“El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.” Che Guevara. Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental.
En estos días, las acusaciones de odio se cruzan entre los opositores y los defensores del régimen. Es importante buscar los orígenes para comprender los fenómenos. Estas desafortunadas palabras del Che, en la revista Tricontinental, marcan un precedente que es difícil de eludir. El argentino reconoce que el odio lleva al hombre a superar sus limitaciones naturales. ¿Pero qué tipo de sociedad podría construirse desde tales premisas? ¿A qué limitaciones se refiere, sino a la bondad, a la resistencia a matar a quien comparte nuestra misma naturaleza? ¿No es hermoso que algo en nuestra sustancia se rebele, o que sintamos repulsión ante la idea de quitarle la vida a otra persona? ¿En qué nos transformamos si dejamos a un lado, si suprimimos, negamos o reprimimos lo que nos hace humanos?
Estas palabras no son ajenas al accionar del conocido guerrillero, más bien reflejan perfectamente el fundamento teórico o existencial de todo cuanto hizo, desde la Sierra Maestra cuando asesinó al campesino Eutimio Guerra, la etapa de los fusilamientos de La Cabaña y las guerrillas en África y América Latina, a grandes rasgos. La coherencia entre el verbo y la acción es una de las cualidades que más destacan sus admiradores. Es difícil comprender hasta dónde esta mentalidad ha calado en la política cubana, siendo el Che de uno de los íconos enarbolados por el régimen. Ninguna causa de lucha, por noble que sea en principio, merece que el hombre se pierda a sí mismo, que renuncie a su humanidad.
Es fácil advertir que esta filosofía de lucha se sitúa en las antípodas del pensamiento de José Martí, quien afirmó “si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo”. No existe un punto medio posible, ni una manera de complementar en un proyecto social y político al ideario martiano con la ideología guevarista. Las diferencias son demasiado substanciales. El principio humanista de clara raíz evangélica de cultivar la rosa blanca hasta para el cruel que arranca el corazón, es fundamentalmente opuesto al extremismo violento que motivó al guerrillero argentino. Nuestros niños no pueden parecerse a Martí y al Che al mismo tiempo. Tampoco podemos construir la república desde los principios democráticos que deseaba Martí, con los fundamentos marxistas y extremistas del guerrillero argentino. A los cubanos nos toca elegir las inspiraciones, pero es importante comprenderlas de manera realista. Los discursos ideológicos pueden ocultar las esencias.
Concluyo con las palabras de Jose Martí:
“La capacidad de amar es el verdadero pergamino de la nobleza de los hombres. Rey es el que ama mucho: sólo los que aman bien, -duques, marqueses, condes- y los que no aman, gente de horca y pechos fuera de toda lista de nobleza. Por Dios que esta es guerra legítima, - la última acaso esencial y definitiva que han de librar los hombres: la guerra contra el odio”. (Fragmentos, t. 22, p. 95)