Domingo, 24 de Septiembre de 2023
<<A la búsqueda de esa hora futura en la que la libertad sea protagonismo de los ciudadanos>>
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11/05/2011

Decidir


por Carlos Vazquez


En el cuento La  biblioteca total, Jorge Luis Borges escribe: “siendo limitado el número de palabras que comprende un idioma, lo es asimismo el de sus combinaciones posibles o sea el de sus libros. Muy pronto -dice- los literatos no se preguntarán, ¿qué libro escribiré?, sino ¿cuál libro?”. Esta cita resume la realidad actual, ya que las problemáticas que trae consigo nos están llevando al límite de nuestro vocabulario y nos está mostrando lo incapaces que hasta ahora hemos sido para descubrir nuevas combinaciones de palabras, oraciones e ideas que faciliten la búsqueda de soluciones para enfrentar las complicaciones actuales.
 
Ciertamente, este vacío de ideas está evidenciándose por la actual crisis económica, que se ha dejado sentir particularmente en Europa, y la endeble respuesta por parte de su clase política para enfrentarla. No cabe duda que se ha mostrado incapaz de articular programas mínimamente innovadores, por no mencionar su grado de eficacia, ya que con el objetivo de aminorar los efectos de la crisis, mas no de ir a la raíz de las causas que la generan, se han reservado a más o menos a repetir lo que a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa se nombró el Consenso de Washington, que contenía acciones como: recortes presupuestales, privatizaciones, flexibilizaciones laborales, en suma menos gobierno, menos derechos, más mercado. La mayoría de las veces sin importar que todo ello vaya en detrimento de lo que para muchos simboliza Europa: cohesión social, igualdad económica y estado de bienestar. 
 
Sin embargo, la capacidad de generar nuevas ideas no es responsabilidad exclusiva de la clase política. La actual crisis también ha servido para mostrar el estado de debilidad y de fragmentación en que se encuentra la sociedad civil. Ni los abruptos programas de recortes a los derechos sociales en muchos países de Europa; ni los cada vez más indignantes casos de corrupción acontecidos en ambos lados del Atlántico; ni las situaciones denigrantes expuestas a la luz pública en que se han sorprendido a políticos encumbrados de muchos países; ni las innumerables traiciones a los electores y programas de campaña, de los políticos llegados a gobierno, han encontrado reacciones en proporción por parte de algún sector en específico de la sociedad.
 
Todo lo contrario, estas acciones han encontrado cierta tolerancia pasiva en el cinismo respecto a la política en gran parte de las nuevas generaciones, que muchas veces se traduce en un cómodo dejar hacer para los políticos. Si bien allí donde los regímenes democráticos tienen mayor arraigo puede esperarse que estos políticos se vean sujetos a sanciones por parte de las autoridades judiciales, la acumulación de tales casos deja una sensación de resignada frustración extendida entre la población. Dicha sensación se resume en una frase muy precisa del historiador recién fallecido Tony Judt: “como ellos harán lo que quieran en cualquier caso –al tiempo que sacan todo el beneficio personal posible-, por qué habríamos de perder el tiempo "nosotros" en tratar de influir en sus actos”[1].
 
Dejando por ahora de lado a los que ven en la función pública y actividad política una mina de enriquecimiento, hoy en día es muy claro que este sentimiento de frustración no ha sido acompañado por algún ánimo significativo de reaccionar por parte de la sociedad contra la corrupción de la democracia, ni la incompetencia y descaro mostrado por muchos de sus políticos. Y es en este sentido que gran parte de la sociedad ha dejado un vacío que ciertamente ha sido aprovechado por la expansión de cotos económicos y de poder. Tan evidente ha sido el terreno perdido que el ex miembro de la resistencia francesa contra la ocupación nazi, que posteriormente participó en la redacción de la Carta de los Derechos Universales y diplomático francés, ya nonagenario, Stéphane Hessel lanzara hace poco un claro alegato contra la indiferencia, dirigido principalmente a las generaciones recientes[2].
 
Pero Stéphane Hessel no lanza sólo un alegato, también sostiene un reclamo contra la clase política y va hilando un debate soterrado con las ideas más difundidas que son apoyo intelectual para la implementación de determinadas decisiones políticas. Este último punto es particularmente importante, porque también es en el terreno de las ideas donde es claro que atravesamos por un camino de oscuridad y confusión. De pronto nos damos cuenta que nos encontramos en un punto de incapacidad para explicar lo que sucede en nuestras sociedades, encontrar nuevas alternativas de solución y construir una narrativa mínima que funja de guía.
 
Es increíble que después de la caída del Muro de Berlín en 1989, la suerte nos haya acompañado por tanto tiempo. Los efectos de los conflictos que afectaban a otras latitudes del mundo permanecieron distantes. No generaron inestabilidades que nos preocuparan. Por otra parte, el crecimiento económico alcanzado en occidente elevó considerablemente el nivel de vida de mucha gente y ayudó a fortalecer la idea de que el libre mercado y la hegemonía de occidente serían incuestionables, ni si quiera por la historia misma, como alguien dedujo de la caída del Muro de Berlín.
 
Sin embargo, resulta por lo menos intrigante que hayamos sido incapaces de identificar lo que en paralelo sucedía en nuestras sociedades a ambos lados del Atlántico, como en otras latitudes. El insistente discurso del libre mercado se cristalizó en una era de amplias privatizaciones de los bienes públicos, recortes de derechos y permeó la idea de la maximización de los ingresos individuales a toda costa como fin último, entre la ciudadanía. Ello terminó por reducir drásticamente los bienes públicos y debilitar los lazos que unen a toda sociedad, que son su sentido de colectividad. Por ejemplo, en América latina, una región que en ciertos puntos cuenta con sociedades todavía en proceso de consolidación, el incremento brutal de sus índices delictivos es una consecuencia desgarradora de dicha era[3].      
 
Por otra parte, muchos intelectuales y académicos de la democracia, que revisten sus estudios de una narrativa pragmática “cientista” en boga, han vaciado de sustancia a la misma. Muchas veces reduciéndola a un acto meramente electoral. A parte que esto ha generado distanciamiento y cierto cinismo respecto a la política entre las nuevas generaciones, también ha contribuido a generar la imagen que hoy por hoy amplias franjas de la sociedad sostienen del político: un personaje ambivalente, indefinible ideológicamente, indigno de cualquier tipo de confianza y dispuesto a toda traición programática. Además: si un gobernador está acotado por organismos financieros y demás intereses internacionales, lo cual se encargan de repetirnos una y otra vez como justificación a sus (in)acciones, ni son capaces de construir una narrativa sobre el tipo de sociedad al que aspiramos llegar, entonces: ¿Hoy en día para qué diablos sirve un político? Es paradójico que muchos de los académicos e intelectuales dedicados a pensar la democracia nos hayan conducido a este dilema.     
 
Ciertamente, dejamos de hacernos las preguntas y planteamientos necesarios. Por mucho tiempo estuvimos enfrascados en debates de índole moral. Polémicas como el aborto, la posibilidad de adopción de hijos por parte de parejas del mismo género, compatibilidades entre democracia y prácticas islámicas, entre muchas otras más, han consumido gran parte de nuestras energías y atención. No afirmo que sean irrelevantes (aunque algunas son utilizadas como distractores o estrategias de polarización política), pero mientras discutíamos esto, la realidad repentinamente nos dio alcance en otros aspectos. Por ejemplo, los actuales incrementos históricos de desempleo han tomado malparados a no pocos gobiernos, que además ahora encuentran a sus sectores económicos que previamente eran clave, rebasados ante el nuevo contexto internacional, lo que pronostica un largo camino hacia la recuperación. Por otra parte, es claro que analistas y técnicos registraron transformaciones internacionales de gran calado, tales como: la emergencia de potencias económicas (China, Brasil, India, por mencionar algunos casos) en los mercados y cambios en los modelos de producción. Pero también resulta claro que los planteamientos y cuestionamientos de estos técnicos y analistas no permearon en el debate, ni mucho menos propició planteamientos innovadores, tan es así que la adversa actualidad lo confirma. A pesar de ello, seguimos imbuidos en un paradigma muy similar al de finales de los ochenta y principios de la noventa.
 
Regresando a Borges, creo que estamos escribiendo un libro que ya está escrito.  Mientras que lo necesario es escribir uno nuevo que contemple el escenario, actores, partituras, musicalidad y nuevos roles, y que así esta puesta en escena funcione. Un primer paso sería reconocer que los años dorados posteriores a la caída al Muro de Berlín han quedado atrás. Estamos entrando en una nueva etapa donde las potencias emergentes y los cambios en los modelos de producción, han modificado nuestra forma de vida. A tal punto que mejorar nuestro bienestar material y humano, requerirá hoy cada vez mayor esfuerzo y trabajo. Los casos de personas que se hacen ricos de la noche a la mañana y con poco sacrificio, serán cada vez más raros u ocurrirán sólo en películas americanas. Lejos de esto, está la más cercana y real problemática a la que muchos conocidos se enfrentan: cómo y dónde encontrar un empleo estable y de calidad.
 
Por otra parte, nuestras sociedades se han transformados totalmente: migrantes, minorías sexuales y religiosas, nuevos modelos familiares, entre otros más, son rasgos que llevan mucho tiempo ahí, y que nos ha costado aceptar como propios. Nuestras sociedades han incluido nuevos valores como suyos, tales como: los ambientales, paisajísticos (de tipo arquitectónico y natural), lingüísticos y culturales. Asimismo, nuestras sociedades priorizan con mayor fuerza preocupaciones como: la seguridad y certidumbre, una sensación de comunidad y confianza entre sí, y saberse cada vez más justa e igualitarias. Sin duda, todo ello las hace más complejas y exigentes.
 
Pero ese es el reto principal: formular las preguntas adecuadas y encontrar las respuestas que nos permitan compaginar la nueva realidad económica y social, con nuestros valores, preocupaciones y rasgos actuales. Lo que significa esforzarse para encontrar las fórmulas que eviten, por ejemplo, los recortes en derechos sociales, laborales, con el pretexto de que no existe otra opción ante la actual crisis económica. Es en algunos de los siguientes cuestionamientos, por mencionar algunos, donde la sociedad civil, académicos y políticos debemos centrar nuestras energías y atención: ¿Cómo crear más empleo y crecimiento económico aumentando al mismo tiempo los derechos sociales y laborales?, ¿Qué debemos hacer para lograr elevar o restablecer la seguridad sin que esto signifique amenazar a los derechos de los ciudadanos? ¿Cómo integramos de lleno a la ciudadanía para que participe activamente en la toma de decisiones públicas y vigile a nuestros políticos?, ¿Cómo podemos llegar gobernarnos mejor para convertirnos en una sociedad cada vez más igualitaria y justa?, entre otras más.  
 He ahí el dilema a decidir: reeditamos la historia centrada en el individualismo y la maximización de intereses, o bien intentamos escribir una nueva historia que enfatice en lo común e igualdad. Yo soy de la idea de que se nos presenta una gran oportunidad ante tal dilema a decidir.


[1] Tony Judt. Algo va mal. Editorial Taurus, Santillana. Madrid 2011, pág. 130.
[2] Stéphane Hessel. ¡Indignaos! .Colección Imago Mund, Editorial Destino. Barcelona 2011.
[3] Véase el informe elaborado por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), La democracia de ciudadanía. Una agenda para la construcción de la ciudadanía, elaborado en noviembre 2009.  






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