos
estudiantes con dificultades son hoy reconocidísimos profesionales en el mundo
del Derecho. Unos antiguos alumnos, hoy entrañables amigos personales, que
además vuelven a la Facultad para enseñar a mis actuales estudiantes, en horas
lectivas extraordinarias –y económicamente no remuneradas- que habilito para
tal fin los viernes por la tarde, el funcionamiento real y efectivo de las
profesiones jurídicas.
Este es mi modelo de docencia, un método
fundamentado en la transmisión del conocimiento técnico desde el cuidado de lo
emocional y lo motivacional, y cuyas señas de identidad son la vocación y el
espíritu de servicio público. Un estilo ético con el que, sin ningún género de
dudas, pienso “morir en el Campus”. José Luis López González. Profesor
Titular de Derecho Constitucional y Delegado por STUM en la Junta de PDI
Funcionario.