¿LA DISTANCIA ES EL OLVIDO? ¿MEJOR UN PROFESOR CERCANO, QUE
INVESTIGUE Y PUBLIQUE O UN MISMO PROFESOR PARA QUÍMICA INORGÁNICA,
DERECHO ECLESIÁSTICO DEL ESTADO Y GEOGRAFÍA ECONÓMICA Y HUMANA DEL MUNDO
ACTUAL?
Prof. Dr.
José Luis López González
Se viene insistiendo, sobre todo
desde la prensa diaria, y más en particular, en un artículo publicado a finales
de junio de 2020 en el Diario de información general de mayor tirada nacional,
en que el sistema de enseñanza a distancia prevalecerá más allá de la pandemia
hasta suplantar por completo al modo de formación universitaria presencial.
Algunos articulistas, la mayoría
altos cargos de empresas tecnológicas y/o responsables de universidades
privadas nos advierten, con voz engolada y amenazante, que la universidad
presencial lleva diez años de retraso respecto de las universidades a distancia
sostenidas con capital privado. Y para colmo, se intenta desprestigiar a la
institución universitaria manifestando que la Universidad es la institución más
inmovilista de todas, pues, no ha experimentado transformación alguna desde el
siglo XII. No creo ni que merezca la pena entrar a considerar un entramado
argumentativo de tan escasa entidad. Por lo demás, resulta escasamente riguroso
que esta página del Diario de información general de mayor tirada nacional la
patrocine una universidad privada y el autor que escribe en ella resulte ser un
cargo muy destacado de la misma.
Me parece que conviene llevar a cabo
una reflexión para mostrar los motivos que nos llevan a defender la docencia
presencial. La participación del alumnado es más ágil y dinámica en la docencia
presencial, como también lo es el intercambio de ideas y pensamientos con el
docente. Asistir a clase con las mismas personas durante el curso alimenta el
sentido de pertenencia grupal y el compañerismo, si el clima de estudio que se
logra de manera presencial es favorable, existe una mayor implicación emocional
por parte de los estudiantes.
Ante todo, ha de recordarse que el
profesor no es un mero dispositivo de naturaleza anatomo-fisiológica que opere
como una fuente de repetición automática de discursos. Es, muy al contrario, un
creador y transmisor del conocimiento y de la ciencia.
No hay nada más maravilloso, para el disfrute intelectual, que una sesión de
docencia presencial de carácter participativo. Una exposición realmente
cercana, apasionada, sanguínea y fluida que construye un cauce de reflexión a
disposición de los alumnos en su camino hacia el conocimiento.
Una exposición en la que cada gesto
cobra un sentido y cada cruce de miradas un significado. Una buena clase
presencial a cargo de un profesor preparado es un auténtico acto de amor que
permite acercar el conocimiento a la juventud estudiosa. Y hacerlo, como no
debe ser de otra manera, con entusiasmo, con nervio, con pasión. Nuestros
estudiantes se han mostrado, de modo significativo, decididos partidarios de la
actividad formativa presencial.
La enseñanza íntegramente a distancia participa una comunicación incompleta que
no satisface las expectativas de nexo emocional entre docente y discentes. La
docencia presencial, sin embargo, incorpora una comunicación mucho más
completa, íntima, sanguínea, fluida y provechosa, como corresponde a la esencia
de ese reencuentro mágico en el aula del docente con sus estudiantes. Enseñar
es, en definitiva, un acto de amor, exactamente lo contrario al egoísmo y al
mal talante, es acariciar el entendimiento, es sentirse cerca del estudiante,
es aprender de él, es escuchar su visión, normalmente carente de prejuicios,
para aportarle nuestra experiencia en un auténtico despliegue de comunicación
profunda y completa que nos hace mejores a todos cuantos participamos en la
docencia universitaria. Y todo lo anterior al servicio de un objetivo: poder
transmitir al estudiante mucho más que datos que es tanto como hacerle
partícipe de nuestra pasión por la ciencia y la actividad docente universitaria.